1 de diciembre
Primer Domingo de Adviento

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Isaías 2, 1-5

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas.  Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: “Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén, la palabra del Señor.” Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor.                          

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 121.

Antífona: Que alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”.

¡Que alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”!
Ya están pisando nuestros pies tus umbrales Jerusalén.

Allá suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén: “Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros, seguridad en tus palacios”

Por mis hermanos y compañeros, voy a decir:
“La paz contigo”.  Por la casa del Señor, nuestro Dios, te deseo todo bien.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 13, 11-14a.

Hermanos:

Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer.  La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad.  Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias.  Vestíos del Señor Jesucristo.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 24, 37-44.

En aquél tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»

Comentario a la Palabra:

AL QUE ARRIESGA,
EL SEÑOR NO LO DEFRAUDA

Con una llamada a la alegría del evangelio ha clausurado el Papa Francisco el año de la fe. Tratándose casi de un texto programático aparecido en el tránsito de un ciclo litúrgico a otro, podríamos pensar que es un texto para dar profundidad al tiempo nuevo del Adviento.

Este primer domingo de Adviento iniciamos el Ciclo A del tiempo litúrgico. Nos acompañará el evangelio de San Mateo. Reiniciamos el camino de la fe concreta del tiempo presente, para “darnos cuenta del momento que vivimos”. Para darnos cuenta. Para despertar. Para soplar en las brasas de la utopía, de la Esperanza. Para transformar las espadas en arados. Para invertir en desarrollo lo que se emplea en armamento. Para ser llamados “Hijos de Dios” por nuestro compromiso con la Paz.

El programa de Adviento tiene su raíz en la tierra. El, nuestro Dios, ha decidido venir a la tierra y acepta la posibilidad de que yo lo rechace; pero Él viene.

Adviento es un tiempo para renovar nuestra acogida a la Palabra hecha Carne. Acoger al Dios que viene a nosotros como Luz. Y que ha decidido acompañarnos “como un hombre cualquiera”. Espera encontrar nuestra vida abierta al misterio, abierta al Espíritu. Capacitándonos para descubrir eso que no morirá en nosotros.

El corazón humano se alimenta de la Esperanza cuyo camino ha abierto “el Señor que viene”.  Las utopías del pueblo de Israel se actualizan en el anhelo creciente de cada creyente que ve la hondura del presente.

Adviento, tiempo para reemprender el camino, para renovar el compromiso que nos permite sostener los sueños de un mundo en el que “no alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra”.  Tiempo para responder a la llamada que Dios nos hace y caminar “a la luz del Señor”.

Cuatro semanas de búsqueda. Buscamos desde nuestra precariedad. Nuestras pobrezas y carencias no nos paralizan. Dios está ahí como luz. Es Él quien llama. Nuestra respuesta es “caminar” incluso sin conocer el camino. Llenos del impulso interior que nos dice “es hora de espabilarse”. Hace tiempo que empezamos a creer, pero nos hemos adormilado. Quizá por eso no vemos lo que es indigno y está en nuestro entorno o en nosotros. Despertemos la dignidad. Estemos en vela, pero sin temores que nos lleven a la dañina tristeza.  Comprendamos que como en los tiempos de Noé ya hay un arca para todo ser humano. Este Arca Universal es Cristo Jesús. En Él hay un sitio para todos.  Buscamos un encuentro con Él. Nos llama y espera.

El Papa Francisco, en la exhortación Evangelii Gaudium, nos invita a esa búsqueda, a ese encuentro: “Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor». Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido!”

Si este encuentro no rompiera aguas también diariamente hacia los demás, moriría en el yermo de la esterilidad: “Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien”.

Te propongo que leas, medites y reces la exhortación del Papa en estas cuatro semana de Adviento. Que en Noche Buena brote en el centro de tu vida la Alegría del Evangelio.