28 de octubre.
Domingo XXX del Tiempo Ordinario

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PRIMERA LECTURA

Lectura del libro de Jeremías 31, 7-9.

Así dice el Señor: «Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad, que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 125

AntífonaEl Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares.

Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con ellos.»  
El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.

Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes de Negueb.  
Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares.

Al ir, iba llorando, llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta a los Hebreos 5, 1-6.

Hermanos:

Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. A causa de  ellas, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón.  Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino aquel que le dijo: «Tu eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», o. como dice otro pasaje de la Escritura: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.»

EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 10, 46-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna.  Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»

Muchos lo regañaban para que se callara.  Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.»

Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»

Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.»

Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.

Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»

El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.»

Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.»

Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

 

Comentario a la Palabra:

¡ LLAMADLO !

Informan hoy en los telediarios y leo en la prensa que Amancio Ortega (Zara) ha puesto a disposición de Cáritas 20 millones de euros para afrontar diversas necesidades sociales en materia de alimentación, ayuda farmacéutica, servicios de vivienda y material escolar.

Escuché la noticia cuando reflexionaba sobre el evangelio de este domingo. Me daba cuenta que san Marcos dice que Jesús "salía de Jericó". Antes ha dicho que entró; pero no dice nada de lo que allí había hecho o con quién había estado. Y me acordé que en Jericó había ocurrido algo que tuvo que ver con una devolución del dinero de los pobres.

En ese caso es san Lucas quien narra cómo  en Jericó, tras el encuentro de Jesús con Zaqueo, se produjo la conversión de este rico publicano que optó por devolver a los pobres parte de sus bienes. También nos habla de un viaje de vuelta desde Jerusalén a Jericó, evidenciando quienes ante el caído en desgracia pasaban de largo. Y cómo un samaritano, no tan ortodoxo, fue capaz de correr los riesgos necesarios para ayudar al que estaba maltrecho, hasta conseguirle un lugar de acogida en Jericó.

No digo yo que Amancio Ortega haya tenido un encuentro con Jesús, pero sí que ha tenido la suficiente visión como para darse cuenta que en este momento de crisis no compartir los bienes deshumaniza.  La suficiente visión para darse cuenta que aunque haya ganado lícitamente ese dinero, eso no supone que todos los beneficios le pertenezcan absolutamente. Abrir los ojos a la realidad, en este momento y siempre, a la vez que se echa una mano a quienes viven en precariedad, deja entrever cierta calidad humana. Lo contrario confirma el dicho de que "no hay peor ciego que quien no quiere ver".

Mejor sería vivir en una sociedad en la que estos gestos no fueran necesarios; pero, Cáritas el año pasado asistió a 1.800.000 personas necesitadas. ¿Quién se atreve a criticar que se les asista? Los que comemos todos los días, o nunca hemos sufrido un desahucio, quizás padezcamos una de esas cegueras de las que habla el evangelio de hoy.  Pero volvamos a Jericó.

En Jericó no sólo se produce la conversión que lleva a devolver el dinero robado. Hay quien dice que Jesús tenía allí un amigo muy querido. Sea como sea, Jericó es una ciudad especialmente simbólica para comprender el mensaje del evangelio de hoy.

Sale Jesús de esa ciudad donde se comparten los bienes y la amistad para subir a Jerusalén, la ciudad que mata a los profetas. ¿Quién se atreve a hacer conscientemente esa opción, ese camino con Él?

Jericó es una ciudad fronteriza. Al salir de Jericó se inicia la subida hacia Jerusalén. En el borde de ese camino que conduce a  la ciudad de la Pascua, aparece sentado el ciego Bartimeo. Este ciego, inmovilizado en una cuneta, se encuentra en el último tramo en la peregrinación a Jerusalén. Allí se iniciaba para Jesús la etapa definitiva antes de su entrega total.

¿Quiere decirnos el evangelista que hay trayectos en el itinerario creyente, al seguir a  Jesús, que no se pueden hacer a ciegas? ¿Que subir con Jesús a Jerusalén supone conocer a fondo al Nazareno, la luz salvífica que hay en Él? ¿Que hay que vivir el desprendimiento, la ayuda al que está caído, la conversión, para seguir a Jesús?

Como si de la entrada en Jerusalén se tratara, como si se  diera justo allí donde se deja la Galilea un paso fundamental, el ciego Bartimeo gritando va a proclamar la identidad de Jesús: "Hijo de David, Jesús, ten compasión de mi".

Jericó, que era la puerta de la "la tierra prometida", se convierte en el umbral a la entrega total de Jesús, al Reino que viene con Él.

Bartimeo no ve a Jesús, pero cree en Él. No le pide un asiento a su izquierda o a su derecha. No le reclama riquezas. Le pide que tenga compasión de él. No quiere poder, pide ser liberado de la ceguera que le impide ver y seguir a Jesús hasta Jerusalén.

El grupo que acompaña a Jesús sólo se ha percatado de Bartimeo para decirle que se calle, que no incordie. Del ciego del camino no les llega más que la desafección de su molestia. No ven al humano. Esta es una ceguera que nos hace miserables.

En este evangelio la ceguera es un símbolo. Esta ceguera de mente, esta ceguera espiritual, manifiesta que aún no conocemos a Jesús. Pero los que están en su entorno son la mediación a través de la cual  Jesús llama al invidente físico.

Una petición de Jesús: "Llamadlo". Jesús no rechaza al ciego. Tampoco al grupo de su entorno que aparece como invidente de la humanidad del excluido, del caído en la cuneta. Y va a destacar que hay una fe que salva, que cura nuestras cegueras y nos capacita para seguir a Jesús conociendo a quien seguimos, su mesianismo de entrega total.

Imprescindible reconocer nuestras cegueras. Queda camino por hacer. Reconocer nuestras cegueras, porque: "si estuvierais ciegos, no seríais culpables; pero como decís que veis, vuestro pecado permanece".

Conversión para acceder al Jesús que se entrega totalmente en Jerusalén.

Dos cegueras: una física, que grita pidiendo "compasión". La otra, "creyente" queriendo silenciar el sonido de la vida.

Podemos ser la puerta de acceso a la nueva tierra prometida que es Jesús. Dejar atrás Jericó camino de la Jerusalén en la que los ciegos han de ver y los cojos podrán danzar.

Querer ver sólo a Jesús es traicionar su Evangelio. Donde está Jesús están todos los que Él ama.