10 de marzo.
Cuarto Domingo de Cuaresma

Versión PDF

PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Josué 5, 9a. 1012

En aquellos días, el Señor dijo a Josué: «Hoy os he despojado del oprobio de Egipto.» 
Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó. El día siguiente a la Pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes ázimos y espigas fritas. Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. Los israelitas ya no tuvieron maná, sino que aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 33.

Antífona: Gustad y ved qué bueno es el Señor.  

Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren.  

Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias.

Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5, 17-21

Hermanos: 

El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. 

En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a el, recibamos la justificación de Dios.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 15, 1-3. 11-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.» 

Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.» 

El padre les repartió los bienes.

muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. 

Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.

Recapacitando entonces, se dijo: «Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.»

Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. 
Su hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.» 

Pero el padre dijo a sus criados: «Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.» 

Y empezaron el banquete. 

Su hijo mayor estaba en el campo. 

Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. 

Éste le contestó: «Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.» 

Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. 
Y él replicó a su padre: «Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.»

El padre le dijo: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.»»

Comentario a la Palabra:

Vivir sin miedo

Diría que el 99% de colegios y parroquias programan esta lectura del evangelio para sus celebraciones de la penitencia antes de la Primera Comunión. Muchas veces la historia se representa en breves escenas teatrales. Es un momento emotivo que los padres se apresuran a inmortalizar con sus teléfonos móviles o cámaras digitales. Los niños, sintiéndose especialmente amados ese día, no dudan en creer que Dios Padre y Madre los perdonará siempre, hagan lo que hagan, con sólo pedirlo.

¿Pero estamos los adultos dispuestos a creer seriamente en este perdón “gratis total”? Yo ciertamente, como ciudadano español, no estaré conforme mientras algunos sinvergüenzas que se han enriquecido fraudulentamente en los últimos años no acaben con sus huesos en la cárcel por una temporada.

La primera lectura es una llamada al trabajo y a la responsabilidad. Durante ese tiempo de emergencia que fue el Éxodo y la travesía por el desierto, el Señor había alimentado milagrosamente a su Pueblo con el maná. Lo podemos considerar como un tiempo de infancia para el pueblo de Israel. Como una madre, Dios cuidó de sus pequeños, pero ahora que han entrado en territorio cultivable, les toca producir el propio sustento. El modo normal de acoger la bendición de Dios es a través de nuestro esfuerzo, nuestra creatividad y nuestro trabajo. Descubrir con realismo cómo funciona el mundo es la tarea que nos hace adultos. Es un aprendizaje que no podemos escamotear –sobreprotegiéndolos– a nuestros adolescentes y jóvenes.

La parábola de hoy no está pensada como salvoconducto para los corruptos que siguen en la calle o en algún resort invernal. La gran mayoría de las personas que han cometido algún error reprobado socialmente –incluso sin culpa suya– pagan un alto precio por ello. El hijo pródigo siente en su propia carne los efectos de “haber vivido por encima de sus posibilidades”, de haber malgastado estúpidamente en la abundancia lo que ahora necesita para vivir con dignidad.

A los que no estamos emparentados con la realeza, ni conocemos los secretos de los todopoderosos partidos políticos, la vida nos coloca bien pronto en nuestro sitio. El hijo pródigo no sale de rositas de su alocada aventura.  Conocer la aversión de los judíos por la impureza del cerdo nos ayuda a entender el asco y la abyección de aquel que llega incluso a querer llenar su estómago con las algarrobas que comían estos animales. Es solo entonces, cuando toca fondo, cuando recapacita y decide regresar a su hogar. Imagina que no será ya recibido como hijo, pero agradecido aceptaría un puesto como empleado. Prepara su confesión por el camino: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo…”  Conocemos el desenlace: el abrazo del padre, el traje de fiesta y el anillo, el aroma de la carne asada, la música del banquete.

¿Está actuando bien el padre? ¿Cómo va a mantener el orden si no impone algún castigo? ¿Qué impedirá que el hijo pequeño vuelva a marcharse de casa llevándose otra importante parte de los bienes familiares? El hijo mayor se tiene por demasiado sensato como para unirse a una fiesta que es a su juicio una celebración de la falta de responsabilidad. Se imagina –no sin inconfesable envidia– las noches de juerga con bellas mujeres, las comilonas con vino y manjares exquisitos… ¡No! Sin un poco de miedo en el cuerpo ¿cómo asegurar el funcionamiento de las cosas?

Me ha impresionado en estos días en los que los cardenales ocupan las primeras páginas de los periódicos, la dimisión de Keith O’Brian, arzobispo de Edimburgo, por sus deslices sexuales de hace veinte años con varios sacerdotes. ¿Cómo se sentiría este hombre de iglesia, conocido fustigador de la comunidad gay, condenando públicamente una orientación sexual de la que formaba parte? El hermano mayor en él quizás quería mantener una fachada de orden a toda costa, mientras que el pequeño no pudo reprimir algún escarceo. Espero que ahora Dios le conceda reconciliarse consigo mismo y encontrar la paz.

Hace unos años, en una de las celebraciones penitenciales con niños en los que leímos esta parábola, se preguntó a los críos: Contadnos el final de esta historia, ¿qué paso con el hijo mayor? ¿Entró o no entró finalmente en la fiesta? Un chaval, guionista precoz de culebrones, contestó: “El hijo mayor se enfada, pide su parte de la herencia, se marcha a tierras lejanas, se lo gasta todo, experimenta la pobreza y el hambre, y ahora sí, ahora puede entender a su hermano”.

El padre no necesita tanto rodeo. Comprende aquello por lo que ha pasado su hijo que “estaba muerto y ha revivido”.  Ya ha sufrido bastante. Lo que menos necesita es más castigo o humillación.  Le trae sin cuidado el orden, le importa más el hijo que su obediencia.  Y no es verdad que la única manera de mantener a raya el caos sea la amenaza del castigo. El amor es más fuerte. Ser hijo consiste en vivir sin miedo.