13 de julio.
Domingo XV del Tiempo Ordinario
PRIMERA LECTURA.
Lectura del libro de Isaías 55, 10-11.
Así dice el Señor: «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.»
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 64.
Antífona: La semilla cayó en tierra buena y dio fruto.
Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida;
la acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales.
Riegas los surcos, igualas los terrones,
tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes.
Coronas el año con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia;
rezuman los pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría.
Las praderas se cubren de rebaños, y los valles se visten de mieses,
que aclaman y cantan.
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 8, 18-23
Hermanos:
Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.
EVANGELIO.
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 13, 1-23.
Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló mucho rato en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.»
Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?»
Él les contestó: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: 'Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure'. ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.»
Comentario a la Palabra:
DIOS ES SEMILLA
Este domingo iniciamos el capítulo 13 de san Mateo en el que se nos narran siete parábolas del Reino. Las seis restantes las seguiremos los próximos domingos. En la de hoy se nos habla de un sembrador, su semilla y la tierra que la acoge o rechaza. La parábola está ahí para que respondamos con nuestra vida, para que quien “tenga oídos que oiga”. De fondo, no sólo el problema de por qué la palabra de Jesús no da fruto en la vida de algunas personas, sino también el misterio de Dios, de su presencia en la historia humana en la que hay quienes “tienen ojos y no ven, oídos y no oyen”.
La parábola es una provocación a la que se responde con un estilo de vida nuevo o dando la espalda. Nos invita a una mirada más profunda y lejana. Los paisanos de Jesús sabían, como lo saben los campesinos de cualquier lugar, que no toda simiente da fruto. Pero la semilla está ahí y en el misterio de Dios, como dice Isaías en la primera lectura, “no volverá a mí vacía”. Hay una acción de Dios hasta en los que le dan la espalda, los que le niegan fecundidad. Es una realidad que nos sobrepasa, es su Reino.
De todos modos, la buena noticia del Evangelio está ahí: Dios no nos valora por la cantidad productiva. Él da por válida la medida de cada uno, pero nos anuncia que el ser humano puede producir al ciento por uno. Es decir, hemos sido creados para experimentar plenitud. No obstante, el misterio de Dios habita a todos, también a la semilla consumida en aparente fracaso, porque Dios no es elitista.
El Dios de Jesús no es como nosotros que sólo consideramos válida la tierra que produce totalmente. Siempre estamos demasiado dispuestos a moralizar. Así hablamos de tierra buena y tierra mala. Pero lo que Jesús nos está diciendo es que la tierra siempre es buena. Quizás no debamos poner nuestra mirada en la imagen de la tierra, ni en el éxito productivo al que nos empuja nuestro afán moralizante. Sino a tomar conciencia de la misteriosa acción de la semilla, que no es la palabra de la Biblia sino el Dios que nos habita. Porque, ¿cuál es el fruto al que se refiere la parábola? ¿No seremos cada uno de nosotros habitados por Dios que es espíritu, que es amor, que es semilla? Dios que nos habita como una fuente de ser para que no cesemos de germinar. Dios activo y paciente, semilla que acepta no ser acogida, incluso ser rechazado en su Palabra que es Jesús.
Dejar fuera de nuestra reflexión la fecundidad del fracaso es ocultar una parte importante de nuestro itinerario humano y creyente. Claro que están ahí los obstáculos que impiden que Dios germine en nosotros, pero la fe en la acción de Dios taladra esos fracasos. Con frecuencia comprendemos más tarde el sentido de aquello que parecía estéril, inútil, incluso absurdo. Un acontecimiento, el día menos pensado, nos descubre que la semilla seguía ahí, en el corazón de la tierra, en el corazón humano, queriendo germinar.
El texto de la segunda lectura de este domingo ha sido motivo de oración durante los días que en Junio hemos vivido en Haití. En un momento determinado se lo envié a Patricia. ¡Estábamos tan agotados! Cuesta comprender que seamos sometidos a la frustración a la vez que poseemos las primicias del Espíritu. No se puede vivir en un gemido. Pero ahí están a cientos, a miles y millones las personas ubicadas entre piedras y cardos, endurecidas como terreno pisoteado. Ahí, donde pareciera que nadie escuchara su clamor, sus gemidos. Ahí mismo, donde aún se espera la redención.
Dios se nos da como semilla que hemos de ayudar a fructificar. No es cuestión de explicaciones, sino de vida vivida. Alguien ha escrito que “el Evangelio es fácil de oír, difícil de escuchar y arriesgado de vivir”. Quizás porque en la misma parcela que somos cada uno, hay de todo. Pero lo que importa, de lo que Jesús quiere que seamos conscientes, es de que también hay en nosotros semillas de Dios. Que sea treinta, sesenta o ciento … o simplemente uno lo germinado no es tan decisivo. Lo esencial es que Él está ahí, para todo tipo de tierra. Y sabemos que él va a hacer florecer hasta los mismos huesos.