3 de febrero.
Domingo IV del Tiempo Ordinario

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Primera Lectura

Lectura del libro de Jeremías 1, 4-5. 17-19

En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor: «Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles.  Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo.  Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte.» Oráculo del Señor.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 70.

Antífona: Mi boca anunciará tu salvación. 

A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame.

Se tu mi roca de refugio, el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú, Dios mío, líbrame de la mano perversa.

Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías.

Mi boca contará tu auxilio, y todo el día tu salvación.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 31-13

Hermanos: 

Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional. 

Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada.  Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve. 

El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.  Disculpa sin limites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites.  El amor no pasa nunca. 

¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará. Porque limitado es nuestro saber y limitada es nuestra profecía; pero, cuando venga lo perfecto, lo limitado se acabará. 

Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre acabé con las cosas de niño.  Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado; entonces podré conocer como Dios me conoce. 

En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 4, 21-30

En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» 

Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. 

Y decían: «¿No es éste el hijo de José?» 

Y Jesús les dijo: «Sin duda me recitaréis aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.» 

Y añadió: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.» 

Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. 

Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Comentario a la Palabra:

Protejamos el amor

“Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios” Casi a reglón seguido, el embelesamiento se torna en odio atroz, y hasta intentan despeñarlo. ¿Qué había pasado?

Durante este año 2013, año “C” del calendario litúrgico, leeremos preferentemente el evangelio según San Lucas. Este evangelista fue compañero de San Pablo, un miembro del equipo que le acompaño en sus andanzas. La experiencia de toda una vida dedicada a la misión colorea la visión que este evangelista tiene de Jesús y marca el modo en que narra su historia.

Leyendo las Cartas de San Pablo, se observa que una de las grandes dificultades con las que se enfrentó el Apóstol venía desde el interior de la Iglesia. Algunos cristianos de origen judío –que entonces constituían la gran mayoría– eran partidarios de exigir a los no-judíos que adoptaran las costumbres étnico-religiosas de Israel, en concreto ciertas normas dietéticas y la circuncisión.

Entendían que Jesús era “uno de los suyos” y que la identidad cristiana debía asumir los rasgos diferenciadores de la identidad judía. Pablo y de sus discípulos se opusieron frontalmente a esta pretensión. El  Apóstol llega a decir que si los gentiles aceptaban la circuncisión, la fe en Cristo no les serviría de nada (Gal 5, 2). Jesús fue judío, sin duda, pero los judíos no pueden apropiarse a Jesús, deben ofrecerlo a todas las naciones, sin exigir al que no es judío que entre por el aro de cumplir las Ley mosaica como requisito para acoger a Cristo.

Esta disputa, varias décadas posterior a la vida de Jesús, colorea la perspectiva del relato evangélico de hoy. Como los cristianos judíos de la época de Pablo, los paisanos contemporáneos de Jesús quieren también apropiarse de Él: Que cure sus enfermos y que la gente acuda a Nazaret para escucharle.

A ellos, Jesús les dirige palabras de provocación. Es como si Jesús tuviera prisa en desvelar las intenciones ocultas de los habitantes de Nazaret, a costa incluso de su propia seguridad: “Había muchas viudas en tiempos de Elías…” pero el profeta sólo atendió a una extrajera en Sarepta, en tierras fenicias. “Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio”. Cristo no ha venido para ser encerrado en una cultura o una nación, sino a abrir el Reino de Dios a todo ser humano sin distinción, sea de la religión, cultura o nación que sea.

Pues el contenido de este Reino de Dios es el amor. No hay nada más universal. Lo ha escrito muy bien San Pablo en una de sus páginas más famosas: Un amor que no tiene envidia, que no presume ni se engríe, que no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Un amor que es universal, porque no se limita a una religión, una cultura o un grupo social, sino que está ahí para todos, pues viene del único Dios. Al servicio de este amor están la fe y la esperanza, llamadas a últimamente a desaparecer, pero imprescindibles en estos tiempos en los que el amor está bajo asedio.

La fe es ese dinamismo que nos capacita para percibir que el Reino Dios está irrumpiendo en la realidad y la esperanza es esa resistencia que nos sostiene ante el asalto de un mundo que no quiere acoger a Cristo. Fe y esperanza son como las murallas de bronce de las que habla el profeta Jeremías: Protegen al amor, siempre frágil, de los embates de los que prefieren poseer a amar.

De los que prefieren aceptar dinero a cambio de su integridad. Mientras millones de españoles trabajan largas jornadas por sueldos con los que no llegan a fin de mes, y otros –más de cinco– sufren las consecuencias del paro, ha habido quienes se han creído merecedores de un dinero extra. Los actuales escándalos de corrupción son un  asalto intolerable contra la convivencia de todos, contra lo que hay de digno y de decente en este país, en el que tantos servidores de lo público –profesores, médicos y otros– hacen cada día más de lo que se les exige para mantener a flote sus servicios.

Fe no es vivir en las nubes. Comienza cuando abrimos los ojos a la realidad con esa misma mirada de Dios, que no transige con la mentira. Esperanza no es estar de brazos cruzados. Es actuar para sostener la fragilidad del amor asediado por la violencia de lo injusto. Llegará un día que solo quedará el amor, pero mientras llega ese día, no podemos perder ni la esforzada lucidez de la fe ni el trabajoso ímpetu de la esperanza.

Cuando escribo estas líneas el Presidente del Gobierno aún no ha comparecido. Espero que clarifique lo sucedido o que dimita. Pero más allá, de lo de Bárcenas, hay mucho que limpiar en las esferas políticas de nuestro país, para que podamos llegar a ser ese espacio de convivencia y solidaridad en el que podamos volver a confiar. No perdamos ni la fe ni la esperanza, protejamos el amor.