16 de septiembre
Domingo XXIV del Tiempo Ordinario
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Isaías 50, 5-9a.
El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Tengo cerca a mi defensor, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos. ¿Quién tiene algo contra mí? Que se me acerque. Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 114.
Antífona: Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí el día que lo invoco.
Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia. Invoqué el nombre del Señor: “Señor, salva mi vida.”
El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos: estando yo sin fuerzas, me salvó.
Arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la carta del apóstol Santiago 2, 14-18.
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar?
Supongamos que un hermanos o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: «Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago», y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta. Alguno dirá: «Tú tienes fe, y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe.»
EVANGELIO.
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 8, 27-35.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le contestaron: «Unos Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.»
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»
Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»
Comentario a la Palabra:
Se hizo semejante a los humanos
Me cuesta creer que Jesús estuviera preocupado por lo que la gente pensaba de Él. Quizás lo que hay en el fondo del evangelio de este domingo es algo que desde hace días está presente en todos los medios: Dios y sus profetas son una pregunta abierta.
Desde la semana pasada, y cuando escribo este comentario, veo y oigo cómo internet, la prensa, radio y la televisión vuelven a hablar de los creyentes. Unos creyentes particulares. Hombres y mujeres que se posicionan fanática y ofensivamente ante el misterio de Dios creyendo servirle.
Por un lado, ese grupo de cristianos fundamentalistas que ha rodado una película con ganas de ofender a los musulmanes. Por otro, esa mayoría musulmana que tiene miedo a una lectura crítica de sus tradiciones religiosas y de su libro el Corán. Sus violentas y criminales reacciones producen el efecto contrario a los objetivos que dicen defender. Ofenden a Dios y dan la razón a quienes les critican. No, el Islam que manipula los sentimientos de sus creyentes no es paz.
Si la misericordia de Alá está en las dagas y cuchillos musulmanes ese dios es un peligro. Como lo fue el de los cristianos mientras quisieron identificarlo con el poder que tiene su fuerza y posaderas en la violencia, la humillación y la destrucción de la obra de Dios
Ese Islam no quiere creyentes críticos ni tampoco acepta la pluralidad de credos. Y por lo que se ve tampoco algunos fundamentalistas cristianos. No aceptan que se les coloque ante su propio espejo.
Ese Islam, en nombre de Dios, resuelve la cuestión degollando a quien se atreve a disentir u opinar libremente. Quieren someter por el poder del miedo y la violencia. Y lo están consiguiendo. Cada vez más medios, sean de prensa, radio o televisión se tientan la ropa antes de emitir una crítica a esa tradición religiosa. Incluso los gobiernos han entrado en ese juego del "respeto por miedo a la daga".
Dudo que a estas alturas ningún ser humano sano o dios quiera ser objeto de un tal "respeto". La verdad de estos grupos no es el misterio santo de Dios que genera fraternidad, sino su manipulación para conseguir los beneficios de un poder dictatorial. Esa es una tentación muy presente en la vivencia religiosa.
He comenzado así esta reflexión porque en el evangelio de este domingo escuchamos una palabra dura por parte de Jesús a Pedro. Algo así como una condenación al identificarlo con Satanás, al decirle que no piensa como Dios sino como los hombres. Y me parece importante, viendo cómo avanzan los fanatismos, tomar conciencia de este rechazo de Jesús porque también algunos hombres y mujeres de iglesia, queriendo honrar a Dios, manipulan para conseguir los votos necesarios que los colocará en ese lugar que les hace creer que son grandes porque representan no sé qué poder de Dios.
Pensar a Dios "como los hombres" es despojarlo de su misterio que es amor gratuito hecho entrega personal en Jesús, que no una teoría teológica o espiritual. Y menos, cierta connivencia con el poder sea político o económico. El misterio de Dios es gracia que se hace concreta en la liberación y salvación humana, que "cifra su honor en el ser humano concreto"
Parece ser que el Pedro del evangelista Marcos no quiere aceptar la diferencia existente entre confesar a Dios con los labios y la de seguirlo existencialmente por el camino que Jesús hace. Pareciera que Pedro quisiera utilizar a Jesús para ejercer un poder que no le corresponde. De Jesús sólo ve la posibilidad diabólica de estar por encima de los otros y sus beneficios. La sutil tentación de disfrazar al mal de bien.
No es suficiente con gritar ¡Alá es grande! o ¡Tú eres el Cristo! La verdad del hecho religioso está en el comportamiento de los creyentes, en la manera de traducir en el caso musulmán "al Misericordioso", en la tradición cristiana "el Amor".
Algo está reclamando conversión, transformación personal, profundización en el deseo de Dios. Una cosa es confesar que Jesús es el Cristo y otra comprender su mesianismo siguiéndolo. Jesús le llama Satanás. Dice que "no piensa como Dios", que es como decirle "no has comprendido nada". ¿A cuántos de nosotros se nos podría decir lo mismo?
¿Qué es lo que Pedro no ha comprendido para que Jesús lo rechace, lo condene y se lo haga manifiesto ante todos? ¿Quizás el problema no era sólo de Pedro sino de la iglesia que nace en torno a Pedro? ¿Ha olvidado nuestra iglesia esta tentación?
Pedro es capaz de reconocer al Cristo en Jesús pero no en el camino de entrega con el que Jesús se identifica.
Cuando Jesús le dice a Pedro "apártate de mi" está rechazando un mesianismo sostenido en la voluntad de poder, un mesianismo que no salva, que no es gracia.
Pedro no quiere aceptar la cruz ni para sí mismo ni para su amigo Jesús. Está dispuesto a tergiversar los planes del Cristo intentando que pase por el camino que Pedro tiene como objetivo. Ese camino rechaza toda muestra de debilidad, de espera confiada en el amor de Dios, de asombro cotidiano ante el Misterio.
Dios nos quiere plenos y felices, pero no a costa de la humillación o la vida de otros. La fuerza de su mesianismo está en la entrega de sí mismo por amor.
Ofende a Dios utilizar su nombre para destruir su obra. De ninguna manera se le honra con la violencia, la muerte, la venganza o la búsqueda neurótica de cierto poder. Pedro tiene que convertirse al proyecto de Jesús si quiere tomar parte con Cristo. Y Jesús será tan paciente con él como lo es con nosotros. Hasta después de Pascua Jesús le preguntará: "¿Pedro, me amas más que estos?".
A Pedro, como a nosotros, le costó comprender el amor de Cristo. Le supuso todo un proceso de transformación lo que el autor de la carta a los Filipenses pide: " Comportaos como lo hizo Cristo Jesús, el cual, siendo de condición divina no quiso hacer de ello ostentación, sino que se despojó de su grandeza, asumió la condición de siervo y se hizo semejante a los humanos." (Flp 2,6-7).
Dios es honrado en todo lo que dignifica al ser humano, y cuando éste es humillado allí está el Cristo para recordarnos que "allí donde nosotros llevamos hasta el extremo nuestro instinto de muerte, Él abre las puertas de la vida".