17 de noviembre.
Domingo XXXIII del T.O.
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PRIMERA LECTURA.
Lectura de la profecía de Malaquías 3, 19-20a.
Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir -dice el Señor de los ejércitos-, y no quedará de ellos ni rama ni raíz.
áun sol de justicia que lleva la salud en las alas.
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 97.
Antífona: El Señor llega para regir la tierra con justicia.
Tañed la cítara para el Señor, suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas, aclamad al Rey y Señor.
Retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan;
aplaudan los ríos, aclamen los montes al Señor, que llega para regir la tierra.
Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud.
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la segunda carta del apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 3, 7-12.
Hermanos:
Ya sabéis cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: no vivimos entre vosotros sin trabajar, nadie nos dio de balde el pan que comimos, sino que trabajamos y nos cansamos día y noche, a fin de no ser carga para nadie. No es que no tuviésemos derecho para hacerlo, pero quisimos daros un ejemplo que imitar. Cuando vivimos con vosotros os lo mandamos: El que no trabaja, que no coma. Porque nos hemos enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada. Pues a esos les mandamos y recomendamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan.
EVANGELIO.
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 21, 5-19.
En aquél tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.»
Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuando va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?»
Él contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: ‘Yo soy’, o bien: ‘El momento está cerca’; no vayáis tras ellos.
ando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.»
Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.»
Comentario a la Palabra:“El Final no Vendrá Enseguida”
En el penúltimo domingo del año litúrgico el evangelio nos propone el tema del final de los tiempos sobre el cuadro histórico de la destrucción de la ciudad de Jerusalén por los ejércitos de Roma el año 70 d.C. San Lucas, que escribe su evangelio hacia el año 85, refleja la situación anímica de los judíos que habían imaginado que la conquista de la ciudad iba a ser el fin del mundo.
El de hoy pertenece a un discurso que refieren los tres primeros evangelios y que suele calificarse de apocalíptico, ya que menciona la destrucción del Templo de Jerusalén, una catástrofe que se creía premonitoria del fin del mundo. Comparado con los otros dos evangelistas sinópticos, Lucas ha suavizado el cuadro: no menciona “el comienzo de los dolores” (Marcos 13,9) ni “la abominable desolación” (Marcos 13,14). Son pequeños detalles que indican el deseo de no abrir las heridas por desgracias que ya se daban como pasadas. Pero sin descuidar la perplejidad que seguía flotando sobre las comunidades cristianas perseguidas. Frente a la persecución este discurso promueve una invencible esperanza. Pero sin fomentar la creencia en un próximo retorno, casi por sorpresa, del Hijo del Hombre, tema que tiene un amplio desarrollo en el pasaje correspondiente del evangelio de san Mateo (24,29-44).
Sin borrar ese panorama trágico, el mensaje dominante es alentador: “no sigáis a los profetas de calamidades”; “no os dejéis engañar”; “no vayáis tras ellos”; “no tengáis pánico”; “el final no vendrá en seguida”. No es la espera de un retorno inminente del Señor, sino la serenidad en medio de la confusión inevitable. “Haced propósito de no preparar vuestra defensa”, es una recomendación que va en la misma línea, casi paradójica: proponeos no proponer, no preparar nada. La confianza en las palabras de Jesús viene no solamente de su autoridad personal, sino también de la confirmación de sus dotes proféticas, pues su predicción de la caída del Templo y de la Ciudad se cumplió.
En estos días millones de personas han vivido la tragedia del tifón en las Filipinas no imaginando sino viviendo lo que para ellos ha sido el fin del mundo. De hecho su mundo, su ciudad, Tacloban, su casa, su familia, se vinieron abajo y ellos han tenido que vivir la destrucción completa de su mundo. Haríamos cualquier cosa por aliviar su desesperación y por ayudarles a reconstruir su vida. Cuando este domingo asistan a la misa dominical, si es que encuentran una iglesia en pie, ¿qué dirán al escuchar este evangelio? Ni ellos ni nosotros vamos a la iglesia para que nos recuerden los motivos de nuestra angustia. Y, sin embargo, sabemos que es preciso estar preparados para el sobrevenir de esas catástrofes sobre todo en regiones donde hacen aparición habitual.
Hacer frente a las amenazas reales o imaginarias contra la vida en el mundo no tiene por qué atenazar nuestro espíritu. Tanto el futuro de nuestra vida como el futuro del mundo tenemos que enfocarlos a partir del misterio de Dios. Todo ser mortal está por definición llamado a morir. Este dato seguro no debe cerrar nuestro horizonte, porque Dios está por encima de nuestra condición contingente. Si incluso el Hijo ignora el día y la hora del final del mundo (Marcos 13,32; Mateo 24,36), es prueba de que el futuro que Dios reserva a la humanidad no es ni imaginable ni previsible.
De esta manera se quita el impacto de quienes durante toda la historia cristiana, hasta nuestros días, manipulan el miedo natural de cualquiera de nosotros ante un futuro incierto. Incierto es el tiempo que hoy vivimos. Pero no ha ido a peor. Es verdad que en muchos países los cristianos siguen siendo denunciados y asesinados. Pero en medio de tanta violencia, la causa de la paz y de la libertad avanza sin pausa.
Hay muchos motivos para seguir confiando. La primera lectura recoge un oráculo de esperanza en la justicia divina, que no mete a todos en el mismo saco, pues sabe distinguir entre justos y malvados. Son imágenes utilizadas en el evangelio de san Mateo para aludir a la separación entre trigo y cizaña “al final de los tiempos” (Mateo 13,42-43). Entonces era posible calcular los tiempos ya que manejaban cifras imaginables. Hoy “tiempo presente”, “futuro”, “final de los tiempos” son expresiones que difícilmente encajan en las cifras tan abultadas que maneja la historia de la humanidad. Que “al final” se hará justicia significaría hoy que hemos de seguir sin rémora un “camino de justicia”, convencidos de que es el camino seguro, el que en fin de cuentas salvará a la humanidad.
Nuestra esperanza se asienta sobre un dato real, no sobre una fantasía. “Con vuestra perseverancia” os salvaréis. Es un resorte que nos ayuda a reforzar una dimensión básica de nuestra fe y, además, a no perder la cabeza, a mantener la salud mental. Sabemos que “ni un cabello de nuestra cabeza perecerá”, según la expresión frecuente en el Antiguo Testamento y que san Pablo utilizó para calmar la ansiedad de la tripulación y de los pasajeros amenazados por la tormenta en el mar (Hechos27,34).
Nuestra esperanza se mantiene firme incluso ante el deterioro de la creación. La esperanza en Dios aleja la ansiedad, “aunque tiemble la tierra y los montes se desplomen en el mar” (Salmo 46,2). No es seguro que los tifones sean el resultado del calentamiento global. Pero es un deber cristiano promover el cuidado de la creación y prevenir esos golpes terribles de los elementos enfurecidos. El Salmista nos invita a compartir nuestra esperanza de modo que hasta el mundo creado exulte ante un futuro distinto: mar y tierra retumbando, ríos y montes aclamando. “Tañed la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas aclamad al Rey y Señor. Retumbe el mar y cuanto contiene; la tierra y cuantos la habitan; aplaudan los ríos, aclamen los montes al Señor que llega para regir la tierra” (Salmo 97,5-9).