24 de Marzo. Domingo de Ramos

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BENDICION DE RAMOS: EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según San Lucas. 19, 28-40.

En aquel tiempo, Jesús echó a andar delante, subiendo hacia Jerusalén.  Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos, diciéndoles: «Id a la aldea de enfrente; al entrar, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía.  Desatadlo y traedlo.  Y si alguien os pregunta: ‘¿Por qué lo desatáis?’, contestadle: ‘El Señor lo necesita’.»

Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho.  Mientras desataban el borrico, los dueños les preguntaron: «¿Por qué desatáis el borrico?»

Ellos contestaron: «El Señor lo necesita.»

Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos y le ayudaron a montar.
Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos.
Y, cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos, por todos los milagros que habían visto, diciendo: «¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto.»

Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos.»
Él replicó: «Os digo que, si éstos callan, gritarán las piedras.

PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Isaías. 50, 4-7

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento.

Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados.

El Señor me abrió el oído; y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que  me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos.

El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes;  por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

SALMO RESPONSORIAL.  Salmo 21.

Antífona: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre, si tanto lo quiere.»

Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos.

Se reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. 
Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.

Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. 
Fieles del Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo; temedlo, linaje de Israel.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Filipenses. 2, 6-11.

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

PASION DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas 22, 14-23,  56

C. Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: 
+ —«He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios.» 
C. Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo: 
+ —«Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios.» 
C. Y, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: 
+ —«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.» 
C. Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo: 
+ —«Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.» 
+ —«Pero mirad: la mano del que me entrega está con la mía en la mesa. Porque el Hijo del hambre se va, según lo establecido; pero, ¡ay de ése que lo entrega!» 
C. Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quien de ellos podía ser el que iba a hacer eso.
C. Los discípulos se pusieron a disputar sobre quién de ellos debía ser tenido como el primero. Jesús les dijo: 
+ —«Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que gobierne, como el que sirve. 
Porque, ¿quién es más, el que está en la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está en la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. 
Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el reino como me lo transmitió mi Padre a mí: comeréis y beberéis a mi mesa en mi reino, y os sentaréis en tronos para regir a las doce tribus de Israel.» 
C. Y añadió: 
+ —«Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos.» 
C. Él le contestó: 
S. —«Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte.» 
C. Jesús le replicó: 
+ —«Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces hayas negado conocerme.» 
C. Y dijo a todos: 
+ —«Cuando os envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?» 
C. Contestaron: 
S. —«Nada.» 
C. Él añadió: 
+ —«Pero ahora, el que tenga bolsa que la coja, y lo mismo la alforja; y el que no tiene espada, que venda su manto y compre una. Porque os aseguro que tiene que cumplirse en mí lo que está escrito: "Fue contado con los malhechores." Lo que se refiere a mí toca a su fin.»
C. Ellos dijeron: 
S. —«Señor, aquí hay dos espadas.» 
C. Él les contestó: 
—«Basta.» 
C. Y salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: 
+ —«Orad, para no caer en la tentación.» 
C. El se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba, diciendo: 
+ —«Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.» 
C. Y se le apareció un ángel del cielo, que lo animaba. En medio de su angustia, oraba con más insistencia. Y le bajaba hasta el suelo un sudor como de gotas de sangre. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la pena, y les dijo: 
+ —«¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación.» 
C. Todavía estaba hablando, cuando aparece gente; y los guiaba el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. 
Jesús le dijo: 
+ —«Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?» 
C. Al darse cuenta los que estaban con él de lo que iba a pasar, dijeron: 
S. —«Señor, ¿herimos con la espada?» 
C. Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. 
Jesús intervino, diciendo: 
+ —«Dejadlo, basta.» 
C. Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra él: 
+ —«¿Habéis salido con espadas y palos, como a caza de un bandido? A diario estaba en el templo con vosotros, y no me echasteis mano. Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas.» 
C. Ellos lo prendieron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor, y Pedro se sentó entre ellos. 
Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se lo quedó mirando y dijo:
S. —«También éste estaba con él.»
C. Pero él lo negó, diciendo:
S. —«No lo conozco, mujer.»
C. Poco después lo vio otro y le dijo:
S. —«Tú también eres uno de ellos.»
C. Pedro replicó:
S. —«Hombre, no lo soy.»
C. Pasada cosa de una hora, otro insistía:
S. —«Sin duda, también éste estaba con él, porque es galileo.»
C. Pedro contestó:
S. —«Hombre, no sé de qué me hablas.»
C. Y, estaba todavía hablando, cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negaras tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
C. Y los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él, dándole golpes. Y, tapándole la cara, le preguntaban:
S. —«Haz de profeta; ¿quién te ha pegado?»
C. Y proferían contra él otros muchos insultos.
C. Cuando se hizo de día, se reunió el senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y escribas, y, haciéndole comparecer ante su Sanedrín, le dijeron:
S. —«Si tú eres el Mesías, dínoslo.»
C. Él les contestó: 
—«Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto, no me vais a responder. Desde ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso.» 
C. Dijeron todos: 
S. —«Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?» 
C. Él les contestó: 
+ —«Vosotros lo decís, yo lo soy.» 
C. Ellos dijeron: 
S. —«¿Que necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca.» 
C. Se levantó toda la asamblea, y llevaron a Jesús a presencia de Pilato.
C. Y se pusieron a acusarlo, diciendo: 
S. —«Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey.» 
C. Pilato preguntó a Jesús: 
S. —«¿Eres tú el rey de los judíos?» 
C. Él le contestó: 
+ —«Tú lo dices.» 
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: 
S. —«No encuentro ninguna culpa en este hombre.» 
C. Ellos insistían con más fuerza, diciendo: 
S. —«Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí.» 
C. Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y, al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días. 
C. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero él no le contestó ni palabra. 
Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco. Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal.
C. Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo: 
S. —«Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré.» 
C. Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa, diciendo: 
S. —«¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás.» 
C. A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando: 
S. —«¡Crucifícalo, crucifícalo!» 
C. Él les dijo por tercera vez: 
S. —«Pues, ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré.» 
C. Ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío. 
Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.  
C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús. 
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por él. 
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: 
+ —«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: "Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado." Entonces empezarán a decirles a los montes: "Desplomaos sobre nosotros", y a las colinas: "Sepultadnos"; porque, si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?» 
C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.
C. Y, cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. 
Jesús decía: 
+ —«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» 
C. Y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte. 
C. El pueblo estaba mirando. 
Las autoridades le hacían muecas, diciendo: 
S. —«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.» 
C. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: 
S. —«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.» 
C. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos.» 
C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: 
S. —«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.» 
C. Pero el otro le increpaba:
S. —«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.» 
C. Y decía: 
S. —«Jesús, acuérdate de mi cuando llegues a tu reino.» 
C. Jesús le respondió: 
+ —«Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.» 
C. Era ya eso de mediodía, y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: 
+ —«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.»
C. Y, dicho esto, expiró. 

Todos se arrodillan, y se hace una pausa 

C. El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios, diciendo: 
S. —«Realmente, este hombre era justo.» 
C. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvía dándose golpes de pecho. 
Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando. 
C. Un hombre llamado José, que era senador, hombre bueno y honrado (que no había votado a favor de la decisión y del crimen de ellos), que era natural de Arimatea, pueblo de Judea, y que aguardaba el reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. 
Era el día de la Preparación y rayaba el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás a examinar el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. A la vuelta, prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento. 

Comentario a la Palabra:

ACTUANDO COMO
UN HOMBRE CUALQUIERA

La entrada de Jesús en Jerusalén es la dramatización del oráculo de Zacarías que anunciaba la llegada triunfal de un rey “justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna, (que) suprimirá los carros de Efraím y los caballos de Jerusalén; romperá el arco guerrero y proclamará la paz a los pueblos” (Zacarías 9,9-10).  Ésta y otras resonancias a palabras e imágenes del Antiguo Testamento demuestran que el evangelista ha buscado la forma de resaltar el alcance de los gestos de Jesús entrando de prestado y en una apariencia humilde en la Ciudad.  Hasta es posible que de fondo se haya buscado poner de manifiesto la gran diferencia entre la entrada del “rey Jesús” y las cabalgatas triunfales de los gobernadores romanos cuando entraban en las capitales romanizadas de la provincia de Asia, en la actual Turquía.

La escena de la entrada multitudinaria en Jerusalén es narrada por los cuatro evangelistas, pero con sus variantes.  Lucas suprime el grito de “Hosanna”, que mencionan los otros tres evangelistas.  Originalmente era una invocación para pedir la ayuda divina ante una dificultad (Salmo 118,25:  literalmente “sálvanos”), pero que se utilizaba también como expresión de alegría, tal como aparece igualmente en el mismo Salmo:  “bendito el que viene en nombre del Señor” (v.26).

San Lucas ha resaltado la dignidad regia que corresponde a Jesús.  “Bendito el rey que viene en nombre del Señor”.  Mateo no hace referencia a la realeza.  Marcos se refiere “al que viene en nombre del Señor y a la venida del reino de nuestro padre David”.  Juan une los dos términos de la aclamación:  “bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel”.  Destacando la aclamación a Jesús como rey, Lucas vuelve al tema que ya apareció en el anuncio del ángel: “el Señor Dios le dará el trono de su padre David y reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reinado no tendrá fin” (Lucas 1,32-33).  Destacar la condición regia de Jesús sobre la humilde cabalgata que le conduce a Jerusalén pone más de relieve la condición tan diversa del rey humilde y pacífico.  Todavía escuchamos en la segunda lectura el escándalo de su presencia:  “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.  Y así, actuando como  un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz”.  La nueva versión de la Conferencia Episcopal, de 2011, ha limado la expresión:  ”se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres.  Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo” (Filipenses 2,7-8).

Después del evangelio de las Palmas, hoy se lee la pasión según san Lucas.  El llamado “evangelista compasivo”, el evangelista con corazón, ha querido suavizar el horror de una muerte que los autores romanos definían como la más denigrante de la dignidad humana: mors turpissima crucis.  Lucas es el único que distingue entre los dos ladrones crucificados con Jesús.  Uno, al menos, reconoció que era una condena inmerecida para Jesús.  El grito del Señor antes de expirar no es el comienzo del Salmo 22 (“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”), sino que se toma del Salmo 31,6.  No fue, por tanto, un grito desesperado sino una expresión de confianza en el Dios Liberador.

Este evangelista es también el que ha recogido el apóstrofe de Jesús a las mujeres de Jerusalén, con una bienaventuranza que parece negar el valor de la maternidad:  “Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz”.   Es precisamente el deseo de ver el dolor desde el corazón de la madre.   Es el dolor de madres que en las calamidades públicas, en tiempos de guerra y barbarie, desearían haber evitado el encarnizamiento implacable contra el fruto de su vientre, amamantado con tanto amor. 

Presentar la pasión de Jesús en su crudeza, sin entrar en teorías sobre la violencia como elemento inevitable de la religión y de la sociedad, nos hace ver la realidad desde el lado de las víctimas, desde quien se ve pisoteado.   Quien ve las cosas desde el lado cómodo de la reflexión teológica – la otra dimensión – no conoce el dolor de quien se ve “acorralado por una jauría de mastines” (Salmo 22,13).  Nunca sabrá qué es verse abandonado a la brutalidad de la soldadesca del sanedrín.  Es el apogeo de la barbarie que se prolonga hasta el ensañamiento con muchas mujeres víctimas de la turba descontrolada en la India y en diversas naciones de África.

¿Por qué fue torturado Jesús?  Hasta donde podemos ver, porque se empeñó en ofrecer una imagen de Dios que no apoyaba el poder de los que en su nombre quieren gobernar la vida de los demás, a su imagen y semejanza.  Hoy son quienes inyectan sus apetencias políticas a gentes propensas a dejarse guiar y manipular. En tiempo de Jesús eran quienes pretendían mantener a toda costa “su templo”, el mismo que Jesús presumía que podría sustituirlo por otro, el auténtico, que se cimienta en el respeto a la persona, templo de quienes han sido creados “a imagen y semejanza de Dios”.  Si entramos en el campo de las teologías, ya es posible mirar hacia otra parte y pasar por el alto el sufrimiento del inocente.  “Tuvo que morir”, “era voluntad de Dios, que exigía una reparación del pecado de la humanidad”.  Esto del pecado de la humanidad es lo que más les gusta a los jefes, porque siempre será el pecado del pueblo, de todos los demás, no el pecado de las autoridades que corrompen el sentido de la verdadera religión, la de Jesús.

Imaginar que Dios preparó o exigió el aniquilamiento de Jesús – la expresión fue utilizada por san Pablo – es admitir que se puede aprobar religiosamente la inmolación de los kamikazes.   Es justificar que los terroristas islámicos sigan asesinando a mansalva en nombre del Dios Grande.  Al cabo de dos mil años, la Pasión demuestra hasta dónde puede llegar el fanatismo y la crueldad de instituciones que ante todo se sirven a sí mismas.   Jesús quiso una religión que no conociera más lenguaje que el del amor y la reconciliación entre seres humanos, como el único tributo que podemos ofrecer en nombre de Dios.