26 de julio
Domingo XVII del Tiempo Ordinario

PRIMERA LECTURA.

Lectura del segundo libro de los Reyes 4, 42-44.

En aquellos días, uno de Baal-Salisá vino a traer al profeta Eliseo el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja.  Eliseo dijo: «Dáselos a la gente, que coman.»

El criado replicó: «¿Qué hago yo con esto para cien personas?»

Eliseo insistió: «Dáselos a la gente, que coman.  Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará.»

Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 144.

Antífona: Abres tú la mano, Señor, y nos sacias de favores.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.

Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente.

El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Efesios 4, 1-6.

Hermanos:

Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados.

Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.  Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados.  Un Señor, una fe, un bautismo.  Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 6, 1-15.

En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades).  Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos.

Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.

Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.  Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?»

Lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.

Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.»

Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?»

Jesús le dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo.»

Había mucha hierba en aquel sitio.  Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil.

Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.

Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.»

Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido.

La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.»

Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.


Comentario a la Palabra:

UNA FIESTA PARA TODOS

Hace tanto calor en estos días en Madrid, que resulta fácil imaginar la exasperación de esos miles de hombres, mujeres y niños, que escuchaban a Jesús sobre las colinas que rodean el Lago de Galilea, un lugar también bastante agobiante cuando hace calor, pues la superficie del agua está a 200 metros bajo el nivel del Mar Mediterráneo.

La multiplicación de los panes es uno de los pocos milagros de Jesús narrada por los cuatro evangelistas. La versión que toca hoy es de Juan, que como es costumbre en él llama a los milagros sēmeia –“signos”– para recordamos que lo importante no es el prodigio, la dimensión portentosa del milagro, sino su significado.

La muchedumbre estaba ahí porque Jesús curaba enfermos, más tarde el mismo evangelio nos dirá que le seguían porque les había dado de comer. ¿Cuánta de esa gente se está enterando del mensaje que Cristo quería transmitirles?

Parece que esta estadística le importa poco a Jesús. Él ve personas hambrientas. La versión de este milagro del evangelio según san Marcos dice que Jesús se conmovió (esplanjníszē), es decir, que se le removió algo por dentro al ver a la gente sufrir.
Walter Kasper, en su libro La Misericordia, dice que tradicionalmente la Teología ha conceptualizado a Dios mediante ideas filosóficas –omnipotencia, omnisciencia, infinitud, …– y sólo después de elaborar este modelo, le añadía como complemento el atributo de la misericordia. ¿No habría que proceder al revés?

Lo cierto es que Dios es un Misterio insondable y todo lo que digamos tiene que tener en cuenta que los humanos nunca podremos comprender quién es, pero nuestra mejor aproximación es Jesús. En Él –creemos– se ha revelado definitivamente el Inefable.

Y Jesús se conmueve hasta las entrañas al ver gente que sufre; suspende su sesión de enseñanzas, y dice que hay que darles de comer. A continuación, pide ideas. Podría haber convertido las piedras en pan, pero prefiere contar con nuestra participación: Un niño (paidárion) se presenta con cinco panes de cebada y dos peces.

Una de las cosas que estaban predichas que tenía que hacer el Mesías era un gran banquete. Lo había profetizado Isaías: “El Señor todopoderoso preparará para todos los pueblos un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares exquisitos, vinos refinados” (25, 6).

Jesús va a montar este banquete mesiánico con el pan de los pobres, hecho de cebada, y algunos peces. La hierba verde servirá de mantel. No habrá vinos de solera ni manjares exquisitos, pero tampoco una lista cerrada de invitados. Toda la multitud está convidada, basta el hambre como tarjeta de invitación.

Y tomó pan, dio las gracias, lo dio: Los verbos de la consagración eucarística. Cuando nos reunimos para celebrar la misa, recordamos no solo la Última Cena, sino también esta comida al aire libre, con miles de comensales. A Jesús le preocupa hasta conmoverle el hambre de tanta gente, también hoy.

El pasado lunes, en la Parroquia de los Santos Apóstoles de las Lomas, en Boadilla del Monte –Madrid– un grupo numeroso de voluntarios cargamos ayuda humanitaria para Haití: medicinas, comida, ropa, mobiliario y material escolar, bicicletas, juguetes, placas solares,… Tardamos más de tres horas porque no se queríamos desperdiciar ningún hueco de aquel enorme contenedor de cuarenta pies.

En el parking, junto al templo en el que domingo a domingo nos reunimos para celebrar la eucaristía, tuvo lugar otro compartir. Es verdad, un gesto minúsculo para las muchas necesidades de aquel país , pero nuestra fe nos dice que cuando uno pone eso que puede, Dios puede aprovechar la ocasión para hacer un milagro: que sea posible una fiesta para todos.