7 octubre.
Domingo XXVII del T.O.

Gn 2,18-24
Sal 127,1-2.3.4-5.6: Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.
Hb 2,9-11
Mc 10,2-16:

Evangelio

En aquel tiempo, acercándose unos fariseos, preguntaban a
Jesús para ponerlo a prueba: “¿Le es lícito al hombre repudiar
a su mujer?”. Él les replicó: “¿Qué os ha mandado Moisés?”.
Contestaron: “Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla”.
Jesús les dijo: “Por la dureza de vuestro corazón dejó
escrito Moisés este precepto, pero al principio de la creación
Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su
padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola
carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues
lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. En casa, los
discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo:
“Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio
contra la primera, y si ella repudia a su marido y se casa con
otro, comete adulterio”. Acercaban a Jesús niños para que los
tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó
y les dijo: “Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo
impidáis, pues de los que son como ellos es el Reino de Dios.
En verdad os digo que quien no reciba el Reino de Dios como
un niño, no entrará en él”. Y tomándolos en brazos los bendecía
imponiéndoles las manos.

Comentario

En este encuentro, Jesús eleva el diálogo, no cae en la trampa
que le ponían los fariseos y que más tarde retoman los mismos discípulos;
lo cual prueba que era un tema preocupante. Jesús habla
de los planes de Dios. Planes de amor, no de separación y división.
Antes que la ley de Moisés, la voluntad de amor de Dios está por
encima. “Lo que Dios unió que no lo separe el hombre”. Jesús cita
el relato de la creación en el libro del Génesis. Más adelante, Moisés
escribió la Ley para los que son duros de corazón. Jesús sitúa en primer
lugar la dignidad del matrimonio y no la posibilidad del divorcio.
Jesús rompe con la interpretación machista de superioridad.
“Los dos se harán una sola carne”. Esto es una expresión hebrea que significa: dos en plena comunión de
amor. Iguales en dignidad. Escuchando
este texto, enseguida nos damos
cuenta de la marginación social de la mujer
en aquellos tiempos. Ellas no tenían ningún derecho.
Los hombres que interrogan a Jesús lo hacen para ponerlo a
prueba, pues han ido viendo que Jesús trae una nueva mirada sobre
la dignidad de la mujer y las relaciones entre mujer y hombre. En
realidad, no preguntan sobre el divorcio (repudio), lo que quieren
saber es si Jesús respeta el poder que ellos tienen sobre las mujeres.
Todavía hay muchos corazones duros que no lo ven así. Pero sin
esa igualdad, el amor se queda siendo solamente posesión. Jesús
coloca a hombre y mujer con los mismos derechos.
Quizás no podemos dejar de pensar en aquella mujer acusada
de adulterio (Jn 8). De nuevo son hombres los que la traen y la ponen
en el centro. Jesús inclinándose escribía en el suelo. Como para dar
tiempo a los acusadores a reconocer su hipocresía y marcharse.
Después, incorporándose y cara a cara con ella le dice: “Yo tampoco
te condeno, vete y en adelante no peques más”. Los hombres han
puesto la acusación en el centro. Jesús ha puesto el perdón en el
centro. Hay como un anuncio de resurrección. Jesús se abajó y,
levantándose, la levantó con él.
De repente, como para romper la tensión de esta discusión, se
nos dice que “presentaban unos niños a Jesús para que los tocara”;
sin duda, son las madres las que los traen . Abrazando, bendiciendo
y poniendo la mano sobre los niños es como si Jesús quisiera hacer
bien visible la ternura, para que nosotros, hombre o mujer, también la
pongamos en práctica, sobre todo con los más desfavorecidos y en
las situaciones más difíciles. Los niños eran a menudo maltratados
y explotados como las mujeres. A los niños y a las mujeres, Jesús
los coloca en el centro de sus atenciones, cuando en su tiempo no
contaban para nada.

Jesús nos muestra su propia ternura, para que así aprendamos
a liberar nuestra capacidad de verdadero amor escondida en cada
ser humano. “El que no reciba el Reino de Dios como los niños no
entrará en él”. ¿Permaneceremos indiferentes ante las humillaciones
que sufren hoy tantas mujeres y niños en todos los continentes?
¡Tú no quieres, Señor, la desigualdad de derechos entre mujeres