9 de junio.
Domingo X del Tiempo Ordinario

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del primer libro de los Reyes 17, 17-24

En aquellos días, cayó enfermo el hijo de la señora de la casa. La enfermedad era tan grave que se quedó sin respiración. Entonces la mujer dijo a Elías: «¿Qué tienes tú que ver conmigo? ¿Has venido a mi casa para avivar el recuerdo de mis culpas y hacer morir a mi hijo?»

Elías respondió: «Dame a tu hijo.»

Y, tomándolo de su regazo, lo subió a la habitación donde él dormía y lo acostó en su cama. Luego invocó al Señor: «Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me hospeda la vas a castigar, haciendo morir a su hijo?»

Después se echó tres veces sobre el niño, invocando al Señor: «Señor, Dios mío, que vuelva al niño la respiración.»

El Señor escuchó la súplica de Elías: al niño le volvió la respiración y revivió. Elías tomó al niño, lo llevó al piso bajo y se lo entregó a su madre, diciendo: «Mira, tu hijo está vivo.»

Entonces la mujer dijo a Elías: «Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor en tu boca es verdad.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 29.

Antífona: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.

Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante; su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto; por la mañana, el júbilo.

Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme. Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 1, 11-19

Os notifico, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo.

Habéis oído hablar de mi conducta pasada en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y me señalaba en el judaísmo más que muchos de mi edad y de mi raza, como partidario fanático de las tradiciones de mis antepasados.

Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara a los gentiles, en seguida, sin consultar con hombres, sin subir a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, y después volví a Damasco.

Más tarde, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Pedro, y me quedé quince días con él. Pero no vi a ningún otro apóstol, excepto a Santiago, el pariente del Señor.

EVANGELIO.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 7, 11-17

En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.  Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: «No llores.»

Se acercó al ataúd, lo toco (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!»

El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.»

La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.

Comentario a la Palabra:

Una particular compasión

Solo Lucas reporta este relato de la resurrección de un joven, una de las tres atribuidas a Jesús por los evangelios. Su lugar peculiar en el año litúrgico hace que sea uno de los pasajes menos leídos en la liturgia dominical. Desde que la web de Acoger y Compartir empezó a publicar homilías hace una década, es la primera vez que escribimos sobre este milagro.

La misericordia ocupa el centro de la narración. La viuda y el joven muerto nítidamente enfocados en medio de una multitud borrosa que los rodea. Jesús se conmueve. ¿Le recordaba esa madre a la suya propia, que se verá también pronto viuda y sin su único hijo? Tras la expresión “le dio lástima” de la traducción oficial, descubrimos el término griego “splanjnízomai”, que quiere decir “compadecerse hasta las entrañas”.

Una palabra dirigida a ella, otra a él. “No llores” –le dice a la mujer que no puede dejar de sollozar ante su hijo perdido, su única razón de vivir y el sustento de su viudedad. “¡Levántate!” –le ordena al  muchacho que yace. Al instante el joven se incorpora y se pone a conversar con Jesús. ¿Qué le diría aquel para quien la muerte había sido sólo una experiencia temporal, un periplo de pocas horas? Cristo se lo entrega a su madre.

¿Qué hubiera pasado aquel día si Jesús, en lugar de tomar el camino de Naín, hubiera decidido ir por otra ruta? Un encuentro fortuito terminó en un milagro que cambió la muerte en vida. ¿Pero por qué Dios se ocupó de este particular caso y no de millones de otros? ¿Qué pasa con las ocasiones en las que la casualidad no es portadora de salvación sino de desgracia?

La muerte le concede una prórroga al joven de Naín, pero volverá a visitarle. Mientras, puede ocuparse de su madre. Pasado el primer momento, no será nada especial: Buscar un trabajo para ganarse el sustento, comidas en casa, tiempo con los amigos... Quizás más adelante conocerá a una mujer, fundará una familia, tendrá hijos, envejecerá. La compasión de Jesús y la suerte de que pasara por ahí justo en aquel momento hará posible unos años más de vida que de otra manera no hubiera tenido. Aquel concreto acto de misericordia –¿hay alguno que no lo sea?– quedará para siempre entretejido en el relato de quién es (Ahora nos damos cuenta de que ni siquiera conocemos su nombre).

Mientras vivimos en el tiempo, a través de encuentros y desencuentros que van tejiendo nuestra identidad, Dios se va introduciendo en nuestra particular historia, ¿o somos nosotros quienes vamos siendo religados a la historia de Dios?

La narración de aquel acontecimiento debió circular entre los campesinos de Galilea durante décadas. Ninguno de los otros evangelistas lo recogió. Lucas, que se había propuesto “investigar cuidadosamente todo lo sucedido” (1, 3) lo escuchó mientras realizaba su trabajo de campo y lo incorporó a su evangelio.

La resurrección del joven de Naín se descubre entonces como signo que apunta a una resurrección de otro género, la de Cristo. Jesús es Dios entretejiéndose en la historia humana, encarnándose en un yo particular con sus peculiaridades y limitaciones, un individuo enlazado a las vidas de otros individuos, todos ellos marcados por la contingencia y la finitud. Como el común de los mortales, Jesús murió, pero a diferencia de todos los demás regresó de la muerte para no morir más. Así, el que se había anudado por la compasión a cada ser humano estrenó para todos una esperanza inaudita.

Sin dejar de ser lo que somos, seres necesitados de un abrazo, de una voz amiga que nos diga: “No llores”; siendo lo que somos en esta humanidad marcada por la precariedad y la incerteza, tan vulnerables que una palabra fuera de lugar puede deprimirnos, pendientes siempre de seguir contando con lo necesario para no morir de hambre, de frío o de pena, somos anudados a la historia con que Dios extiende nuestra humanidad más allá, desbordando la muerte.

Por su compasión, el Hijo del Hombre se une a todo ser humano, en los momentos luminosos y en aquellos en los que nos sentimos atrapados y sin futuro. Por su resurrección, abre para cada uno un camino de esperanza, inesperadamente, como aquel día en Naín.