1 de junio. Ascensión del Señor

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 1, 1-11.

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.

Una vez que comían juntos, les recomendó: «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.»

Ellos lo rodearon preguntándole: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?»

Jesús contestó: «No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta los confines del mundo.»

Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 46.

Antífona: Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.

Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra.

Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro Rey, tocad.

Porque Dios es el rey del mundo; tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su trono sagrado.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Efesios 1, 17-23.

Hermanos:

Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

EVANGELIO.

Conclusión del santo Evangelio según San Mateo 28, 16-20.

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.

Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

Comentario a la Palabra:

La cosa está en descender

Gestos de Jesús que me hablan son aquellos en los que Él desciende, en los que se abaja. Me gusta imaginarlo a ras de suelo escribiendo sobre la tierra y ante la mujer acusada de adulterio. En esa postura le dice: “yo tampoco te condeno”.  Antes, él se había sumergido en el Jordán dejándose cubrir por las aguas a las que tantos acudían para ser lavados de su pecado.

El tentador ofrece ascender, subir más alto. Trepar. Y cuando no tiene éxito en su propuesta ofrece otros modos.  Lo llevó hasta la parte más alta del lugar santo, del templo, para decirle: “Si eres Hijo de Dios, tírate”.

Jesús, en cambio, propone no quedarse en el Tabor, que existe, sino descender liberados del miedo y colmados por la espera de la Resurrección.

Me impresiona de Jesús su imagen de hombre arrodillado ante sus amigos para lavarles los pies. Descendiendo una y otra vez. Me gusta imaginar la dirección de su mirada. Sus ojos a la altura de los de Judas. Y antes, su palabra dicha a uno del grupo y a todos: “si no te lavo no tienes parte conmigo”. Jesús invitando a descender. Siempre es posible un paso nuevo, un escalón más.

Ahí está  la imagen de Getsemaní: Jesús postrado en tierra, casi vencido, orando al Padre y diciéndole aquello de “no mi voluntad, la tuya”.

La piedad popular lo contempla en el Camino de Cruz caído tres veces, dando con su carne sobre la tierra. No sólo desciende sino que es aplastado.  En un abandono total se deja descender. Un amigo pidió el cuerpo de Jesús a Pilato y éste mandó que se lo entregaran. “José tomó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en un sepulcro nuevo excavado en roca”. El cuerpo de Jesús descendido de la cruz por el amor limpio de la amistad.

Me sorprende la ligereza o la inconsciencia con la que en la eucaristía al rezar el credo afirmo eso de que Jesús “descendió a los infiernos”. También a los míos. Jesús a ras de suelo. Cada vez más abajo. Buscando el terreno plano tras el último escalón.

El ya había avisado, hay que descender, horadar, excavar  para que el edificio tenga cimientos y sea resistente.  Hay que cimentar en roca, sembrar en surco, valorar lo oculto que sólo el Padre Dios ve y conoce. Ese lugar donde se produce la transformación de quienes se atreven a descender. La Ascensión comienza ahí. Y la comprensión ascendente del Evangelio también.

El mismo Jesús que se agachó para hacer barro con su saliva y devolverle la visión al invidente, anduvo buscando unas piedras para improvisar un fuego, asar unos peces y preparar un desayuno a sus amigos que iban a llegar agotados de una noche de pesca. Y la palabra de Jesús invitó a comer.

Me gusta que el evangelio de este domingo que corresponde a San Mateo, Fiesta de la Ascensión del Señor, no hable de ascensión, sino de la presencia “hasta el fin del mundo” de quien “se despojó de su rango y pasó por un hombre cualquiera”.  Y desde entonces, donde hay una mujer o un hombre que sabe elevar las situaciones, levantar al que está caído, alzar de la basura al pobre, se produce la Buena Noticia de la Ascensión del Señor.