25 de octubre.
Domingo XXX del Tiempo Ordinario
PRIMERA LECTURA.
Lectura del libro de Jeremías 31, 7-9.
Así dice el Señor: «Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad, que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán.Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito.»
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 125.
Antífona: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares.
Hasta los gentiles decían: “El Señor ha estado grande con ellos.”
El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes de Negueb.
Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares.
Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la carta a los Hebreos 5, 1-6.
Hermanos:
Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. A causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino aquel que le dijo: «Tu eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», o. como dice otro pasaje de la Escritura: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.»
EVANGELIO.
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 10, 46-52
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.»
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»
Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.»
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.»
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.»
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Comentario a la Palabra:
DE REGAÑADOR
A MEDIACIÓN DE JESÚS
El evangelio de Marcos (10,46-52) nos sigue acompañando en la meditación de este domingo trigésimo del tiempo ordinario del ciclo B. Faltan solo unas semanas para terminar este ciclo litúrgico. En los domingos anteriores hemos visto a Jesús formando a sus discípulos, a la vez que caminan. Este también. Jesús da sus enseñanzas a quienes le siguen mientras va dirigiéndose a Jerusalén, la ciudad que mata a los profetas y donde Él entregará su vida.
En domingos anteriores hemos podido comprobar que los discípulos no terminaban de comprender el misterio de Jesús, su mesianismo. Iban con él pero seguían aspirando a los primeros puestos, a ocupar la izquierda y la derecha de Jesús. El mesianismo desde la cruz, su Reino, no les entraba ni en la cabeza ni en el corazón.
Será un don de Pascua la comprensión de la enseñanza de Jesús. ¿Dónde me posiciono yo como seguidor de Jesús? ¿Qué he comprendido existencialmente de su misterio, de su amor, de su entrega?
Jesús camina, acompañado, de Jericó a Jerusalén. Es una comunidad en marcha. El papa Francisco diría “en salida”. En ese itinerario el evangelio nos presenta como un símbolo a Bartimeo, un ciego tirado por tierra. Es una manera de mostrarnos la ceguera que padecían quienes siguiendo y siendo amigos Jesús se permitían despreciar a los ciegos físicos. Esfuerzo, Palabra, camino … y los acompañantes seguían ciegos ante la luz y la generosidad propuesta por Jesús. Es una falta de fe que aparece al vivir, mientras vamos de camino. No ocurre así en Bartimeo que, pese a su desgracia, está atento, grita, se desprende, busca un cara a cara con Cristo aunque fuese a ciegas.
Desde la cuneta del camino brota un grito insistente, molesto, repetitivo, desagradable, implorante. Viene de alguien que no pertenece al grupo de seguidores, no forma parte de los amigos de Jesús. No es un miembro de la comunidad, no es de los nuestros. ¡¡¡Que se calle!!! Y Jesús sorprende diciendo, “llamadlo”. ¿Nos damos cuenta? Jesús llama a través de los que dicen “cállate”. Y se produce el milagro, la conversión: los mismos que “regañaban” dicen ahora: “Ánimo, levántate, que te llama”. Esa mediación hace posible el milagro del encuentro con la salvación sanadora que es Jesús.
Adentrándonos en el evangelio de este domingo no hagamos una lectura que nos lleve a identificar al ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, con alguien necesitado de la Organización Nacional de Ciegos, que también. San Marcos está poniendo ante nuestros ojos la figura de Bartimeo para hacernos ver a través de una ceguera física, otras más profundas: la de mantener cerrados los ojos del corazón y, bloqueada la compasión, permanecer ciegos al misterio salvador que, pasando ante nosotros, lo rechazamos. Nos cuesta adquirir “la visión” de Jesús, tener su mirada. Dejamos que brote la desconfianza, el miedo al riesgo, ante el desconocido. ¿Será trigo limpio?. Pero Jesús insiste, no desiste. Él me necesita para llamar.
Bartimeo nos recuerda que hay una oración hecha con gritos que brotan del sufrimiento silenciado. Están ahí las imágenes de @ajplus mostrando a miles de seres humanos que buscan, como ciegos de ahora mismo, atravesar las fronteras de Croacia y Slovenia. Nuestros Bartimeos de esta semana y de la que viene y de la otra. Muchos no van a llegar a su destino porque el invierno en esa zona de Europa es mortal. Ellos quisieran arribar a puerto seguro. Vienen de donde los grandes ciegos agrandan los sufrimientos. Y a donde van, esa misma maldad, está prendiendo fuego a los albergues para refugiados. Es otro modo de “regañar”, son las nuevas maneras de hacer callar. El frío, las lágrimas, las carencias, el barro, los bloqueos, la violencia, el quédate con ellos y te damos tres mil millones de euros, que no avancen … Nada de eso deja frío el corazón de Dios. ¿Quién ayudará a Dios para que Jesús pueda llamar, hacer la pregunta esencial?
En todos los templos este domingo se va a escuchar la pregunta que hace Jesús a todos los silenciados:”¿Qué quieres que haga por ti?”. Una pregunta que perfora porque quiere Jesús decirla a través nuestro. Somos los mediadores de esa pregunta. A través de nuestra boca Jesús desea repetir: “¿Qué quieres que haga por ti?”.
Estos días atrás un catequista de mi parroquia mostraba a los jóvenes de confirmación la foto de una imagen del crucificado. Era una talla especial porque estaba mutilada, le faltaban algunos miembros. Les decía al grupo que esa forma de presentar al crucificado nos ayuda a comprender que somos nosotros, los seguidores de Jesús, sus brazos, sus piernas, su corazón. Poniéndonos a la escucha del evangelio de este domingo podemos decir que también somos los oídos de Jesús. ¿No llega hasta nosotros ese grito de quienes atraviesan fronteras exclamando “ten compasión de mi”?
Este evangelio se ha escrito para que por la fe dejemos a Jesús hablar en nosotros y, pasando de las palabras a los hechos, le dejemos decir a quienes están tirados en las cunetas “¿qué quieres que haga por ti?”. No nos quedemos en “regañar”, seamos de los que llevan la buena noticia: “¡Ánimo, levántate, que te llama!”. Pero no te quedes sólo en palabras. Atrévete, atrevámonos a hacer la pregunta que nos arriesga, que nos hace mujeres y hombres de fe: “¿Qué quieres que haga por ti?”