17 de diciembre.
Tercer Domingo de Adviento

 

Primera Lectura

Del profeta Isaías 61, 1-2a. 10-11

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor.

Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.

Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace protar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.

Cántico reponsorial. Magnificat. (Lucas 1)

Antífona: Me alegro con mi Dios

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
y se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones.
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia.

Segunda Lectura

De la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonisenses 5,16-24

Hermanos:

Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.

No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo.

El que os ha llamado es  fiel y cumplirá sus promesas.

Evangelio

Lectura del evangelio según san Juan 1,6-8.19-28

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe.

No era él la luz, sino testigo de la luz.

Y éste fue el testimonio de Juan cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: “¿Tú quién eres?”

Él confesó sin reservas: “Yo no soy el Mesías”

Le preguntaron: “¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?

Él dijo: “No lo soy”

“¿Eres tú el Profeta?”

Respondió: “No”

Y le dijeron: “¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?

Él contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”

Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: “Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”

Juan les respondió: “Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.”

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Comentario a la Palabra:

“Estad siempre alegres”

El tercer Domingo de Adviento se llama “domingo de Gaudete”, por las palabras de la antífona inicial de la misa, tomadas de la carta a los Filipenses:  “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres” (Filipenses 4,4).  Es la misma exhortación que hoy escuchamos en la segunda lectura:  “Estad siempre alegres” (1 Tesalonicenses 5,16).  En ambos casos se inculca una alegría en todo tiempo, “siempre” (pántote), no una alegría ocasional, sino una alegría que sea actitud permanente del ser cristiano.

Es una alegría que se funda en la verdad (1 Corintios 13,6) y en la esperanza (Romanos 12,12); que se mantiene siempre (aei) incluso cuando alguien podría pensar que el cristiano tiene motivos para estar afligido (2 Corintios 6,10) o cuando el apóstol aparenta debilidad para que los fieles aparezcan fuertes (2 Corintios 13,11).  Es una alegría compartida incluso en la tribulación:  “me alegro y comparto con vosotros mi alegría … Estad alegres y alegraos conmigo (Filipenses 2,17-18: synjairo).

En los textos atribuidos a los profetas el anuncio del futuro oscila entre la amenaza de un castigo – el elemento más útil a la oratoria moralizante – y la esperanza de la restauración.  En esta última dirección va la mayoría de las predicciones.  El mensaje de la primera lectura, tomada de la tercera parte del libro de Isaías, que refleja la fuerza de la esperanza para la reconstrucción del alma de la nación a la vuelta del destierro, es el texto escogido por san Lucas para el programa de acción de Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4,18-19).  El texto griego del oráculo de Isaías utiliza el verbo característico del mensaje de Jesús, “dar la buena noticia, euangelisaszai,  a los que sufren”.

Más allá de la alegría bobalicona de quien ríe siempre, haya motivo o no, es posible cultivar una alegría que permite modificar el presente con la ayuda del futuro que anticipamos.  Podemos cancelar el efecto negativo de un presente angustioso para descubrir el alba de un mundo distinto.  Como el centinela que, al otear el primer destello de la aurora, siente que la guardia nocturna ha concluido y celebra ya el retorno al hogar (Salmo 130,6).  Podemos vivir adelantando en horas de la noche el crepúsculo matutino.  Para ello será preciso “saltar la frontera” tal como han hecho personajes capaces de crear un mundo glorioso.  Los libros proféticos, que recurren casi espontáneamente al lenguaje simbólico, a fin de sacudir las conciencias y persuadir sobre la urgencia de un cambio de orientación, son instrumentos adecuados para suscitar un horizonte de alegría. 

La música, a la que le corresponde un lugar especial en la celebración de la Navidad, ofrece un ejemplo ideal de ese “salto de frontera”.  Cuando la palabra y los símbolos no alcanzan a expresar lo inefable, la música nos ayudará a anticipar el mundo que soñamos.  Aunque no se menciona expresamente el canto, los dos capítulos del relato de la Infancia en el evangelio de san Lucas abundan en manifestaciones de alegría: los que nosotros llamamos “cánticos” de Zacarías, de María, de Simeón.

El ángel anuncia a los pastores “una buena noticia que será de gran alegría, jará, para todo el pueblo” (Lucas 2,10).  Los villancicos tienen su justificación en la alabanza de los ángeles en la Nochebuena.  La alegría como expresión característica de una persona creyente es una actitud que ya el Antiguo Testamento pone bien de relieve.  La relación con Dios reviste en el judaísmo la forma de un dialogo continuo de bendición, de acción de gracias y de alabanza.  En esta exaltación lírica – y musical – de la experiencia religiosa se demuestra la salud del Yo, que no se cansa de dar gracias por los favores recibidos y de encontrar un motivo de alabanza en todo lo que sucede, sea favorable o no.  La Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium del papa Francisco sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual (24 Noviembre 2013) destaca el poder de la alegría para crear el alma cristiana:

La alegría del Evangelio llena la vida entera de los que se encuentran con Jesús.  Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento.  Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.  El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, está en fomentar una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada.  Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien.  Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente.  Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida”.

La fe no se mantiene en una visión angelical del mundo, pues en el Salterio abunda la oración de lamentación, como afirmación desesperada de la persona ante Dios.  Pero del lamento brota la oración de alabanza y bendición como victoria sobre el miedo y sobre la crisis.  Navidad es una afirmación de alegría, como expresa uno de los villancicos populares en el ámbito de la lengua inglesa, Joy to the World, “alegría para el mundo, el Señor viene … que el cielo y la naturaleza canten”.  Juan Bautista anunciaba la venida de alguien mayor que él.  La alegría expresa la confianza de quien mira hacia adelante.  La Navidad es una celebración que nos abre al futuro, en la misma línea en que vivimos la celebración de la Pascua, la liberación de Egipto.  Son acontecimientos que fundan con razón nuestra alegría orientando nuestra mirada hacia el futuro que Dios nos promete.