26 de enero.
Domingo III del Tiempo Ordinario

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Isaías 8, 23b—9, 3.

En otro tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí;
ahora ensalzará el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles.

El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló.

Acreciste la alegría, aumentaste el gozo;
se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín.

Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga,
el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián.                      

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 26.

Antífona: El Señor es mi luz y mi salvación.

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?

Una cosa pido al Señor, eso buscaré:
habitar en la casa del Señor por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo.

Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. 
Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 1, 10-13. 17.

Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos.  Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir.

Hermanos, me he enterado por los de Cloe que hay discordias entre vosotros.  Y por eso os hablo así, porque andáis divididos, diciendo: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo.»

¿Está dividido Cristo? ¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en nombre de Pablo?

Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.

EVANGELIO.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 4, 12-23.

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea.  Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí.  Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: «País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.»

Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.»

Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: «Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.»

Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre.  Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.

Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.

Comentario a la Palabra:

“Proclamando el Evangelio del Reino”

El evangelio señala el momento en el que Jesús se aleja del Jordán para iniciar de manera independiente su propia misión.  Después de que Juan Bautista fue arrestado, Jesús, retirándose a Galilea, “se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí”.  El evangelista justifica esta decisión apoyándose en el oráculo de Isaías que hoy escuchamos en la primera lectura.

La humillación del territorio de las tribus de Zabulón y Neftalí comenzó cuando el ejército asirio de Teglatfalasar conquistó “Cades, Jasor, Galaad, Galilea y todo el país de Neftalí, deportando a sus habitantes a Asiria” (2 Reyes15,29).  Más tarde, a la conquista de Samaría (721 a.C.) siguió la gran deportación de los israelitas del reino del Norte.  La sustitución de la población deportada por otros pueblos del oriente dio lugar a la formación del pueblo samaritano.  Se creó una población mixta, en la que los judíos eran sólo una minoría:  “Se han aliado los de Tolemaida, Tiro, Sidón y toda la Galilea de los gentiles para acabar con nosotros” (1 Macabeos 5,15).  Los “gentiles” son literalmente los extranjeros, los de otra raza, allófyloi.  El geógrafo Estrabón (64 a.C. – 24 d.C.) menciona entre esas poblaciones extranjeras a egicios, árabes, fenicios y griegos.

La elección de Galilea como territorio preferido para desarrollar el evangelio quizá tuvo en cuenta ese carácter más diversificado respecto del clima religioso de Judea sometido a la imposición legalista de las autoridades del Templo de Jerusalén.  Pero no hay que exagerar esa diferencia.  Aunque en Galilea se admitiera una interpretación más abierta de la Ley Mosaica, también allí imponían su autoridad escribas y fariseos.

La diferencia de la actuación de Jesús respecto de Juan está en que Jesús se centra en el evangelio del “reino”, del “reino de los cielos” o del “reino de Dios”, tres expresiones que los evangelios utilizan libremente, si bien Mateo prefiere la expresión “reino de los cielos”, como en el evangelio de hoy.  Es cierto que también el Bautista justificaba la llamada a la conversión por la proximidad del “reino de los cielos” (Mateo 3,2).  Pero quizá sea sólo una prolepsis o anticipo de la predicación de Jesús.  Los evangelios de Marcos y Lucas califican la predicación de Juan como una proclama, kerysson, de un “bautismo de conversión para perdón de los pecados”.

Aparte de los términos, la diferencia entre la actividad que inicia Jesús y la de Juan está en que Juan pedía una vuelta a las demandas religiosas del judaísmo.  Juan pretendía hacer que los judíos fueran mejores judíos.  Jesús, en cambio, va él mismo al encuentro del mundo.  La conversión como cambio de mentalidad significa que la pobre gente descubra a Dios en la vida de cada día.  El reino de Dios se acerca a nosotros cuando el poder sanante de Dios se hace sentir “curando las enfermedades y dolencias del pueblo”.

Para llevar adelante su misión Jesús escoge a los primeros colaboradores:  Simón, Andrés, Santiago, Juan.  Es probable que ya se conocieran de antes, si suponemos que la actividad profesional de Jesús le obligaba a un trato directo con los pescadores como “carpintero de ribera”, esto es, como quien se ocupaba de la construcción y del mantenimiento de los barcos.  Jesús pide a los pescadores un cambio de ocupación: que dejen la pesca para descubrir una profesión que dará nueva calidad a su vida.  “Pescadores de hombres” no es una expresión muy afortunada, pero hay que recordar que el símbolo del pez sería utilizado como representación del mismo Jesús Salvador, figurado también en la imagen del pescador.  Sin miedo a malentendidos, Jesús propone a sus colaboradores un mensaje religioso que debía ocuparse efectivamente de la causa de los pobres, de los enfermos, de los  endemoniados.  Esa será la actividad que caracterizará la actuación de Jesús.  En contra de las prescripciones rituales del judaísmo, Jesús tiende la mano al leproso, rompe la relación entre enfermedad y pecado, come con los pecadores, suprime la imposición del ayuno a personas que soñaban en banquetes festivos, pues tenían “al novio” con ellas, realiza curaciones también en sábado.

La conversión que predica Jesús exige cambiar la forma de vida, pero previamente exige un cambio de mentalidad.  En este caso, la conversión nos lleva a modificar una imagen o idea equivocada de Dios.  Sólo abandonando la idea de un Dios obsesionado por su propia gloria y por la observancia intachable de un ritual minucioso, se podrá entender el mensaje de Jesús como “buena noticia”.  Éste es el camino en que nos instruye el evangelio, poniendo a Dios en el centro de la vida y dejando de lado las manías de algunos “hombres de Dios”.

En este domingo, aunque haya concluido ya el Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos, la segunda lectura recoge la pregunta que ha servido de tema para el octavario de este año:  “¿Está dividido Cristo?”.  Lamentablemente, sí.  Un mensaje liberador como el que inició Jesús en la orilla del mar de Galilea no puede oscurecerse por ambiciones de prestigio o poder.  Es necesario que la oración y el movimiento hacia la Unidad no sea sólo preocupación de una semana sino de todos los días del año.  Compartimos el bautismo, muchos aspectos de la fe, nos aproximamos en la doctrina y práctica de los sacramentos.  Y hemos de seguir unidos en la acción social para caminar decididos hacia una efectiva unión.  La confianza en la obra de la gracia nos anima a confiar en el triunfo de la causa de Dios, como triunfó Gedeón sobre sus enemigos, el día de Madián (Isaías 9,3).

El reinado de Dios es una fuerza que puede cambiar el mundo.  A las Bienaventuranzas sigue una definición metafórica de la misión de los discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra … Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5,13-16).  Tierra y Mundo son términos equivalentes.  Pescadores de hombres son quienes se empeñan en salvar la humanidad, descubriendo los valores ocultos y potenciando lo que Jesús pretendió ofrecer al mundo como nueva presencia del poder de Dios.