19 de diciembre.
Cuarto Domingo de Adviento

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PRIMERA LECTURA.

Lectura de la profecía de Miqueas 5, 1-4a

Así dice el Señor:

«Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial. Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornará a los hijos de Israel. En pie, pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor, su Dios. Habitarán tranquilos, porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y éste será nuestra paz.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 79.

Antífona: Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

Pastor de Israel, escucha, tú que te sientas sobre querubines, resplandece.
Despierta tu poder y ven a salvarnos.

Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa.

Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti: danos vida, para que invoquemos tu nombre.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la carta a los Hebreos 10, 5-10

Hermanos:

Cuando Cristo entró en el mundo dijo: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’.»

Primero dice: «No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la Ley. Después añade: «Aquí estoy yo para hacer tu voluntad.»

Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

EVANGELIO.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 1, 39-45

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:

«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»

Comentario a la Palabra:

“¡Dichosa Tú, Que Has Creído!”

En la disposición literaria de los relatos de la infancia la escena de la Visitación sirve de puente entre el díptico de las Anunciaciones y el de los Nacimientos.  Aunque sigan existiendo dudas sobre la identificación precisa del “pueblo de Judá” al que se dirige María para felicitar a Isabel, es justo suponer que el relato se basa de algún modo en un dato histórico.  La tradición identificó ese lugar con Ain Karem, una localidad distante unos 6 kilómetros al oeste de Jerusalén.  En el pueblo actual un santuario recuerda la casa de Zacarías e Isabel y el nacimiento de Juan, mientras que otro santuario recuerda el encuentro de María e Isabel.  Recientemente se han descubierto restos de antiguas cisternas en las que quizá se conservó durante los dos primeros siglos de nuestra era el recuerdo de la actividad bautizadora de Juan.

El encuentro de María con Isabel, su pariente, syngenís, no necesariamente “prima”, viene a ser el encuentro con una mujer que activa algunos temas propios de la revelación del Antiguo Testamento.  La criatura que salta en el seno de la madre recuerda a los dos gemelos, Esaú y Jacob, agitándose en el vientre de Rebeca (Génesis 25,22).  Pero más importante es el cumplimiento de la promesa hecha a Zacarías de la plenitud del Espíritu Santo en el niño Juan ya antes de nacer (Lucas 1,15).  La elección antes del nacimiento es dato frecuente en la historia bíblica:  Jeremías fue consagrado antes de nacer para ser profeta de las naciones (Jeremías 1,5).

El salto de Juan está motivado por la alegría, conforme al ambiente de exaltación gozosa que el evangelio de Lucas ha querido dar a todas las escenas del nacimiento de Jesús.  Zacarías “se llenará de alegría y gozo, jará y agalliasis, y muchos se alegrarán de su nacimiento”, de Juan (Lucas 1,14).  Así fue efectivamente cuando al nacer el niño, los vecinos y parientes se alegraban con Isabel (Lucas 1,58).

Esta expresión de alegría refleja una característica de la fe bíblica.  María se pone en camino para visitar a Isabel “aprisa”, metá spoudés (Lucas 1,39).  La expresión puede significar “con diligencia”, pero también “aprisa”.  Nescit tarda molimina Sancti Spiritus gratia,  como decía el verso latino:  “la gracia del Espíritu Santo no conoce remolonerías”.  Los pastores, al escuchar la alegre noticia del nacimiento de Jesús, fueron “corriendo”, speusantes, “y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre” (Lucas 2,16).  Isabel saluda a María “a voz en grito”, kraugé megále (Lucas 1,42).  La nueva versión oficial de la CEE ha suavizado la expresión y traduce “levantando la voz”.

La fórmula que utiliza Isabel para saludar a María recuerda la negativa de David para acoger en su casa el arca camino de Jerusalén:  “¿Quién soy yo para que el arca del Señor entre en mi casa?” (2 Samuel 6,9).  Pero más importante que esa posible semejanza es el título de “madre de mi Señor” con que Isabel saluda a María, “bendita entre las mujeres” y “dichosa por su fe”.  “Señor, kyrios, es una designación que el evangelio de san Lucas aplica a Jesús durante el ciclo de su vida terrestre, si bien es un título que corresponde propiamente al Cristo glorioso.  Esto se explicaría por la fecha relativamente tardía de composición del tercer evangelio.  Que este título aparezca ya en los relatos de la infancia y aparezca además en relación con María, nos indica también que la importancia atribuida a la Madre del Señor es un dato seguro de la primitiva cristología.  Aparte de esta razón, tenemos también un testimonio evidente de que, hablando con propiedad, la protagonista de los dos primeros capítulos del evangelio de Lucas es María.

Ella recibe el anuncio, ella concibe, ella comunica presurosa la gracia primera.  Todo esto se verifica no en el plano biológico, sino en el plano de la fe.  Por encima de la dimensión individual, María condensa en su actuación la esperanza, la fe y la alegría de la comunidad creyente.  El cántico del Magnificat se ha interpretado como expresión de algunos motivos centrales en la oración de las primeras comunidades cristianas.  María era ejemplo para la comunidad orientada ante todo hacia el reino de Dios que viene con el mundo futuro.  El presente, envuelto en las redes del mal, queda abandonado a sí mismo.  Es el mundo en el que se mueven los ricos, los poderosos, los soberbios.  Los que viven de la esperanza son designados como los fieles, los humildes, los hambrientos de justicia.

Navidad es una estación que de múltiples formas invita a la práctica de la esperanza: los cánticos, los regalos, las reuniones de familia, los sueños que nos llevan a ese nivel profundo en el que podemos descubrir la meta real de nuestra existencia.  No es bueno reducir los signos de la Navidad: el nacimiento, las luces, los árboles, las sorpresas, la fiesta.  Cada uno de estos detalles tiene su importancia para mantener vibrante el latido del alma.

El Domingo Cuarto de Adviento coincide con la enunciación de las “Antífonas Oh”, que son una letanía de exclamaciones para resaltar día tras día uno de los títulos del Niño, cuyo nacimiento celebramos: “Oh, Señor, Pastor de la casa de Israel”; “Oh Sabiduría”; “Oh, Hijo de David”; “Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel”; “Oh Sol naciente”; “Oh Rey de las naciones”; “Oh Emmanuel”.

San Lucas ha compuesto en los capítulos de la infancia (1-2) la pieza literaria más lograda de todo el evangelio.  Es una composición en la que los textos no solamente pintan un cuadro fascinante, sino que los personajes cantan: Zacarías, María, Simeón dan voz a himnos en los que probablemente la primera comunidad cristiana exaltaba la dimensión de su fe.  Los relatos de las anunciaciones y nacimientos fueron compuestos por y para quienes vivían ya en la plena luz del Resucitado.  Así, poéticamente y con la misma fe, hemos de revivirlos nosotros, sin reservas, con idéntica admiración.  El viernes, día 18, celebramos a Nuestra de la O, Nuestra Señora de la Esperanza, recreando la emoción interior de la Madre que espera el nacimiento del Salvador.