28 de abril. Quinto Domingo de Pascua

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 14, 21b-27

En aquellos días, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios. 

En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Predicaron en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que acababan de cumplir. 

Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 144.

Antífona: Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi rey. 

El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas.  

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.

Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura del libro del Apocalipsis 21, 1-5a

Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: «Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado.» Y el que estaba sentado en el trono dijo: «Todo lo hago nuevo.»

EVANGELIO.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 13, 31-33a. 34-35

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.  Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros.  Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»

 

Comentario a la Palabra:

La señal por la que os conocerán

La de Antioquía de Siria fue la primera comunidad importante fuera de Palestina, el primer lugar donde los discípulos de Jesús fueron llamados “cristianos” (Hechos 11, 26). Más allá de un nombre, esta denominación indica cómo la Iglesia empezó a desarrollar una conciencia propia al salir de la tierra en la que había nacido.

Los cristianos de Antioquía eran gente con iniciativa. Su creatividad ganó muchos puntos con el fichaje de Pablo, que llegaría a ser el misionero con mayor alcance de aquella primera generación y quizás de toda la historia. Tras orar intensamente, deciden mandarle con Bartolomé al primero de los viajes misioneros.

La primera lectura de hoy nos cuenta el final de ese viaje. En el camino de regreso, Pablo visita las comunidades que fue fundando en el de ida. Nombra responsables como forma de dar continuidad a la obra que había iniciado. Por primera vez asambleas compuestas mayoritariamente por no-judíos participan de esa comunión que es la Iglesia. El sueño de Jesús de un evangelio predicado a todos los pueblos empezaba a hacerse realidad.

No sin dificultades. De vuelta a casa, el Apóstol relata las adversidades que enfrentaron en cada ciudad. En Listra le apedrearon hasta darle por muerto. “Hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios”, les dice.

Tras un tiempo de descanso entre los suyos, emprenderá un segundo viaje, un tercero y un cuarto. Irá cada vez más lejos, siempre hacia el oeste, llevado de su deseo de anunciar la Buena Noticia de Jesús hasta los confines de la tierra. Su meta soñada, la que probablemente nunca llegó a alcanzar, era el extremo occidental del mundo entonces conocido: España.

 

“Enjugará las lágrimas de sus ojos”. Es uno de los gestos más tiernos que los seres humanos podemos hacer o dejarnos hacer. El autor del Apocalipsis imagina a Dios como una madre que acoge a sus hijos. Vienen llorando de su paso por la vida y la muerte.

Llama la atención que el mundo nuevo vislumbrado por el Apocalipsis carezca de mar: “El mar ya no existe”. ¡A nosotros que nos encanta la costa! Para la Biblia, sin embargo, el mar es un lugar a evitar por una razón: No se ve lo que hay dentro. Esconde monstruos que se revuelven desatando tempestades. En este pasaje del Apocalipsis, el mar desaparece. En otro lugar del mismo libro, se vuelve transparente (Ap 4,6). Al final de la historia desaparecerá lo opaco y se podrá ver por fin con claridad el sentido de todas las cosas, pero entonces no harán falta largas explicaciones. Dios consolará a los que llegan llorando y proclamará el fin de lo injustificable: la muerte y el mal.

 

Hasta entonces se nos pide ser fuertes (Lo que no excluye que alguna vez podamos llorar). La vida es dura y tenemos que estar preparados para resistir. Los protagonistas de las dos primeras lecturas de hoy, Pablo y Juan, conocieron las envidias, la agresión física, la cárcel. En el evangelio, Jesús vive la prueba aún más dolorosa de la traición.

A Jesús le queda poco tiempo. Sus palabras se vuelven densas: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. El signo por la que se nos ha de reconocer como seguidores de Cristo no será el logo con más éxito de la historia, la cruz; ni el magnífico edificio renacentista que tenemos por sede. “La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”.

En una semana en la que hemos sabido que el paro ha ascendido por encima de los seis millones y que hay dos millones de familias en la que no entra ningún sueldo, hablar de amor nos compromete. Jesús amó con una profunda misericordia, que le llevaba a menudo a conmoverse. No rechazó a nadie y optó por acercarse a los excluidos. Su amor no es la nube de sentimientos cálidos que se nos vende como deseable, sino ese otro esforzado y realista cuyo precio han pagado los que de entre nosotros han aprendido a seguirle.

Me alegro que últimamente, aunque sea por la crisis, se hable más de Cáritas que de los obispos en España. Porque lo que nos identifica es ese amor que no desvía la mirada del que sufre, un amor sin glamour, con protagonistas que no van a la moda, como las personas que aparecen en “Estoy en ello”, el documental producido por el Programa a favor del Empleo, de Cáritas. No lo dicen, ni falta que hace, pero se sintieron amados, de eso se trata.