18 noviembre.
Domingo XXXIII del T.O.
Dn 12,1-3
Sal 15,5.8.9-10.11:
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Hb 10,11-14.18
Mc 13,24-32:
Evangelio
En aquel tiempo dijo el Señor a sus discípulos: “En aquellos
días, después de la gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna
no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros
se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre
las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá
a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de
la tierra hasta el extremo del cielo. Aprended de esta parábola
de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las
yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis
vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta.
En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo
suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
En cuanto al día y la hora, nadie los conoce, ni los ángeles
del cielo ni el Hijo, solo el Padre”.
Comentario
El fin del mundo y el advenimiento del Reino de Dios: algunas corrientes
religiosas los evocan jugando con el miedo a un cataclismo
y a un juicio terrorífico. Pero Jesús nos pone en guardia contra estas
especulaciones –“el día y la hora, nadie lo sabe”–, proponiendo una
visión mucho más seria, original y tranquilizadora.
Sus propuestas sobre ese tema han sido juzgadas como contradictorias:
¿cómo puede decir, a la vez, que el misterioso Reino de
Dios está ya aquí y después evocar su manifestación futura, aludir
a fenómenos cosmológicos al mismo tiempo que se opone a tales
especulaciones? Tal vez, porque una afortunada complementariedad
se esconde en ellas...
La afirmación esencial, la más original y la más hermosa sigue
siendo indiscutiblemente esta: “El Reino de Dios está en medio de
vosotros” (Lc 17,21). Para Cristo, esta dimensión divina ya está aquí
y la presencia de Dios espera nuestro consentimiento en todo momento
para comenzar una relación de amor que no tendrá fin.
Pero, entonces, cuando Cristo evoca el futuro no contradice el
hecho de que esté “ya aquí”: nos muestra que su manifestación será
entonces plena. Más importante todavía: si a él no le incomoda aludir
a los cataclismos cosmológicos, su insistencias nos lleva al hecho
−¡tranquilizante!− de que su presencia (“comprended que él está
próximo”) será, entonces, la más fuerte (“con gran poder y gloria”).
En conclusión, el enigmático “esta generación no pasará antes
que todo esto haya llegado” no habría debido considerarse como un
error de su parte, sinónimo de esperanza defraudada: su muerte, su
ascensión y su resurrección han permitido superar una etapa capital
en esta manifestación del Reino, porque “el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha
sido dado” (Rm 5,5).
¡Espíritu Santo, colmas de paz a quienes ponen su confianza en Cristo
resucitado!