24 de mayo. Pentecostés

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 1-11

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.

Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban: «¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?

Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 103.

Antífona: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Bendice, alma mía, al Señor: ¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas.

Les retiras el aliento, y expiran y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas, y repueblas la faz de la tierra.

Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras.
Que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 12, 3b-7. 12-13.

Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.
Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.

Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

SECUENCIA.

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»

Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

Comentario a la Palabra:

“En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”

Cerraron las puertas para detener el caos y dentro el miedo se hizo más denso, pero tras un tiempo envueltos por aquella oscuridad, se dieron cuenta de que no estaban solos. Jesús, de pie en medio de ellos, les estaba diciendo: “Paz a vosotros”.

Les mostró las marcas de sus manos y su costado. Él ya había estado allí, en el lugar que tanto temían. Y estaba de regreso. Quienes contaban con el miedo a la muerte para tenerles sometidos, habían perdido la partida.

“¡Recibid el Espíritu Santo!”. (El aliento de Jesús entra ahora en sus cuerpos aún encogidos).

Respirar, ¡algo tan elemental! Se sintieron de nuevo vivos, como cuando le acompañaban en Galilea.

“Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. El Espíritu que llenaba sus pulmones venía también a llenar su tiempo. ¡Había trabajo que hacer! “Desatar” es el nombre de su nuevo oficio (“lúō” –“desatar”– es el verbo que encontramos en el texto griego tras la palabra española “perdonar”).

Deshacer esos nudos que traban la libertad: las heridas de la humillación, la desconfianza, el aferrarse al poder, la culpa. Desatarlos uno a uno para hacer posible la alegría.

Retener allí donde la verdad aún requiere discernimiento y procesos.

Cuando salimos de la habitación cerrada del evangelio de Juan, nos encontramos con el estrépito de Pentecostés en el Libro de Hechos: Un estallido de viento y fuego, Espíritu que convierte el caos de Babel en sinfónica polifonía.

Hoy también quisiéramos ver el milagro: Respeto por los multiformes dones. Que todas las personas, cada una con nuestras distintas capacidades (de nadie se diga “discapacitado”) seamos valoradas por la contribución única que traemos al mundo. (Pablo usa la palabra “cárisma” para decir “don”. Y dice que todos tenemos uno).

En este mundo que parece no va ya a ninguna parte, necesitamos más que nunca a personas con ganas de poner sus dones al servicio del bien común.

(Cuando renuncio a consumir un bien yo solo porque he descubierto que disfruto más compartiéndolo, empiezo a comprender la diferencia entre “bien común” y un “bien de consumo”. El bien común es bueno precisamente porque es común).

El Espíritu es una madre que nos educa para que descubramos la alegría de compartir. Ella “se manifiesta en cada uno para el bien común” (Jesús llamaba al Espíritu “ella”; “ruaj” es femenino en arameo).

En este día en el que los españoles acudimos a las urnas, ¿cómo andar el camino del hastío a la confianza? ¿De la descalificación al respeto? ¿De la lucha por el poder a la cooperación y al mutuo aprecio?

¿Cómo podemos descubrir una ciudadanía que no sea mera defensa contra el otro, ni sólo tolerancia, sino verdadero deseo de conocerle y dejarme conocer? (Y nadie puede conocer sin que eso que conoce le cambie).

Resulta que Jesús nos ha dado su Espíritu y una comunidad para que vayamos practicando. ¿Podrá la Iglesia ser, en este tiempo nuevo, una escuela de buscadores del bien común?

Veni Sancte Spiritus! ¡Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos!