8 de febrero.
Domingo V del Tiempo Ordinario
PRIMERA LECTURA.
Lectura del libro de Job 7, 1-4. 6-7.
Habló Job, diciendo: «El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero. Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario.
Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba.
Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.»
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 146.
Antífona: Alabad al Señor, que sana los corazones quebrantados.
Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén, reúne a los deportados de Israel.
Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas, a cada una la llama por su nombre.
Nuestro Señor es grande y poderoso, su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes, humilla hasta el polvo a los malvados.
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios 9, 16-19. 22-23.
Hermanos:
El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.
EVANGELIO.
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1, 29-39.
En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca.»
Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
Comentario a la Palabra:
“TODO EL MUNDO TE BUSCA”
La razón de la popularidad del papa Juan XXIII la dio él mismo: “Muchos papas han amado al pueblo cristiano, pero el pueblo cristiano nunca se ha sentido tan querido como con el Papa Juan XXIII”.
La población a la que Jesús llevaba la buena noticia se sabía querida por Jesús y por esa razón lo buscaba. “La población entera se agolpaba a la puerta”. Se maravillaban de su actuación en la sinagoga porque “hablaba con autoridad”, es decir, según el sentido del término usado por el evangelio, con plena libertad. Con libertad interior podía hacer frente a los espíritus malos dando la salud del alma a los enfermos de espíritu.
Y con esta libertad se acerca a la suegra de Pedro enferma en cama, con fuerte calentura, como dice el evangelio de san Lucas 4,38. Con una pizca de imaginación algunos piensan que la calentura se la había provocado la decisión de Pedro de abandonar su trabajo de pescador y el mantenimiento de la familia para seguir la llamada de Jesús. ¿Qué iba a ser de ellos, si Pedro y Andrés dejaban la fuente principal de ingresos para vivir? ¿Iban a confiar en el socorro de los demás pescadores, que debían atender también a sus familias? Y suponiendo siempre que la pesca fuera abundante.
La suegra estaría en cama con un fuerte berrinche. Si fuera así, se comprenden los pasos de Jesús: se acercó a ella, la tomó de la mano y la levantó. “Se le pasó la fiebre”, se le pasó el disgusto. Y se vio transformada, dispuesta a colaborar con el mismo que había destruido el futuro de la familia. “Se puso a servirles”. Aquel servicio sería seguido por otras muchas mujeres que acompañaron a Jesús desde Galilea a Jerusalén (Mateo 27,55). No era un servicio de explotación, sino el acompañamiento de quien entendió su vida como servicio a los demás, pues no vino para “ser servido sino para servir” (Mateo 20,28). El servicio recíproco no humilla ni esclaviza a nadie.
La obra de sanación iniciada en la casa de Simón y Andrés prosigue de noche a la puerta de casa. El evangelista nos dice que era una actividad característica de Jesús. Se pueden contar hasta treinta hechos milagrosos atribuídos a Jesús por los evangelistas, veinte de los cuales tienen que ver con la recuperación de la salud: sanación de varias enfermedades: fiebre, lepra, parálisis, hemorragia, sordera y mudez, ceguera, hidropesía. El evangelio de Marcos recoge veinte relatos de milagros, que forman la quinta parte de todo el evangelio. La importancia concedida a estos relatos se aprecia también en los cuatro sumarios: “le trajeron todos los enfermos y endemoniados”; “curó a muchos de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios” (Marcos 1,32-34); “recorrió toda Galilea expulsando demonios” (Marcos 1,39); “curó a muchos”, de entre la multitud que había acudido de muchas regiones vecinas; los enfermos “se le echaban encima para tocarle” (Marcos 3,7-12); le traían los enfermos; “dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto, y cuantos la tocaron quedaban sanos” (Marcos 6,53-56). La actividad sanadora será presentada como prueba de que Jesús era el Mesías esperado: “ciegos ven y cojos andan; leprosos quedan limpios y sordos oyen, y muertos resucitan y pobres son evangelizados” (Mateo 11,5-6; Lucas 7,22-23).
Esta acumulación de curaciones debería acabar con el pensamiento que entristece a muchos enfermos sobre todo cuando se presenta algo más grave. Entonces se afligen o se sublevan atribuyendo la enfermedad a alguna falta cometida o a una prueba “enviada” por Dios. El ataque frontal que Jesús emprendió contra la enfermedad demuestra que él no aconsejó la resignación sino que luchó contra el mal, quiso detenerlo y devolver a la persona enferma a su vida normal. La obra de sanación era un evangelio en acción.
Aunque esto parece contradecir la realidad, la voluntad de Dios para nosotros es un alma sana en un cuerpo sano. El libro de Job, del que hoy escuchamos un fragmento en la primera lectura es una protesta contra la perversidad de los hombres antiguos que atribuían la desgracia y la enfermedad a alguna culpa. Job protesta con razón contra esta teoría que pone la salud en manos de quienes pretenden señalar los ritmos de la salud y de la enfermedad según los criterios morales que ellos elaboran.
Los rabinos querían ser considerados como maestros no como milagreros. Jesús empezó actuando públicamente como un taumaturgo popular. Se dio a conocer mediante los “milagros hechos por sus manos” (Marcos 6,2). Llegó a ser maestro, siguiendo la práctica confirmada entre los rabinos: un maestro de la ley jamás terminará en curandero; pero de un taumaturgo puede salir un buen rabino.
La posesión diabólica parece más propiade las antiguas culturas o de ciertas formas modernas de superstición popular. En el evangelio la atribución en bloque de cualquier deficiencia psíquica a la posesión obliga a examinar con buen criterio cada caso. Pero es innegable que Jesús fue conocido y buscado por su éxito como exorcista. Los exorcismos son la categoría más abundante de milagros de sanación atribuidos por los evangelistas a Jesús. Y esto, aun sabiendo que era un campo peligroso, ya que se prestaba a poner a Jesús en relación o connivencia con el mismo Satán o a considerar sus exorcismos como fruto de magia. Sin embargo, en el ejercicio de su función de exorcista Jesús se diferencia de los exorcistas contemporáneos: Jesús no tiene que dirigirse a Dios, sino que arroja al demonio con su propia autoridad, como demuestran los verbos con que los evangelistas describen la acción de Jesús: “conminar”, “intimar”, “arrojar”. Expresan la autoridad o seguridad interior con que Jesús se enfrentaba al mal.
Jesús demuestra su libertad resistiendo el cerco de la fama. Libre para llevar la acción sanadora y el mensaje evangélico “por toda Galilea”. Su paso por un mundo afligido por la enfermedad pudo resumirse así: “Pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10,38).