14 de julio.
Domingo XV del Tiempo Ordinario
PRIMERA LECTURA.
Lectura del libro del Deuteronomio 30, 10-14
Moisés habló al pueblo, diciendo:
«Escucha la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de esta ley; conviértete al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma.
Porque el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda, ni inalcanzable; no está en el cielo, no vale decir: «¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?»; ni está más allá del mar, no vale decir:
¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?
El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo.»
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 18.
Antífona: Los mandatos del Señor alegran el corazón.
La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante.
Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.
La voluntad del Señor es pura y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.
Más preciosos que el oro, más que el oro fino;
más dulces que la miel de un panal que destila.
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1, 15-20
Cristo Jesús es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.
EVANGELIO.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 10, 25-37
En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?»
Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»
Él contestó: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.»
Él le dijo: «Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.»
Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?»
Jesús dijo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayo en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: «Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.» ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?»
Él contestó: «El que practicó la misericordia con él.»
Díjole Jesús: «Anda, haz tú lo mismo.»
Comentario a la Palabra:
"Anda, haz tú lo mismo"
Más que una parábola, el relato del evangelio de hoy es un relato ejemplar. La diferencia con la parábola está en que el ejemplo parece tomado de la vida real, lo cual facilita el efecto de la persuasión. El oyente llega a creer que se trata de un hecho de la vida real y se identifica más fácilmente con alguno de los personajes del relato. Es lo que logran Natán y la mujer de Técoa al enfrentar a David con dos casos que parecen tomados de la realidad. En el evangelio de san Lucas encontramos varios de estos ejemplos, pertenecientes a un género literario querido por san Lucas. Además del de hoy tenemos los ejemplos del labrador rico (Lucas 12,16-21); del rico epulón y el pobre Lázaro (Lucas 16,19-31); del fariseo y el publicano (Lucas 18,9-14).
El ejemplo del Buen Samaritano, igual que el relato de la salida del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, sobresale dentro del género del relato ejemplar Éste se limita generalmente a indicar la decisión moralmente justa en una situación particular. En cambio, el ejemplo del Buen Samaritano nos lleva a un “concreto universal” que busca un impacto en el conjunto de la vida moral y propone un nuevo ángulo de visión para orientar la conducta del individuo.
En este sentido, el ejemplo del Samaritano recoge y amplía la moral del Antiguo Testamento que enseña que has de “amar al prójimo como a ti mismo” (Levítico 19,18). En este “como a ti mismo”, kamoja, se encuentra la raíz del concepto de alteridad. La lección que da Jesús va más allá de esa exhortación, porque, a diferencia de la moral judía, “el prójimo” no se determina en círculos concéntricos que, a partir del YO, definen la “proximidad”: hay que practicar la “reverencia hacia la madre y el padre” (Levítico 19,3); amor a los paisanos y connacionales (Levítico 19,18); en el círculo extremo, está el extranjero que habita de manera estable en el país (Levítico 19,34: “lo amarás como a ti mismo, porque vosotros fuisteis inmigrantes en la tierra de Egipto”). Pero, ¿a quién se da la prioridad? Cuando se comienza desde el propio YO, es normal que nos enredemos en la pregunta sobre “quién es el prójimo” (Lucas 10,29). Este enredo aparece en la dificultad que se refleja en el capítulo 19 del Levítico para distinguir entre “prójimo”, “hermano”, “hijo de la nación”.
El ejemplo del Samaritano cambia esta perspectiva egoísta: “prójimo” es el que no da rodeos ni pasa de largo, sino que se aproxima para ayudar a quien necesita ayuda perentoria. “Prójimo” es quien sabe actuar solidariamente y entiende su vida como “ser para los otros”. En el “des-interesarse” de uno mismo nosotros nos interesamos por los demás. El problema de los derechos humanos no es el problema de cómo yo consigo defender e imponer a los demás mis derechos, sino el problema de cómo la parte de la humanidad que tiene sus derechos consigue crear espacios para que también los demás alcancen los suyos. “No escojo yo al pobre a quien debo dar de comer, sino que es el pobre quien irrumpe en el horizonte de mi Yo y, modificando mis planes, me llama para que le ayude a superar su hambre. Ésta es la responsabilidad bíblica que no nace del Yo, sino que precisamente pone en cuestión la soberanía del Yo”. Es la ética de la responsabilidad que Manuel Lévinas ha defendido como típica de la enseñanza bíblica.
El ejemplo del Buen Samaritano provoca una “colisión de horizontes” entre el lector y el mundo que pretende crear Jesús. No basta deducir una “lección”. El ejemplo del Buen Samaritano busca mucho más que dar una lección de caridad fraterna: pretende que nadie se atreva a poner límites al amor. En la intención de san Lucas este ejemplo nos hace entrar en un “análisis contextual en expansión”, en un contexto narrativo tan dilatado que haga brotar nuevas iniciativas para el amor. El amor al prójimo exige entrar afectiva y efectivamente en el mundo de nuestro prójimo. El evangelio exige la respuesta creativa a un mundo de nuevas posibilidades.
El papa emérito Benedicto ha escrito un comentario valiente: “Si aplicamos [la parábola] a la sociedad globalizada, vemos cómo las poblaciones de África que viven robadas y saqueadas nos miran de cerca. Entonces vemos cómo son «prójimas» a nosotros; vemos que nuestro mismo estilo de vida, la historia en la que estamos metidos las ha despojado y sigue despojándolas. Sobre todo por el hecho de que las hemos herido espiritualmente. En lugar de darles a Dios, el Dios cercano a nosotros en Cristo, y en lugar de aceptar todo lo que hay de grande y precioso en sus tradiciones a fin de llevarlo a perfección, les hemos llevado el cinismo de un mundo sin Dios, en el que cuentan sólo el poder y el dinero; hemos destruido los criterios morales de forma que la corrupción y un afán de poder sin escrúpulos resultan comportamientos obvios. Y esto no vale solamente para África” (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 7.2 (p. 234, ed.ital.).
Es la tónica de la homilía del papa Francisco en la misa celebrada en la isla de Lampedusa el lunes de esta semana, 8 de Julio de 2013: “hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, de los que hablaba Jesús en la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio muerto al borde del camino, quizás pensamos «pobrecito», y seguimos nuestro camino, no nos compete; y con eso nos quedamos tranquilos, nos sentimos en paz. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia. En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne!