28 octubre.
Domingo XXX del T.O.

Jr 31,7-9
Sal 125,1-2ab.2cd-3.4-5.6:
El Señor ha estado grande
con nosotros y estamos alegres.
Hb 5,1-6
Mc 10,46-52:

Evangelio


En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos
y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo),
estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que
era Jesús Nazareno, empezó a gritar: “Hijo de David, Jesús, ten
compasión de mí”. Muchos lo increpaban para que se callara.
Pero él gritaba más: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Jesús
se detuvo y dijo: “Llamadlo”. Llamaron al ciego, diciéndole:
“Ánimo, levántate, que te llama”. Soltó el manto, dio un salto y
se acercó a Jesús. Jesús le dijo: “¿Qué quieres que te haga?”.
El ciego le contestó: “Rabbuní, que recobre la vista”. Jesús le
dijo: “Anda, tu fe te ha salvado”. Y al momento recobró la vista
y lo seguía por el camino.

Comentario

¡Señor que pueda ver! Hoy todos somos el ciego Bartimeo y
hacemos nuestra su petición. Señor que vea, que pueda verte en mi
interior y en el rostro de aquellos que no tienen ni manto para dejar.
“Señor ten compasión de mí”. Ayúdame a dar el “brinco” hacia ti,
dejando lo que tenga que dejar.
Jesús va hacia Jerusalén, su último viaje. Quizás iba ya deprisa,
pero los gritos insistentes lo hacen detenerse. Seguramente la muchedumbre
le impedía acercarse al mendigo ciego, pero él pide que
llamen a Bartimeo. Sabe que ha venido para los que son como él. “El
hijo de Timeo” era conocido, se sabía quién era su padre, lo habíanvisto a menudo sentado junto al camino. Él tiene que abrirse camino
para ir hacia Jesús. La muchedumbre lo increpaba y quiere impedir
el acercamiento, el encuentro. Él sabe lo que quiere y no teme.
Podemos detenernos en esa muchedumbre que quiere callarnos
con tantas cosas y argumentos, para impedirnos nuestro encuentro
con Jesús. Pero, de repente, al oír a Jesús: “Llamadle”, la muchedumbre
también cambia, quizás entiende algo. Ya no pone obstáculos
para el encuentro, al contrario, anima a Bartimeo para que siga:
“¡Ánimo, levántate! Te llama”. Es difícil entender lo que ha pasado.
¿Por qué han cambiado de repente? ¿Por la presencia y llamada de
Jesús? ¿Por la insistencia de Bartimeo? Para todos hay momentos
de conversión.
No siempre las opiniones y consejos de los otros son los apropiados,
¡pueden cambiar tan rápidamente!. Hay que hacer un discernimiento
personal. Lo importante es lo que echa raíces en nosotros,
no lo que dice la gente. Y desde lo más hondo de nosotros, desde
lo que somos y donde estamos, con confianza, podemos pedir a
gritos: “Ten compasión de mí”. Jesús no pasa de largo, oye y atiende,
cura y salva.
Es como si Bartimeo completara el relato del joven rico, un poco
antes, en el mismo capítulo. “La cosa que le falta” al joven rico es
la confianza y determinación del mendigo. El joven rico no pudo
decidirse a dejar lo que tenía. Bartimeo dejó “el manto”, todo lo que
tenía para protegerse. En su interior está esa confianza que es fe.
Reconoció sin ver, supo bien quién era Jesús, Hijo de David, y lo que
podía darle. Reconocimiento que los líderes de Israel, esperando un
poder mesiánico, no supieron reconocer ni ver.
Al final, Bartimeo “recobró la vista y seguía a Jesús por el camino”.
Ha pasado, “brincando, saltando”, de la marginación y la
mendicidad a recobrar toda su dignidad humana. Su confianza en
Jesús le ha llevado de la oscuridad a la luz.


¡Me reconcilia, Señor, experimentar que vienes a mí con esa pregunta:
“¿Qué quieres que haga por ti?”!