12 de mayo. Ascensión del Señor

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 1, 1-11.

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo.  Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.

Una vez que comían juntos, les recomendó: «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado.  Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.»

Ellos lo rodearon preguntándole: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?

Jesús contestó: «No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad.  Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta los confines del mundo.»

Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista.  Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?  El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.»

SALMO RESPONSORIAL.  Salmo 46.

Antífona: Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.

Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra.

Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro Rey, tocad.

Porque Dios es el rey del mundo; tocad con maestría. 
Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su trono sagrado.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Efesios 1, 17-23.

Hermanos: 

Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo.  Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo.  Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

EVANGELIO.

Conclusión del santo evangelio según san Lucas 24, 46-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.  Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.» 

Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo.  Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo.  Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.

Comentario a la Palabra:

"¿Qué Hacéis ahí Plantados
Mirando al Cielo?"

El tema de la Ascensión sólo ha sido desarrollado con cierta autonomía por san Lucas.  En el final del evangelio se describe en tres versículos la Ascensión:  Jesús conduce a los discípulos hacia Betania y, mientras les bendice solemnemente, desaparece de su lado (Lucas 24,50-51).  El término utilizado para indicar esta desaparición, diéste (aoristo segundo de diistamai) es un verbo genérico para indicar la partida de alguien que formaba parte de un grupo o que simplemente estaba en compañía de otras personas.   Lo único llamativo es que quien se va es el Resucitado y que a continuación se dice que su partida se debe a que “era levantado, esto es, subido hacia el cielo”.  Los discípulos le adoraron y volvieron a Jerusalén con gran alegría (Lucas 24,52).    Tal como lo describe el evangelio el centro de atención no es tanto la despedida de Jesús como la solemne bendición a los discípulos, que en la forma y en el vocabulario parece inspirarse en la bendición solemne del sumo Sacerdote Simón II, muerto hacia 195 a.C., tal como la describe el autor del Eclesiástico 50,20-21.

El libro de los Hechos ofrece un relato más pormenorizado, ya que está desde el prólogo presente en la intención del autor.  El día en que Jesús “fue llevado a lo alto”, anelemfze, marcó el término del relato evangélico.  Y en el mismo instante comienza el relato de la misión de los discípulos.

Curiosamente, algunos manuscritos antiguos omiten el término técnico de la Ascensión o Asunción – éste último sería una traducción más fiel – y dicen únicamente que Jesús, a “la vista de sus discípulos, fue levantado y una nube lo apartó de sus ojos” (Actos 1,9).  El término técnico de la Ascensión, análempsis, del verbo analambáno, que en pasiva significa literalmente “ser tomado hacia lo alto”, sólo es usado en toda la Biblia en Lucas 9,51: “al cumplirse los días de su ascensión” (¿al acercarse el momento de su muerte?).

Junto a la descripción más realista que leemos en el texto actual, circuló en los primeros siglos de la Iglesia, una referencia mucho más sobria, que refleja también un texto de san Agustín:  “una nube lo llevó y lo quitó de su vista”.  No hay referencia al “ser llevado a lo alto”.  Sin embargo, todos los testimonios mencionan la visión de los discípulos: “ellos miraban fijamente al cielo viéndolo irse” (Actos 1,10).

En la noche que precede a la fiesta de la Ascensión los franciscanos de Tierra Santa organizan su vigilia en torno a la capilla en cuyo pavimento se admiran unas huellas que los más crédulos identifican con las huellas de los pies de Jesús antes de abandonar la tierra.  En una ocasión pude acompañar a los franciscanos desde Betania hasta el Monte de la Ascensión en la víspera de la fiesta.  En nuestro grupo caminaba penosamente un joven franciscano que había dejado su convento en Norteamérica para pasar en la comunidad del Santo Sepulcro de Jerusalén los pocos meses que él sabía le quedaban de vida, a causa de una grave enfermedad del pulmón.   El camino, que normalmente se hace en poco más de media hora, duró cerca de tres.  A nuestro amigo le faltaba el aliento y teníamos que detenernos continuamente en la subida.  No hacía más que decirnos:  “Ésta sí que es mi ascensión”.  Y fue así porque antes de la media noche voló al cielo, justo cuando comenzaba la vigilia de oración.

Los discípulos que miran al cielo nos están indicando dónde hemos de buscar el punto focal de la narración.   Que Jesús subió o fue arrebatado, que lo vieron o no cuando subía, importa poco.  Lo importante es retener que Jesús resucitado se encuentra ya en el cielo.  Hay una intención explícita en recalcar este punto, mencionado cuatro veces: los discípulos miran al cielo (Actos 1,10); los hombres vestidos de blanco les reprochan que miren al cielo, ya que ese Jesús, asunto al cielo, lo verán volver tal cual le vieron marchar al cielo (Actos 1,11).  “Al cielo, al cielo”, repetido cuatro veces, parece ser la respuesta expeditiva que damos a quien pregunta con la misma insistente ingenuidad dónde se encuentra o a dónde se fue una persona difunta que veíamos siempre a nuestro lado.

El cielo es tomado como designación de la esfera de lo divino o también como designación del mismo Dios, según una circunlocución normal en el uso judío para evitar nombrar expresamente a la divinidad.   Como el cielo, también la nube tiene una función simbólica.  No se trata de la nube de las teofanías, que indica la trascendencia divina, como en el relato de la Transfiguración, en el que la voz viene desde la nube (Lucas 9,35).   Ésta es la nube que aparece en los textos que anuncian la venida del hijo del Hombre (Lucas 21,27: “en la nube”, mientras que los lugares paralelos de Mateo y Marcos dicen “en las nubes”).   La nube tapa a Jesús a los ojos de los discípulos, igual que la nube lo descubrirá cuando retorne.   Quizá la nube se entiende como pura indicación del cambio de perspectiva: la nube indica el tiempo de la ausencia como luego indicará el momento del retorno.

La Ascensión es una teologización del triunfo de Cristo, no la descripción de un acontecimiento.  Los primeros astronautas que ascendieron a los cielos se enteraron de lo que todo creyente sabe de antemano: que el cielo no anda por ahí, sobre las nubes.  Y que las huellas del Resucitado no están en el Monte de los Olivos sino en la vida de los que “se volvieron a Jerusalén con gran alegría”.   Alegres porque Jesús se adelantó a la meta que nos promete.   La Ascensión confirma la verdad de su promesa, que Él nos aguarda en el cielo.  Como nos invita este verso del poeta inglés W.H.Auden:  “Él es la Verdad.  Búscalo en el reino de la ansiedad.  Llegarás a una gran ciudad que durante años aguarda tu regreso” (For the Time Being. A Christmas Oratorio, New York 1944).