18 de octubre.
Domingo XXIX del Tiempo Ordinario
PRIMERA LECTURA.
Lectura del libro de Isaías 53, 10-11.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación: verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano.
Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento.
Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 32.
Antífona: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Que la palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16.
Hermanos:
Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.
EVANGELIO.
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 10, 35-45.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: “Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir”.
Les preguntó: “¿Qué queréis que haga por vosotros?”
Contestaron: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”.
Jesús replicó: “No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?”
Contestaron: “Lo somos”.
Jesús les dijo: “El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado”.
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús reuniéndolos, les dijo: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.
Comentario a la Palabra:
“Entre Vosotros no Debe Ser Así”
El camino de Jesús hacia Jerusalén se acerca a su fin en el capítulo 10, del cual se toma el evangelio de este domingo. Concluirá con el episodio del ciego Bartimeo al que Jesús abrirá los ojos para que de un salto se ponga en pie y “siga a Jesús por el camino”.
Jesús va por delante (proagon, Marcos 10,32). Pero a los discípulos les cuesta seguir a Jesús. A la tercera predicción de la pasión (Marcos 10,32-34), los discípulos reaccionan en dirección opuesta a la que con su caminar y con su lección indica Jesús. En este caso, a la tercera, dos de los discípulos más señalados, “Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo”, se atreven a reclamar los dos puestos de honor a ambos lados de Jesús. Como si el Maestro estuviera en camino hacia una conquista de gloria. Quizá la petición de los Boanerges se formula en el lenguaje de los nacionalistas judíos, que se repartían los puestos a la derecha o a la izquierda del jefe. El evangelio de Marcos presenta la ambición de los dos hermanos de la manera más cruda. En Mateo (20,20-28) la petición la hace la madre acompañada de sus hijos, los de Zebedeo. Con gesto solemne, “de rodillas”, reclama suplicante para ellos los puestos primeros. Se comprende, pues ¿qué no pedirá una madre para sus hijos?
Ni aun así quiso el evangelio de Lucas recordar una petición vergonzosa que ponía al descubierto la incapacidad de los discípulos para hacer suyo el camino de Jesús hacia en cruz. El evangelio de Lucas omite la escena. Que la pretensión iba en serio lo demuestra que los otros apóstoles se enfadaron porque lo llevaban muy mal. Al fin y al cabo, los discípulos no seguían a Jesús desinteresadamente. Pedro intervino para aclarar que haberlo dejado todo (panta) no significaba renunciar a una compensación: “¿qué recibiremos?” (ti ara estin ymin). La pregunta se ha conservado solamente en el texto de Mateo 19,27. Las ediciones críticas la recogen también en nota de Marcos 10,28, por paralelismo.
Estas precisiones tienen su importancia porque revelan cómo el seguimiento desinteresado no fue fácil ni siquiera en los primeros tiempos cuando el ejemplo de Jesús estaba más reciente. De ahí la acumulación de recompensas cuando llegue la regeneración, el mundo nuevo que empezará con la resurrección de Cristo. Se compensará el ciento por uno en “casas, hermanos, hermanas, madres (padre y madre, según corrige el códice Sinaítico), hijos y campos, pero con persecuciones, mientras que en el mundo futuro recibirán la vida eterna” (Marcos 10,30).
En el evangelio de hoy, la respuesta de Jesús a la pretensión de los dos discípulos, que en principio es negativa (“no sabéis lo que estáis pidiendo”), se hace luego más conciliadora: si comparten el destino doloroso del Maestro, queda en suspenso su petición interesada de participar en la gloria. La respuesta de Jesús, de acuerdo con el tono despolitizado que en varios lugares ha dado Marcos a los diálogos del evangelio, orienta la ambición de los apóstoles hacia metas más elevadas.
Pero al fin se fomenta el interés aunque se centre en los bienes espirituales. Se ha acusado al judaísmo de ser una religiosidad interesada, pero el catolicismo le gana con mucho. No hace falta aducir pruebas de la teología y de la espiritualidad cristianas. El “tesoro” de las indulgencias, la proliferación de años jubilares, las devociones milagrosas a tal santo o advocación piadosa fomentan ese interés en ganar méritos para la vida eterna. Todo eso está lejos del “no me tienes que dar porque Te quiera, pues, aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera”.
En el capítulo 10 de Marcos que hemos venido leyendo estos domingos encontramos algo así como un catecismo básico de moral cristiana. Se propone la novedad del evangelio sobre el matrimonio (volviendo al designio original del Creador), sobre la riqueza (en la que no se debe confiar, sino estar pronto a venderlo todo y darlo a los pobres, siguiendo radicalmente el ejemplo de Jesús) y sobre el poder que ha de ponerse a servicio de los demás y, precisamente, de los últimos. Son tres ámbitos de la conducta humana en los que fácilmente la persona pierde el corazón y la cabeza.
Precisamente en relación con el poder recoge el evangelio de hoy varios dichos de la tradición que contienen una enseñanza válida para todos los tiempos, si bien los destinatarios parecen ser únicamente los Diez discípulos, pues los dos pretendientes a las posiciones de gloria ya han tenido la suyo. Pero, como poniendo en guardia al pueblo menos favorecido, se descalifica a los gobernantes que rigen despóticamente a los súbditos. Como un postulado que nunca debimos olvidar en la iglesia, se formula el principio “entre vosotros no debe ser así”, un criterio que se encuentra casi de manera igual en los tres evangelios sinópticos: Mateo 20,26; Marcos 10,43; Lucas 22,26. El evangelio de Juan escenifica ese principio en el lavado de los pies de los discípulos antes de la Última cena.
Sin embargo, las iglesias cristianas han procurado en todo tiempo copiar los signos externos del poder político, siguiendo el criterio de que “en toda sociedad que funcione” se ha hecho así … Y han llovido los vestidos de lujo, las tiaras, las mitras, los solideos, los títulos honoríficos, los caballeros de tal y cual Orden, los monseñores y doctores que ocupan los puestos a la derecha y a la izquierda del Maestro.
“No ha de ser así”. Sabemos que las renuncias que se han ido haciendo les duelen a los “dignatarios”, porque recortan su autoridad que en tantos casos está cerca de la tiranía denunciada por Jesús y contra la que quiere luchar el papa Francisco. Volver al puro evangelio, hacer real la solidaridad con las personas más desprovistas es el ideal que expresa Jesús con las fórmulas “el hijo del Hombre ha venido” … “no ha venido”, es seguir el ejemplo de autovaciamiento y servicio que nace de la locura de la cruz.