9 de septiembre.
Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Isaías 35, 4.7a.

Decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis.  Mirad a vuestro Dios que trae el desquiete, viene en persona, resarcirá y os salvará.»

Se despegarán los ojos de ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco un manantial.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 145.

Antífona: Alaba, alma mía, al Señor.

Que mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.  
El Señor liberta a los cautivos.

El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos.

Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.  
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la carta del apóstol Santiago 2, 1-5.

Hermanos míos:

No juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con el favoritismo. Por ejemplo: llegan dos hombres a la reunión litúrgica.  Uno va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso. Veis al bien vestido y le decís: «Por favor, siéntate aquí, en el puesto reservado.»  Al pobre, en cambio: «Estate ahí de pie o siéntate en el suelo.» Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con criterios malos?

Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que lo aman?

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 7, 31-37.

En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis.  Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.

Él apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.  Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete.»
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie: pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.  Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hacer oír a los sordos y hablar a los mudos.»

 

Comentario a la Palabra:

"Effetá" esto es "Ábrete"

El domingo pasado escuchábamos la crítica a la religiosidad formalista que puede crecer tanto entre los judíos como entre los cristianos (Marcos 7,1-23).  Superar el formalismo ritualista de la religión es presupuesto para romper las barreras que el judaísmo sigue manteniendo a fin de conservar su peculiaridad religiosa.

A continuación el evangelio de Marcos narra el encuentro con la mujer siro-fenicia – hoy sería simplemente libanesa – y después la curación del sordomudo y la segunda multiplicación de los panes.  La curación del sordomudo, que solamente relata el evangelio de Marcos, es el tema del evangelio de hoy.

Marcos indica un itinerario nada realista para ir desde Tiro hacia el mar de Galilea.  A nadie se le ocurre subir de Tiro hacia Sidón, 32 km dirección Norte, para dirigirse luego hacia el mar de Galilea, dirección Sur, a través del territorio de la Decápolis, dando tan gran desvío.  Esta reconstrucción libre del itinerario para regresar desde la costa fenicia a Galilea pretende resaltar que Jesús sigue en territorio pagano:  Tiro, Sidón, la Decápolis, en la cual entraban algunas ciudades del entorno del mar de Galilea:  Escitópolis (Beisán), Hippos, Gadara y Gerasa.  De esta forma, tanto la curación de la niña libanesa, como la del sordomudo y la segunda multiplicación de los panes demuestran que la difusión del evangelio más allá de los límites de Israel entraba en la intención y en la actividad de Jesús.  Como pondrá de relieve la fórmula utilizada para abrir los oídos y soltar la lengua al sordomudo, Jesús quiso abrir el evangelio también a los no judíos.

Aunque hay datos que coinciden con narraciones similares de curaciones mágicas en el mundo helenista, Marcos ha dado una fisonomía propia a su relato.  No podemos adivinar la intención de algunos de esos rasgos, pero en ellos se descubre el tono más directo, menos cauteloso del evangelista.  Ni Mateo ni Lucas han recogido el recuerdo de esta curación de un sordomudo en particular.  Mateo menciona la curación de los sordos dentro de una enumeración global (Mateo 15,30-31).  El término kofós, sirve para designar tanto al sordo como al mudo.  Marcos define al sordo que presentan a Jesús como mogilálos, “que apenas podía hablar”, quizá podríamos entender que se trataba de un tartamudo.  La curación del mudo se demostró cuando empezó a hablar “sin dificultad”, esto es, correctamente.  El término griego fue utilizado por los traductores griegos para el texto de Isaías 35,5-6, que recoge la primera lectura y que sin duda tuvieron presente los evangelistas al describir los efectos prodigiosos de la manifestación del Reinado de Dios:  “se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán; saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo,  glossa mogilálon, cantará”.

Lo que más llama la atención son los pasos previos a la curación.  Aunque los que presentan al sordomudo pedían tan sólo que Jesús impusiera las manos al impedido, Él lo apartó de la gente y “le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua”.  Es probable que esta manipulación tan próxima fuera uno de los motivos que aconsejaron a los otros dos evangelistas omitir el relato.  Pero Marcos lo debió ver tan normal que repite una manipulación similar en el caso de la curación del ciego de Betsaida:  “lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos”.  Como el primer intento no debió resultar del todo, “le puso otra vez las manos en los ojos” y el hombre “veía todo con claridad” (Marcos 8,22-26).  También aquí el relato de Marcos ha sido omitido por los otros dos evangelistas sinópticos.

Acabada la manipulación del sordomudo, “Jesús suspiró” o bien emitió una queja o un gemido.  Es el único caso en que el evangelio de Marcos utiliza este verbo.  Otro, de idéntica raíz, en una ocasión en que se queja Jesús de la pretensión del auditorio de ver un signo, un milagro (Marcos 8,12).  ¿Es una queja por la situación penosa del sordomudo o bien por la comprobación sensorial de la limitación del oído y de la lengua?  Tanto el apartar al sordomudo y al ciego, llevándolos aparte, como la prohibición de divulgar el milagro responden a la intención de evitar que Jesús apareciera sirviéndose de sus facultades taumatúrgicas como una forma extrema de propaganda personal.

Si superamos la primera impresión desagradable del introducir los dedos en los oídos del sordo y de tocar su lengua con la saliva, sentiremos la cercanía de Jesús respecto de aquel que vivía cerrado en sí mismo, con una de las limitaciones más penosas que puede experimentar una persona. Hay quien cree que la imposibilidad de comunicación del sordomudo es mucho más cruel que la del ciego.  De hecho, no sabríamos qué escoger.  Lo cierto es que quien sufre alguna limitación en sus movimientos o quien está postrado en el lecho agradece la proximidad de alguien que no quiere quedarse lejos sino compartir su problema.  Jesús ponía las manos a los enfermos, aunque fueran leprosos.  Tendió su mano a la suegra de Pedro (Mateo 8,15; Marcos 1,31).  Agarró con fuerza la mano de la hija de Jairo para levantarla del lecho (Mateo 9,25; Marcos 5,41; Lucas 8,53).  Los tres evangelistas utilizan el mismo verbo, krateo, que indica un agarrar con fuerza, no un rozamiento superficial, tampoco un saludo desde lejos.

Como en el caso de la hija de Jairo, Marcos refiere un término arameo utilizado por Jesús para acompañar la acción.  Los exorcistas antiguos – y modernos – utilizan términos en lenguas extrañas como portadores de un efecto mágico.  No parece ser el caso del effetá, porque el evangelista añade inmediatamente la traducción para asegurar que no se trata de una fórmula mágica sino de un rasgo más de verismo en la compasión de Jesús, que se acercaba por todos los medios posibles a la población sencilla.  Aunque es posible discutir la forma gramatical del término, lo más probable es que también en este caso, Marcos haya querido conservar el recuerdo del arameo popular del sur del Líbano y de Galilea.