4 de mayo. III Domingo de Pascua
PRIMERA LECTURA.
Lectura del Libro de los Hechos de los apóstoles 2, 14. 22-33.
El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra: «Judíos y vecinos todos de Jerusalén, escuchad mis palabras y enteraos bien de lo que pasa. Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al designio previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice: ´´Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia.``
Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: El patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo; cuando dijo que ´´no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción``, hablaba previendo la resurrección del Mesías. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos testigos.
Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo.»
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 15.
Antífona: Señor, Tú me enseñarás el sendero de la vida.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano.
Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la primera carta del apóstol San Pedro 1, 17-21
Queridos hermanos:
Si llamáis Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin parcialidad, tomad en serio vuestro proceder en esta vida.
Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por nuestro bien.
Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.
EVANGELIO.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 24, 13-35.
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?»
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?»
Él les preguntó: «¿Qué?»
Ellos le contestaron: «Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestro jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.»
Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?»
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.»
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.»
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Comentario a la Palabra:
"Quédate, que atardece"
El relato del evangelio de hoy nos habla de dos discípulos que regresan a su casa en Emaús, pero sólo nos da el nombre de uno de ellos: Cleofás. Algunos comentaristas han identificado el otro discípulo con la esposa de Cleofás, su compañera. Las mujeres a menudo no son mencionadas por nombre en la Biblia, pero tienen su voz. He aquí una reconstrucción de la conversación, hecha con un poco de humor e imaginación.
Un hombre que no conocen se les une en el camino y les pregunta qué es lo que ha pasado en Jerusalén, ellos contestan:
La mujer: Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo
Cleofás: Cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron.
La mujer: Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel.
Cleofás: Y ya ves: hace dos días que sucedió esto.
La mujer: Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo.
Cleofás: Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.
La voz ligera de ella, llena de esperanza, se mezcla con la de él, cargada con el oscuro realismo de quien se ciñe a los hechos. ¡Está muerto!
Y la ironía es que Jesús está ahí mismo, a su lado, y es capaz de conducir la conversación de la superficialidad de una charla acerca de “los últimos acontecimientos” a la hondura de una lectura creyente, que permite intuir la acción de Dios.
La lectura de la Biblia debería prepararnos justamente para esto: Descubrir a Dios en la realidad, no en una “Historia Sagrada” mítica y lejana, sino en la única Historia en la que vivimos los humanos.
Por fin, los dos discípulos de Emaús llegan a su casa, cansados, no tanto del viaje sino de esa lucha clandestina entre la esperanza y la oscuridad. Ellos no lo saben, pero van a pronunciar una sencilla frase que va a cambiarlo todo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
En la acogida del extraño se produce en nosotros un ensanchamiento que crea espacio para el evangelio. Cristo resucitado entra en nuestra casa.
La vida ofrece también estas oportunidades: “No os olvidéis de practicar la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (Heb 13,2).
¿Cómo podemos ofrecer hospitalidad en estos días? ¿Cómo abrir ventanas por las que entre la nueva luz del Resucitado que, como un extraño, llega con su secreta bendición?