27 de enero.
Domingo III del Tiempo Ordinario

Versión PDF

PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Nehemías 8,  2-4a.  5-6.  8-10

En aquellos días, el sacerdote Esdras trajo el libro de la Ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era mediados del mes séptimo. En la plaza de la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón. Toda la gente seguía con atención la lectura de la Ley. 

Esdras, el escriba, estaba de pie en el púlpito de madera que había hecho para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo —pues se hallaba en un puesto elevado— y cuando lo abrió, toda la gente se puso en pie. Esdras bendijo al Señor, Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: 

—«Amén, amén.» 

Después se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra. 

Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura. Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero: «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis.» 

Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la Ley. Y añadieron: «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 18.

Antífona: Tus palabras, Señor, son espíritu y vida. 

La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante.

Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.

La voluntad del Señor es pura y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.

Que te agraden las palabras de mi boca,
y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón,
Señor, roca mía, redentor mío.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios    12,  12-14. 27

 Hermanos: 

Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.  Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.  El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo. Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

Excelentísimo Teófilo: 

Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.  Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: 

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. 
Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres,
para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. 
Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.» 

Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.»

 

Comentario a la Palabra:

Para Anunciar
el Año de Gracia del Señor

El evangelio de este domingo tiene dos partes diferenciadas: la primera es el prólogo al evangelio de san Lucas; la segunda es la presentación del programa de Jesús en la sinagoga de Nazaret.

Una referencia al prólogo servirá para dar algunos datos sobre este evangelio que en este año vamos a escuchar de forma preferente: tercero de los evangelios sinópticos; primera parte de una obra histórica que por vez primera se proponía narrar de manera ordenada los orígenes del cristianismo desde “lo que Jesús hizo y enseñó” (Actos 1,1) hasta la llegada de Pablo a Roma.

A pesar de presentarse como investigador concienzudo de la verdad histórica, Lucas ha escrito la historia de Jesús en un estilo libre, según el modelo de los historiadores helenistas.  Narraban deleitando.  Seleccionaban y coloreaban los hechos de acuerdo con sus preferencias hacia el personaje.  Como historiador, Lucas presenta “los hechos que se han verificado entre nosotros”, pero atento a las consecuencias que perduran en la experiencia de fe de las comunidades cristianas.  Estos hechos no son únicamente materia de investigación para el historiador sino que constituyen el contenido de la misma predicación, confiada a los “servidores de la Palabra”, término técnico para designar a los predicadores del evangelio.

Lucas ha dado un tono particular a su relato, más universal, menos trágico.  Basta comparar la diferencia en el grito que Marcos y Mateo atribuyen a Jesús muriendo en la cruz (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado”, Salmo 22,1) y el que ha preferido Lucas, del Salmo 31,5: “A tus manos encomiendo mi espíritu”.  El mismo evangelista parece ser consciente del estilo personal de su relato, cuando confiesa que es fruto de una decisión personal: “he resuelto”.  Es una expresión que traduce la importancia del arranque inspirado de una obra original de composición por parte de un “verdadero autor” (Dei Verbum, n. 11).   Es una manifestación de independencia en la decisión que seguramente escandalizó a algunos copistas antiguos, que añadieron una mención explícita del Espíritu Santo:  “he resuelto yo y el Espíritu Santo”, como en Hechos 15,28.  Pero hay que tomarlo como está.  Igual que los otros evangelistas, también Lucas escribe para responder desde su experiencia y desde la experiencia de su comunidad de fe a la pregunta de Jesús:  “Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?” (Lucas 9,20).  La lectura del tercer evangelio a lo largo de este año nos ayudará a dar una respuesta personal al significado de la persona de Jesús para nosotros.  Y nos ayudará a profundizar en la noticia más o menos vaga que sobre Jesús tienen nuestros contemporáneos.

La escena de la sinagoga es un ejemplo de esta libertad del historiador.  Lucas ha escenificado en la sinagoga del pueblo donde Jesús era conocido, porque en “Nazaret se había criado”, la presentación ante sus paisanos.  Se le ha escapado el detalle de que, antes de la presentación del programa en Nazaret, Jesús ha venido actuando ya en Cafarnaún (Lucas 4,23).  El “cumplimiento del tiempo” (Marcos 1,15) se enmarca en la lectura de un oráculo de Isaías (61,1-2), del que se omiten la mención del “día de la venganza de nuestro Dios” y también la promesa de “consuelo a todos los afligidos”.  La lectura se interrumpe porque Jesús introduce el anuncio del “cumplimiento”.  Pero lo que “se cumple” no es “el tiempo”, sino la Escritura que anuncia una buena noticia de liberación, excarcelación y sanación.  El tono del anuncio trasmite la alegría con que, en el Sermón del Monte, el evangelio de san Mateo ha presentado el comienzo de la predicación de Jesús con la proclamación de las Bienaventuranzas.

“Hoy se cumple esta Escritura”.  El adverbio temporal “hoy” recibe en el evangelio de san Lucas un valor especial.  No es una referencia al tiempo en que sucedió un determinado episodio de la vida de Jesús, sino una llamada a actualizar la oferta de salvación en el “aquí y ahora” de nuestra propia vida.  A los pastores les anuncia el ángel:  “Hoy os ha nacido un salvador” (Lucas 2,11).  El programa de acción sigue también sus tiempos:  “realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día mi obra quedará consumada.  Pero es necesario que camine hoy y mañana y pasado, porque no cabe que un profeta muera lejos de Jerusalén” (Lucas13,32-33).  A Zaqueo le dice: “Es necesario que hoy me quede en tu casa … Hoy ha sido la salvación de esta casa” (Lucas 19,5. 9).  Y al buen ladrón:  “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 22,43).

Este “hoy” resuena también en la primera lectura que reconstruye idealmente el inicio de la restauración de la nación judía en su tierra a la vuelta del Destierro.  En muchos aspectos es el comienzo histórico del judaísmo.  La Ley o Torah  de Moisés, nuestro Pentateuco original, es proclamado solemnemente fuera del espacio sagrado del Templo, como base religiosa y política de la futura nación.  Los textos antiguos, redactados en hebreo, incomprensibles ya para la mayoría de la gente fueron parafraseados en la lengua aramea, que era la lengua común en el imperio persa.

También en este caso se invita a hacer de aquel día, aquel “hoy”, un día de celebración y fiesta.  En la lectura en la sinagoga de Nazaret y en la solemne celebración de la Palabra a la vuelta del Destierro, el “hoy” es un punto de partida hacia el futuro.  El texto de Isaías que lee Jesús y los párrafos de la Ley de Moisés, que los levitas iban leyendo “con claridad y explicando el sentido al pueblo”, no son una acusación que cae como una losa encima de la pobre gente.  Son el primer paso hacia un futuro distinto:  “No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza”.

La proclamación del tiempo de gracia tiene en este domingo un sentido concreto al concluir el Octavario de Oración por la Unión de las Iglesias.  La segunda lectura utiliza el símil del cuerpo humano para describir la unidad y diversidad de la Iglesia.  El símil era conocido en la literatura contemporánea y se utilizaba para justificar la diversidad de capas o estratos en la sociedad romana.  Pero en la carta a los Corintios no es una justificación de la fragmentación de la sociedad, como si cada uno tuviera que contentarse por fuerza con la función que le corresponde en la división impuesta desde arriba.  En la lectura de hoy la división no se mantiene, sino que se orienta a la fusión de todos en el Espíritu.  Es una división que supera la variedad de miembros igualando a todos en un mismo Espíritu y en un mismo Bautismo.

Éste ha de ser el punto de partida, el “hoy” desde el que miramos hacia el futuro de la Unión, dejando atrás las divisiones creadas por la historia y por la ambición de los dirigentes.  En la predicación inaugural de Jesús en la sinagoga de Nazaret se presenta un cristianismo abierto a todo el mundo, libre del particularismo judío.  Los ejemplos de Elías y Eliseo realizando sus milagros en tierra libanesa demuestran que Jesús va a seguir esa línea de una buena noticia integradora e incluyente, que “será luz para todas las naciones y gloria del pueblo de Israel” (Lucas 2,32).