21 de febrero. II Domingo de Cuaresma

PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro del Génesis 15, 5-12. 17-18

En aquellos días, Dios sacó afuera a Abrán y le dijo: «Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes.» 

Y añadió: «Así será tu descendencia.» 

Abrán creyó al Señor, y se le contó en su haber. El Señor le dijo: «Yo soy el Señor, que te sacó de Ur de los Caldeos, para darte en posesión esta tierra.» 

Él replicó: «Señor Dios, ¿cómo sabré yo que voy a poseerla?» 

Respondió el Señor: «Tráeme una ternera de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón.» 

Abrán los trajo y los cortó por el medio, colocando cada mitad frente a la otra, pero no descuartizó las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres, y Abrán los espantaba. Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán, y un terror intenso y oscuro cayó sobre él.  El sol se puso, y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados.  Aquel día el Señor hizo alianza con Abrán en estos términos: «A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río Éufrates.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 26.

Antífona: El Señor es mi luz y mi salvación

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?

Escúchame, Señor, que te llamo; ten piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro.»

Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio.

Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 3, 17—4, 1

Seguid mi ejemplo, hermanos, y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en nosotros.  Porque, como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas terrenas. 
Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo.  Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo. Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 9, 28b-36

En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. 

De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» 

No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.» 

Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

Comentario a la Palabra:

“Se Espabilaron y Vieron su Gloria”

Tanto el relato de las tentaciones como el de la Transfiguración pretenden aclarar la identidad de Jesús y el sentido de su misión.

En el tercer evangelio, la Transfiguración sigue a la pregunta directa sobre la opinión que primero los de fuera y luego los discípulos se han ido haciendo de Jesús.  Ni Juan Bautista ni Elías ni alguno de los antiguos profetas.  Pedro proclama que Jesús es “el Ungido – jristós – deDios”.  Por una desconcertante táctica de la revelación, que desvela y oculta, dice y calla, Jesús no parece alegrarse de esa confesión, sino que más bien exige que no divulguen su identidad (Lucas 9,20s).

Igual que el evangelio de san Mateo, también el de san Lucas presenta la Transfiguración después del anuncio del camino de Jesús hacia la muerte en Jerusalén y de las condiciones del seguimiento.  Se propone un mesianismo desprovisto de gloria y poder, según el estilo fijado de antemano en el relato de las tentaciones.

Lucas es el único de los tres evangelistas sinópticos que alude al contenido del diálogo con Elías y Moisés.  “Hablaban de su éxodo, éxodos, que él iba a consumar en Jerusalén”. Éxodo puede indicar el punto final de la misión, también la muerte en cruz, como sabemos.  Pero es una clave para entender la Transfiguración en relación con la figura de Moisés y con los hechos prodigiosos que la tradición fue acumulando para adornar la revelación a Moisés en el monte Sinaí.

Se da a entender que Jesús será el continuador de la empresa de liberación iniciada por Moisés en el éxodo de la esclavitud.  Pero también que Jesús llevará a cabo el segundo éxodo, el que sacó al pueblo israelita de la penosa deportación en Babilonia.  Tanto los motivos del éxodo de Egipto como las promesas de retorno a la tierra de Israel, que son parte fundamental del mensaje de los profetas Isaías, Jeremías y Ezequiel, están aludidas en la redacción de la escena de la Transfiguración.

Hasta la ocurrencia de construir tres tiendas tiene que ver con los recuerdos del Éxodo, pues durante la marcha por el desierto el pueblo liberado tuvo que habitar en tiendas.  Es un recuerdo que se mantiene vivo en la fiesta judía de Sukkot, propiamente fiesta de las “cabañas”, que sigue a la celebración del Año Nuevo, allá por Septiembre-Octubre.  Si la propuesta de Pedro se entiende en relación a ese recuerdo, ya no parece tan fuera de lugar.  “No sabía lo que decía” es una observación que puede aludir a lo inoportuno de la sugerencia o también a que no comprendía el alcance de su propuesta.  El “éxodo” de Jesús iría mucho más lejos de lo que pudo imaginar Moisés.

La voz que viene de la nube identifica a Jesús como Hijo y como “el Elegido”.  El primer título es un eco del Salmo 2, que formaba parte del ceremonial de entronización de los monarcas, los “mesías”, de Israel.  El título de “elegido” se le da al Siervo en Isaías 42,1.  Marcos y Mateo le llaman “amado” (Mateo añade “en el que me complazco”).  Lucas le denomina “el Elegido” – eklelegménos – un participio perfecto pasivo que traduce el hebreo bajîr, “elegido”.

En la montaña Jesús cambia su apariencia.  Marcos y Mateo hablan de “metamorfosearse” – metamorfoze – mientrasque Lucas utiliza la paráfrasis “el aspecto – eidos – de su rostro cambió”.  Si efectivamente Lucas pensaba en el Siervo que describe Isaías, el cambio está en que el Siervo Paciente “no tenía apariencia – eidos – ni presencia,  no tenía aspecto – eidos –  que pudiésemos estimar” (Isaías 53,2).

La imagen del Siervo Paciente, como nueva figura del mesianismo israelita responde a un cambio decisivo en la teología del mesianismo.  La imagen del Mesías-Rey suponía que Dios apoyaba con su favor el poder del monarca.  Es la suposición – falsa – que sustentan los Salmos Reales y que han defendido las monarquías tradicionales.  La catástrofe de la nación era señal de que su dios protector la había abandonado.  Para salvar la teología tradicional se aducía que la derrota era consecuencia de los pecados del pueblo.  Así se justificó la destrucción del reino del Norte, el reino de Israel.  Pero cuando llegó la hora de la derrota y destrucción de la “ciudad para siempre”, la ciudad de Jerusalén y el reino de Judá, fueron muchas las voces que, dentro del pueblo judío, no aceptaron aquella explicación.  Fue un primer repensamiento del discurso religioso de Israel sobre Dios, tal como muchos siglos más adelante se haría “después de Auschwitz”.

A la teología del Dios-Rey-Triunfador se contrapuso la imagen de Dios que ni se imponía por su prepotencia política ni se manifestaba en el vocear por las calles.  El poder de Dios se manifestaba en la esperanza en medio de la tribulación y en la fuerza interior para resistir a la violencia.  El poder de un sistema político está en proporción inversa al poder de su divinidad.  Cuando más se acrecienta el poder de un imperio, más se reduce la importancia o significación de Dios en la vida.  El poder del Dios de Israel es tanto más superior cuanto menos se expresa en imágenes de poder.

De este “éxodo” hablaban Moisés y Elías en la montaña.  A Elías particularmente se le enseñó que “Dios no está en el huracán ni en el terremoto ni en el fuego, sino en el susurro de una brisa suave” (1 Reyes 19,11-12).  El Siervo que responde a esa imagen de Dios es “quien no alza el tono ni anda vociferando por las calles”, aunque se mantiene íntegro en la defensa de la justicia y en la empresa de liberación (Isaías 61,1-2), según el programa que trazó san Lucas para Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4,16-19).

Ésa es la gloria que envuelve al Crucificado cuando en la cruz no vemos a un culpable ajusticiado sino al que transforma la Cruz en resplandor de Resurrección.