18 de enero.
Domingo II del Tiempo Ordinario

Descargar PDF

PRIMERA LECTURA.

Lectura del primer libro de Samuel 3, 3b-10. 19.

En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios.  El Señor llamó a Samuel, y él respondió: «Aquí estoy.»

Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»

Respondió Elí: «No te he llamado; vuelve a acostarte.»

Samuel volvió a acostarse.

Volvió a llamar el Señor a Samuel.

Él se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»

Respondió Elí: «No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte.»

Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor.
Por tercera vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue a donde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»

Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel: «Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”.»

Samuel fue y se acostó en su sitio.  El Señor se presentó y le llamó como antes: «¡Samuel, Samuel!»

Él respondió: «Habla, Señor, que tu siervo te escucha.»

Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 39.

Antífona: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito;
me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios.

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio.

Entonces yo digo: «Aquí estoy -como está escrito en mi libro- para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu salvación ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 6, 13c-15a. 17-20.

Hermanos:

El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor; y el Señor, para el cuerpo. Dios, con su poder, resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? El que se une al Señor es un espíritu con él.

Huid de la fornicación.  Cualquier pecado que cometa el hombre queda fuera de su cuerpo.  Pero el que fornica peca en su propio cuerpo.  ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?  Él habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios. No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!

EVANGELIO.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 1, 35-42.

En aquél tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.»

Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús.  Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?»

Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»

Él les dijo: «Venid y lo veréis.»

Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.

Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»

Y lo llevó a Jesús.  Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»

Comentario a la Palabra:

“Hemos encontrado al Mesías”

El evangelio de san Juan sustituye hoy al de san Marcos, que es el que vamos a leer a lo largo de este año.  Es una prolongación de las referencias al Bautismo de Jesús y de su aparición pública en el entorno de Juan Bautista.  El evangelio de san Juan no se detiene en narrar los detalles del bautismo de Jesús.  En cambio, presenta el bautismo como punto de partida para entrar en una relación personal con Jesús, para ponerse en camino a fin seguirle hacia el lugar donde ejerce su magisterio.

Los primeros pasos de Jesús, según el evangelio de san Juan, siguen el ritmo de un tiempo sagrado como una semana en la que se renueva la creación del mundo, aludida en la sucesión de días: en primer lugar, cuatro días y después, las bodas de Caná, “tres días después” (Juan 2,1).  Los primeros días se introducen con el mismo adverbio: “al día siguiente”, te epaurion (sobrentendido: eméra, día).  El evangelio de este domingo corresponde al “tercer día”.  En el cuarto día Jesús inicia el regreso a Galilea.  Hasta en el cómputo de la semana sacra el día que recuerda el evangelio de hoy es día de tránsito: es el cuarto día de la primera sección, pero entra ya en la cuenta para alcanzar el día sexto en las bodas de Caná.  En este cómputo sacro los días de la primera semana de actividad pública de Jesús se sobreponen a la sucesión de los días de la creación.  En el caso de las bodas de Caná el día sexto alude propiamente al día tercero, que fue el día de la proclamación de la Ley en el monte Sinaí:  “Purifícalos hoy y mañana … y estén preparados para el tercer día;  pues el tercer día descenderá el Señor sobre la montaña del Sinaí a la vista del pueblo” (Éxodo 19,10-11). 

Esta cuenta resulta más que artificial.  La fiesta de las Semanas, Pentecostés, se celebra en la tradición judía como fiesta del don de la ley.  En esa celebración se inspiró el autor del libro de los Hechos de los Apóstoles para enmarcar el Pentecostés cristiano como fiesta del Don del Espíritu, que se preparaba antiguamente durante siete días de oración. No sabemos hasta qué punto estos elementos fueron tenidos en cuenta por el redactor del evangelio de san Juan.  Pero es innegable que tras los hechos que se narran hay alguna intención simbólica, alusiva a elementos doctrinales y a personas, cuya significación se nos escapa.

Sin embargo, hay una intención segura en presentar en el entorno de los discípulos de Juan Bautista a los primeros seguidores de Jesús.  A diferencia de los otros tres evangelistas, el llamamiento de los apóstoles, del mismo Pedro, se realiza fuera del marco tradicional de la ribera en torno al mar de Galilea.  La pregunta sobre el lugar dónde vive Jesús no se refiere al lugar en que se alojaba, sino al lugar en que, como rabino, ejercía su magisterio.  No es fácil incluir esta precisión en el relato de la llamada de los primeros discípulos, a no ser que se quiera destacar que Jesús comenzó a enseñar colaborando con el programa de Juan Bautista, el cual se había establecido “en Betania, en la otra orilla del Jordán” (Juan 1,28).  ¿Tiene alguna intención precisar también la hora, “hora décima”, las cuatro de la tarde, en que los dos discípulos del Bautista, Andrés y el otro, llegaron al lugar donde enseñaba Jesús?  A esa hora tenia lugar la oración de la tarde en el Templo.

El texto está lleno de referencias que no podemos aclarar.  Quizá de esta manera se sugiere un carácter propio de la acción de Dios en el mundo.  No es una presencia ni una acción que se puedan parangonar con los hechos normales de cada día.  Dios actúa y llama de una forma misteriosa.  Podemos preparar nuestro encuentro con él, hasta podemos buscarle, pero al final saltará por donde menos se espera.

La identificación de “Jesús que pasaba” repite en forma abreviada la fórmula del día precedente: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1,29).  En el día tercero se acorta la definición: “Éste es el Cordero de Dios” (Juan 1,36).

 Hay correspondencia entre el “Siervo Paciente” del libro de Isaías y el Cordero que quita el pecado del mundo.  El “pecado del mundo” es una designación global de la maraña de injusticia y maldad que nos hace avergonzarnos de nuestra historia como integrantes de la humanidad.  Es el “imperio del mal”, no como designación genérica, sino como indicación de las personas que han sido y son capaces de crear condiciones de vida infame para multitudes humanas.  En los tiempos a que se refiere el libro de Isaías ese imperio de maldad se movía a sus anchas en las tierras de Mesopotamia, por donde hoy campan también las huestes del terrorismo islámico.  En tiempos de Jesús el mundo podrido estaba gobernado por un sacerdocio corrupto en Jerusalén y por la opresión política de Roma.  Y en aquella red de maldad, se asegura la victoria para el Cordero que quita el pecado del mundo.  En medio de tantas fieras, se soñaba un mundo en el que hasta un niño pequeño podría meter la mano en la “hura del áspid” (Isaías 11,8).

La imagen del Siervo Paciente refleja ya la actitud del pueblo que logra dar un sentido al sufrimiento del destierro.  “Todos errábamos como ovejas cada uno siguiendo su camino ... Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador enmudecía y no abría la boca” (Isaías 53,6-7).  Pero fueron los autores cristianos quienes   desarrollaron la imagen del Cordero, una imagen central no solamente en el Apocalipsis sino también en los demás escritos de “la escuela de Juan”, evangelio y cartas.  La muerte de Cristo es enfocada como una nueva liberación de Egipto, sin ensalzar en tonos tan belicosos la victoria del “Dios guerrero que con su diestra aplasta al enemigo, pues desata su furor y llena de pavor y espanto a todos los pueblos por donde iba a pasar el pueblo liberado” (Exodo 15,1-18).   Los cristianos cantarán el cántico de Moisés, pero como cántico del Cordero (Apocalipsis 15,3).  No se celebra solamente la liberación de Israel sino la de toda la humanidad.  Y, sobre todo, el Dios Salvador y el Autor de la Salvación mediante el rechazo y desenmascaramiento de la violencia se unifican en Jesús.