8 de noviembre.
Domingo XXXII del Tiempo Ordinario

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del primer libro de los Reyes 17, 10-16.

En aquellos días, el profeta Elías se puso en camino hacia Sarepta, y, al llegar a la puerta de la ciudad, encontró allí una viuda que recogía leña.  La llamó y le dijo: «Por favor, tráeme un poco de agua en un jarro para que beba.»

Mientras iba a buscarla, le gritó: «Por favor, tráeme también en la mano un trozo de pan.»

Respondió ella: «Te juro por el Señor, tu Dios, que no tengo ni pan; me queda sólo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza.  Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña.  Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos.»

Respondió Elías: «No temas.  Anda prepáralo como has dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después.

Porque así dice el Señor, Dios de Israel: ‘La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra.’»

Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías, y comieron él, ella y su hijo.
Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 145.

Antífona: Alaba, alma mía, al Señor.

Que mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.  El Señor liberta a los cautivos.

El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos.

Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. 
El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la carta a los Hebreos 9, 24-28.

Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres –imagen del auténtico-, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces –como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena; si hubiese sido así, tendría que haber padecido muchas veces, desde el principio del mundo-.  De hecho, él se ha manifestado una sola vez, al final de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo. Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez.  Y después de la muerte, el juicio. De la misma manera, Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, a los que lo esperan, para salvarlos.

EVANGELIO.

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 12, 38-44.

En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente dijo: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos.  Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.»

Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales.  Llamando a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie.  Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»

Comentario a la Palabra:

De Escribas y Viudas

El leccionario ofrece la posibilidad de saltarse el primer párrafo, el de la denuncia de los escribas, dejando únicamente el ejemplo de la pobre viuda generosa.  Lo malo es que de esta forma la referencia a las viudas en este domingo queda algo coja, porque de tres menciones (la libanesa, la expoliada por los escribas, la del Arca de las Ofrendas o gazofilacio) quedan solamente dos.

Si en este fin de semana se lee el evangelio sin recortes, en la versión larga, resultará una denuncia muy oportuna dados los escándalos, ahora también financieros, que sacan a la luz algunos de los clérigos escogidos precisamente para poner fin a los abusos en el Vaticano.

Pero en cualquier época la denuncia de los escribas en boca de Jesús tal como la reproduce el evangelio de Marcos sale de lo normal.  Es cierto que también Mateo 23,1-36 y Lucas 20,45-47 desenmascaran la hipocresía de escribas y fariseos, de fariseos y escribas, escribas y fariseos.  Mateo sobre todo ha compuesto una serie de siete “Ay de vosotros”, que parecen la contrapartida de las Bienaventuranzas.  Pero al fin la amenaza cae sobre los aquellos que son infieles a su misión de ser guías espirituales del pueblo.  Forzando la expresión, la del evangelio de Marcos “cuidado con los escribas” sonaría así:  “¡Ay de vosotros si imitáis la conducta de los escribas!”

En el texto de Marcos se pone en guardia a los fieles ante el estilo de vida que adoptan los que manejan las cosas de Dios, escribas o letrados.  En vez de servir a la religión, se sirven a ellos mismos.  “¡Cuidado con los escribas!”  La advertencia se entendería respecto de los seductores, de los ladrones, de los corruptores de inocentes, de los rateros que se cuelan entre la multitud.  Pero resulta muy fuerte aplicada a los escribas, que dedicaban su vida a la educación moral del pueblo, porque actuaban como abogados y como teólogos.  Es como si se nos advirtiera:  “¡Cuidado con los obispos y con los sacerdotes!”  Y no solamente porque “devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos”, sino por la vida fastuosa que llevan y por su afán de ocupar los primeros puestos en los banquetes y en la sinagoga.  Es una forma de ostentación que contradice el ejemplo de Jesús.

Frente a ellos Jesús alaba el comportamiento de la pobre viuda, recordado también en el evangelio de Lucas 21,1-4.  Se trata de un ejemplo que habla por sí solo.  La palabra de Jesús no hace sino explicitar lo que el oyente había intuido ya.  El leptón era una moneda de cobre, la de menor valor en el mercado siriopalestino.  Dos leptá  equivalían a un cuadrante,  la moneda de menor valor entre las monedas romanas, como dice el mismo evangelio de Marcos en un texto que destaca por su claridad y pureza de lenguaje.  La traducción del antiguo leccionario “dos reales” resulta anticuada, a pesar de su voluntad de actualizar las monedas.  La nueva versión “dos monedillas” es sobradamente clara.

Siendo el ejemplo tan claro y además conocido en la tradición judía, ¿qué sentido tiene su inclusión en el evangelio?  Sobre todo, por qué se usa una fórmula tan solemne para introducir la explicación de Jesús.  “En verdad os digo” (amen) es una fórmula que se antepone generalmente a revelaciones de género apocalíptico o declaraciones de valor decisivo para el oyente (Marcos 3,28; 8,12).  Es posible que en este caso pretenda abrir los ojos a una calidad humana que a primera vista puede pasar desapercibida.  No sólo en la sociedad abundante, también en la iglesia se ha pasado por alto la calidad moral de personas pobres o sin apariencia.

Jesús puede leer detrás del gesto de aquella mujer un tanto de generosidad al dar no de lo que le sobra sino de lo que ella misma necesitaba para vivir.  Como en el caso de la viuda de Sarepta, esta pobre mujer se quita el pan de la boca para dar de comer a un profeta como Elías o para ofrecer una limosna en el Templo.  En ambos casos, el de Elías, que parece poner a prueba el desprendimiento de la mujer, y el de la viuda alabada por Jesús, destaca la naturalidad y sencilla espontaneidad con que se renuncia a lo que constituye la base de la misma existencia:  “Voy a hacer un pan … nos lo comeremos y luego moriremos”.

El gesto de la viuda limosnera es un ejemplo edificante, un rasgo de limpio y sencillo humanismo.  Hay que aceptarlo así.  Cuando nos decidimos a compartir con los demás lo nuestro, incluso lo más nuestro, no hemos de rodear nuestra generosidad con aspavientos de santidad, como hacían quienes descargaban su bolsa con estruendo en las arcas de las ofrendas.  Hay que reproducir el gesto limpio, sencillo, desinteresado que brota espontáneamente de un alma en paz con Dios y con el prójimo.  No es la única vez que el evangelio recurre al ejemplo de alguien no judío para alabar un comportamiento que respondía a la enseñanza de Jesús.

Será bueno que las jerarquías eclesiásticas que se sientan aludidas tomen las palabras de Jesús con seriedad y se decidan a hacer algo para aproximarse a la sencillez que propone el evangelio.  Que dejen los amplios ropajes; que renuncien a la carrera en pos de los primeros puestos.  La corte papal poco ha modificado su ridícula pompa exterior.   Porque no se trata de modificar sino de acabar con ese remedo de los signos de grandeza humana.

“Un poco de agua, un trozo de pan” fue lo que el profeta Elías pidió poniendo a prueba la solidaridad de aquella mujer libanesa.  Es lo que hoy esperan tantos refugiados cuando se encuentran con los voluntarios que acuden a acogerlos.  Fue la respuesta del samaritano cuando encontró tirado en el arcén al que había caído en manos de bandidos:  sensible a la necesidad del prójimo, lavó sus heridas, lo llevó a la posada.