27 de julio
Domingo XVII del Tiempo Ordinario
PRIMERA LECTURA.
Lectura del primer libro de los Reyes 3, 5. 7-12.
En aquellos días, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: “Pídeme lo que quieras.”
Respondió Salomón: “Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?”
Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello, y Dios le dijo: “Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti.”
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 118.
Antífona: ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!
Mi porción es el Señor; he resuelto guardar tus palabras.
Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata.
Que tu bondad me consuele, según la promesa hecha a tu siervo;
cuando me alcance tu compasión, viviré, y mis delicias serán tu voluntad.
Yo amo tus mandatos más que el oro purísimo;
por eso aprecio tus decretos y detesto el camino de la mentira.
Tus preceptos son admirables, por eso los guarda mi alma;
la explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes.
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 8, 28-30.
Hermanos:
Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio.
A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos.A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.
EVANGELIO.
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 13, 44-52.
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
“El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.
El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Entendéis bien todo esto?”
Ellos le contestaron: “Sí.”
Él les dijo: “Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.”
Comentario a la Palabra:
“Sacando del Arca
lo Nuevo y lo Antiguo”
Las parábolas de los evangelios tienen sus antecedentes en el arte narrativo‑didáctico que aparece ya en el Antiguo Testamento y en la tradición rabínica. En los libros históricos del Antiguo Testamento encontramos varios ejemplos de este género sapiencial que parece haberse desarrollado tanto en el ambiente popular como, en sus formas más evolucionadas, en el ambiente culto de la corte real: apólogo de Jotam (Jueces 9,8‑15: los árboles que piden un rey); el breve apólogo de Joás a Amasías (2 Reyes 14,9: el cardo se atreve a pedir al cedro que le dé la mano de su hija); parábola de Natán a David (2 Samuel 12,1‑4); parábola de la mujer de Teqoa en favor de Absalón (2 Samuel 14,4‑7); parábola‑ejemplo del profeta que exige al rey Ajab el castigo del arameo Ben Hadad (1 Reyes 20,39‑40).
La tradición del “relato parabólico” ha sido conservada en la literatura rabínica, que ha recogido hasta dos mil parábolas. En realidad la enseñanza típicamente judía, desde los tiempos más antiguos hasta la literatura jasídica (iniciada por Baal Shem Tov, 1700‑1760) es la enseñanza a base de ejemplos y parábolas.
Algunas de las que nosotros llamamos parábolas son más bien comparaciones o descripciones de un cuadro semejante a la realidad que se pretende explicar: el Reino de Dios es como la semilla que crece por sí sola (Marcos 4,26‑29); como el grano de mostaza (Mateo 13,31‑32); como la levadura (Mateo 13, 33); como un tesoro escondido (Mateo 13,44), como un mercader que se lo juega todo con tal de conseguir una perla preciosa (Mateo 13,45‑46). El estilo tan escueto de estas referencias, sin apenas desarrollo narrativo, hace que estas pequeñas parábolas sean reducibles a una simple comparación. Las tres parábolas que cierran el “discurso parabólico” del evangelio de san Mateo y que hemos escuchado hoy pertenecen a ese género de comparaciones. Las tres (el tesoro en el campo, la perla y la red) son exclusivas del evangelio de Mateo y se dirigen no al público en general sino a los discípulos, igual que la explicación de la parábola de la cizaña (Mateo 13,36).
La interpretación de estas tres comparaciones no es fácil, ya que hay una clara distorsión: el “reino de los cielos”, expresión preferida del evangelio de Mateo, no guarda relación con el tesoro escondido en el campo ni con la perla, sino con la actitud de quien compra ese campo o se lo juega todo en busca de la perla. Al no tener explicación en el mismo evangelio, son parábolas “abiertas” a la explicación que puedan sugerirle a cada uno. La parábola de la perla, que se encuentra en el evangelio de Mateo sin explicación, concluye en el Evangelio Gnóstico de Tomás con esta aclaración: "Vosotros buscad el tesoro permanente que no pasa (y está) donde ni entra a comer la polilla ni el gusano a roer" (Ev.Tomás, nº 76). En los Sinópticos la referencia al tesoro que no se consuma ni por roedores ni por la polilla se hace a propósito del no acumular tesoros terrenales (Mateo 6,19‑21) o del desprendimiento para la limosna (Lucas 12,33‑34). La lectura canónica o eclesial cierra el sentido de la parábola de la perla frenando una lectura abierta. Por este camino el evangelio llega a perder su punta o fuerza de impacto para sacudir nuestra rutina proponiendo una reflexión tradicional.
Al mantener “abierta” la explicación de las parábolas, nos disponemos a ser invadidos por una palabra en la que confiamos. Es frecuente que ante un texto de la Escritura demos por sabido el mensaje: no podrá decirnos sino lo que hemos aprendido desde siempre. Sin embargo, es preciso que nos dejemos envolver por el texto. La Escritura es un lenguaje que proviene de Dios con cuya palabra, en principio, me siento ya de acuerdo. A través de los textos “abiertos” Dios entabla con nosotros un diálogo para abrir nuevos caminos al evangelio.
Este diálogo con el texto comprende no solamente el momento en el que preguntamos qué quiere decir, qué mensaje trasmite, sino también el momento en el que nosotros escuchamos lo que personalmente, o comunitariamente en el interior de la Iglesia, quiere decirnos. Mediante este proceso se consigue una verdadera metánoia o cambio de mentalidad. Al mismo tiempo que el texto deja de ser un mensaje cifrado, el oyente de la palabra deja de ser el mismo que era antes, ya que, interpelado o cuestionado por el texto en su modo precedente de entender la vida, ha entrado en el camino de la conversión.
Amos Oz junto con su hija Fania Oz-Salzberger han expuesto de manera original la importancia que las palabras tienen para la formación del legado religioso y cultural del Judaísmo: Los judíos y las palabras (ed. Siruela). “La palabra es como dios, por lo contado, por lo escrito, por lo leído y vuelto a contar en una espiral infinita que convierte vida y tradición en arte literario, escrito y oral”. Es una afirmación de la fuerza religiosa de la palabra en el Judaísmo. Para nosotros es una invitación a revitalizar la fuerza de la Palabra, que es eje de la Revelación cristiana.