18 de mayo. Quinto Domingo de Pascua

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 6, 1-7.

En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas. Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron: «No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y sabiduría, y, los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra.»

La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas, y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando.

La palabra de Dios iba cundiendo, y en Jerusalén crecía mucho el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 32.

Antífona:
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas.

Que la palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la primera carta del apóstol San Pedro 2, 4-9.

Queridos hermanos:

Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.

Dice la Escritura: «Yo coloco en Sión una piedra angular, escogida y preciosa; el que crea en ella no quedará defraudado.»

Para vosotros, los creyentes, es de gran precio, pero para los incrédulos es la «piedra que desecharon los constructores: ésta se ha convertido en piedra angular», en piedra de tropezar y en roca de estrellarse. Y ellos tropiezan al no creer en la palabra: ése es su destino.

Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa.

EVANGELIO.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 14, 1-12.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.»

Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»

Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.»

Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.»

Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ´´Muéstranos al Padre``? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre.».

Comentario a la Palabra:

CONOCEMOS EL CAMINO

La lectura del evangelio de hoy nos ofrece asomarnos a la Última Cena, pero desde la perspectiva de quien sabe que Cristo ha resucitado. Después de la Pascua, los primeros cristianos comenzaron a reunirse cada semana para recordar aquella cena. Al repetir los gestos y las palabras de Jesús en aquella noche, podían percibir su presencia.

En la escena narrada por el evangelista Juan, Jesús se está despidiendo, sabe que lo van a matar. Les dice que “marcha a la casa del Padre”, donde va a prepararles sitio. Pero apenas empezamos a imaginar sobre cómo será esa “mansión de muchas moradas”,

Jesús cambia el rumbo de la conversación y trae nuestra atención de nuevo a la tierra: “a donde yo voy, ya conocéis el camino”. Jesús no quiere que perdamos el tiempo con especulaciones sobre el más allá: lo que cuenta hoy es el camino.

Y ese camino es Jesús. Él es el “camino, la verdad y la vida”. Mientras marchamos hacia la plenitud del encuentro con Dios, eso nos basta y nos sobra. “A Dios nadie le ha visto jamás” (1Jn 4,12), pero el que ha visto a Cristo ha visto al Padre. Cristo es el Misterio de Dios en un rostro humano, en sus ojos vemos el infinito de la divinidad. En Él, la verdad no es una teoría abstracta, al alcance solo de una elite intelectual, es la revelación del verdadero rostro de Dios en su rostro humano. En Él, la verdad es vida.

Hacer el camino que es Jesús es acoger como él a los que peregrinan por la vida junto a nosotros –creyentes y no creyentes– y compartir con los que tienen menos que nosotros y pasan necesidad. Guiados por la esperanza, no podemos visualizar con nitidez el futuro, pero conocemos el camino: Vivir con la la simplicidad, la alegría, la misericordia de Jesús.

En su Primera Carta, Pedro llama a todos los bautizados -no solo a los ordenados como sacerdotes- a edificar un “sacerdocio santo”. El reconocimiento de que todos los cristianos somos sacerdotes fue uno de los grandes redescubrimientos de la Reforma protestante, que el Vaticano II acogió –cuatrocientos años más tarde– en la Constitución Lumen Gentium (número10).  Los cristianos –todos y todas– somos sacerdotes, es decir, mediadores entre los hombres y Dios.

El papa Francisco nos ha recordado en qué consiste este mediación: anunciar con nuestra vida la alegría del Evangelio. Timothy Radcliffe, ex-Maestro General de los Dominicos, escribió hace algunos años: “La gente sería atraída hacia el Evangelio si encontraran en nosotros una alegría inexplicable, que no tendría sentido si Dios no existiera. Serían atraídos y estarían atónitos ante nuestra alegría”. Cristo resucitado vino para anunciar una fiesta de la que nadie está excluido.

Jesús dijo que “quien me ha visto a mí ha visto al Padre”, y en otro lugar “cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mt 25,40). En el rostro de cada ser humano, especialmente en el del más desprovisto, podemos descubrir la mirada de Cristo y el Misterio infinito de Dios.