3 de mayo. Quinto Domingo de Pascua

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 9, 26-31.

En aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo.  Entonces Bernabé se lo presentó a los apóstoles.

Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado públicamente el nombre de Jesús.

Saulo se quedó con ellos y se movía libremente en Jerusalén, predicando públicamente el nombre del Señor.  Hablaba y discutía también con los judíos de lengua griega, que se propusieron suprimirlo.  Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso.

La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria.  Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 21.

Antífona: El Señor es mi alabanza en la gran asamblea.

Cumpliré mis votos delante de sus fieles.  
Los desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán al Señor los que lo buscan:
viva su corazón por siempre.

Lo recordarán y volverán al Señor hasta de los confines del orbe;
en su presencia se postrarán las familias de los pueblos.  
Ante él se postrarán las cenizas de la tumba,
ante él se inclinarán los que bajan al polvo.

Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá,
hablarán del Señor a la generación futura,
contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:
todo lo que hizo el Señor.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la primera carta del apóstol San Juan 3, 18-24.

Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo.

Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios.  Y cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.

Y éste es su mandamiento: que  creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó.

Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio. 

EVANGELIO.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 15, 1-8.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmiento; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»

Comentario a la Palabra:

El árbol de la vida

En el ábside de la Basílica de San Clemente, en Roma, se encuentra un magnífico mosaico del siglo XIII que está probablemente basada en un mosaico muy anterior

En la parte superior de la imagen descubrimos una mano

Esta mano representa a Dios Padre, que desde el cielo viene a tocar la tierra. Jesús crucificado es presentado así como el punto de contacto entre Dios y la humanidad. Jesús es Dios que se hace presente entre los humanos como el Cristo que da su vida para que tengamos vida.

En la Cruz de Cristo se posan los pájaros. El Reino de Dios es como una semilla de mostaza que “crece, se hace mayor que cualquier hortaliza y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden anidar a su sombra” (Marcos 4,32). La grandeza del Reino es su capacidad de acogida. Además el número de estos pájaros es doce; simbolizan los doce apóstoles que como palomas mensajeras propagaron la buena noticia.

En el punto en el que la cruz toca la tierra, brota una fuente; y con el agua, explota la vida, simbolizada en una abundante vegetación. En esta fuente apagan su sed los ciervos: “Como el ciervo anhela las corrientes de agua, así suspira por ti, oh Dios, el alma mía” (Salmo 42,1).

De este mismo punto brotan los sarmientos de la vid, tema del evangelio de hoy. Y las espirales que forman estos sarmientos llenan todo el ábside de la iglesia.

Conectados a estos sarmientos encontramos los cuatro Padres de la Iglesia Latina: Ambrosio, Jerónimo, Agustín y Gregorio. Estos hombres representan a los líderes e intelectuales de los siglos IV-VI que pusieron las bases para que la vida cristiana pudiera inculturarse en la civilización latina. Abajo la imagen de San Jerónimo, el traductor al latín de la Biblia

Pero no hay solo “grandes hombres” en este árbol de la vida que es la vid de Cristo. En un detalle del mosaico vemos a una mujer dando de comer a unas gallinas:

Esta y otras imágenes de pastores y agricultores representan la gente sencilla –los cristianos de a pie– que con sus vidas hacen que esta planta de la vid llegue a los distintos espacios de la sociedad.