14 de febrero.
Primer Domingo de Cuaresma

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro del Deuteronomio 26, 4-10

Dijo Moisés al pueblo:

«El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios. Entonces tú dirás ante el Señor, tu Dios:

‘Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí, con unas pocas personas. Pero luego creció, hasta convertirse en una raza grande, potente y numerosa. Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y portentos. Nos introdujo en este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado’.

Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 90.

Antífona: Acompáñame, Señor, en la tribulación. 

Tú que habitas al amparo del Altísimo,
que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti.»

No se te acercará la desgracia,
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en tus caminos.

Te llevarán en sus palmas,
para que tu pie no tropiece en la piedra;
caminarás sobre áspides y víboras,
pisotearás leones y dragones.

«Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi nombre,
me invocará y lo escucharé.
Con él estaré en la tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré.»

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 10, 8-13

Hermanos: 

La Escritura dice: 

«La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón.» 

Se refiere a la palabra de la fe que os anunciamos. Porque, si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación. 

Dice la Escritura: 

«Nadie que cree en él quedará defraudado.» 

Porque no hay distinción entre judío y griego; ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan. 

Pues «todo el que invoca el nombre del Señor se salvará.»

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 4, 1-13

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. 

Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.

Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.»

Jesús le contestó: «Está escrito: ‘No sólo de pan vive el hombre’.» 

Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo.» 

Jesús le contestó: «Está escrito: ‘Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto’.»

Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: ‘Encargará a los ángeles que cuiden de ti’, y también: ‘Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras’.» 

Jesús le contestó: «Está mandado: ‘No tentarás al Señor, tu Dios’.» 

Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

 

Comentario a la Palabra:

Somos hijos e hijas de Dios

¡Sí! ¡Somos hijos e hijas de Dios!

En el comienzo de la Cuaresma, la liturgia nos presenta un pasaje de la vida de Jesús que el evangelio coloca antes del comienzo de su vida pública, antes, por tanto, de los episodios que hemos escuchado en los últimos domingos. Justo después de su bautismo, el Espíritu Santo conduce Jesús al desierto, donde es tentado por Satanás.

La proclamación de la Buena Noticia del Reino de Dios se produce de este modo no desde una posición de poder y seguridad, sino desde una situación de profunda vulnerabilidad, pues la insidia de la tentación nos afecta en lo más íntimo y como ninguna otra cosa nos hace sentir nuestra fragilidad.

Personas que han hecho largos ayunos dicen que después de dos o tres días sin comer, el hambre desaparece. El cuerpo cambia su metabolismo, empieza a alimentarse de su reserva de grasa y deja de reclamar la ingesta de calorías. Dependiendo de las personas, se puede vivir así hasta 30 o 40 días, al final de los cuales se siente algo que los que lo han padecido describen como un ansia animal por conseguir comida. Es el S.O.S. que lanza el organismo antes de cruzar la línea de no retorno hacia la muerte por inanición.

Es entonces cuando Satanás le tienta para que convierta las piedras en pan. El materialismo es la mentira que consiste en concebir nuestro cuerpo como un mecanismo de deseos y necesidades, en elegir ignorar que su sed más profunda es la de sentido, de la verdad de una palabra salida de la boca de Dios.

El pan producido con un chasquido de dedos no puede saciar esta sed de sentido y verdad. Al igual que el dinero producido sin trabajo, por la pura especulación de los mercados o como comisión a cambio de una firma, no puede sustentar ni la vida personal ni la convivencia social. Hay un hambre que solo puede saciarse, cuando nos alimenta un pan que sea fruto de la tierra y del trabajo humano.

Jesús no era un hombre de ayunos. Le gustaba comer. Lo vemos a la mesa en las bodas de Caná y banqueteando con publicanos y pecadores en casa de Mateo. Sobre las verdes colinas de Galilea, sacia a la multitud con unas pocas hogazas y unos peces. Finalmente, durante su última noche, dice sobre un trozo de pan: “Esto es mi cuerpo”. Este es pan que nos sacia, pues es Cristo mismo que se entrega y se reparte para ser nuestro alimento.

Las otras dos tentaciones son parecidas entre sí. Tanto que en la versión de Mateo su orden aparece invertido. El deseo de poder y de aplausos se alimenta también de un vacío interior, pero de otro tipo. Quisiéramos ser valorados, amados, sentirnos importantes. Satanás le ofrece a Jesús primero el poder sobre los reinos de la tierra y luego ser ovacionado por la multitud, estupefacta al verle descender de lo alto del Templo sin sufrir daño.

Todas estas tentaciones tienen en común estar formuladas en modo condicional: “Si eres el Hijo de Dios…” La estrategia del diablo es distraernos de lo que somos: “¿Y si no fueras Hijo de Dios?” Pero Jesús está bien anclado en la experiencia de lo que acaba de oír en el momento de su bautismo: “Tú eres mi Hijo. En ti me complazco”.

El tiempo de Cuaresma se estableció en los primeros siglos del cristianismo pensando especialmente en la preparación de los catecúmenos. Los candidatos a entrar a formar parte de la Iglesia se preparaban de manera intensa en estas semanas anteriores a la Vigilia Pascual. Aquella noche recibirían el bautismo. Para los que ya formaban parte de la comunidad, era un tiempo especial para acompañar a estos hombres y mujeres en su iniciación, al tiempo que profundizaban en su propia condición de bautizados.

¡Sí! ¡Somos hijos e hijas de Dios! Y esta verdad hace que vivamos nuestras hambres de afecto, pan y reconocimiento de otro modo, como quien está ya saciado, aunque en fe. La primera lectura trae un texto que los biblistas han etiquetado como el Pequeño Credo Histórico de Israel. Es una breve oración que recuerda a los israelitas quién son: Descendientes de un arameo errante, pueblo liberado por Dios, herederos de una bendición. En el tiempo de Cuaresma, los cristianos también recordamos quiénes somos: Hijos e hijas del Padre, amigos de Jesús, templos del Espíritu Santo.

Sacudido por la tentación, Jesús se mantiene en pie, sostenido por una íntima convicción: Él es el Hijo amado. Nosotros también, suspendidos sobre el frágil hilo de la fe, caminamos sobre el filo del abismo, asombrados de no caer. No somos lo suficientemente fuertes como para vencer la tentación; pero ésta, como todo, se pasa. Y entonces descubrimos con mayor viveza esa verdad en Cristo que hace posible una alegría que no puede obtenerse de ningún otro modo.