Episodio 6: La fuente de la Revelación

La Constitución “Dei Verbum” fue la respuesta del Concilio a un documento anterior que había sido rechazado: el esquema preparatorio “De Fontibus Revelationis”.

Este documento “De Fontibus” pedía que se clarificara la relación entre las dos fuentes de la revelación (de ahí el nombre, De Fontibus Revelationis) Estas dos fuentes eran: Biblia y Tradición.

De Fontibus proponía que el Concilio definiera que algunas verdades de la revelación se encuentran en la Biblia y en la Tradición y que otras sólo se encontraban en la Tradición pero no en la Biblia.

Esta propuesta puso al Concilio ante un dilema: refrendar la doctrina de que hay verdades que sólo se encuentran en la Tradición y no en la Escritura (técnicamente llamada “incompletitud material de la Sagrada Escritura”) hubiera supuesto un distanciamiento fatal de los protestantes.

El Concilio resuelve el dilema cambiando el marco de la pregunta, replanteando nada menos que el concepto mismo de Revelación. Percibe que De Fontibus está entendiendo la revelación de una cierta manera: ante todo como revelación de doctrinas y verdades. Dei Verbum da un paso atrás, retorna a los orígenes de la fe, y descubre que la Revelación es ante todo encuentro, relación personal con Dios.

Dios no se limitó a revelar verdades “Se reveló a sí mismo”. Si el contenido de la fe no son verdades o doctrinas, sino este encuentro, no tiene sentido hablar de la Biblia y Tradición como dos depósitos independientes de verdades. Es más, la Constitución “Dei Verbum” no considera que la Biblia y la Tradición sean “fuentes” de la revelación. Le enmienda la plana al esquema “De Fontibus” en su mismo título. No hay dos fuentes de la Revelación –Biblia y Escritura– sino solo una fuente. Si la Revelación es

Dios que se revela a sí mismo, sólo podemos hablar de una fuente, ¿y esa fuente es?...

Uds. conocen la respuesta, ¿a que sí? ¿Cuál es esa fuente en la que Dios se revela a sí mismo?

Jesús.

Jesús es Dios revelándose a sí mismo. Él es la única fuente de Revelación.

Siguiendo con la metáfora, podríamos hablar de Dios como de una reserva infinita de agua subterránea, invisible y misteriosa, aunque muy cerca de nosotros, justo debajo de nuestros pies. De ella brota una fuente a la superficie de nuestro conocimiento humano: Jesús.

Jesús es la fuente que mana del Misterio de Dios.

Como dice el prólogo del Evangelio según San Juan: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios” Jesús es la Palabra de Dios.

Cuando Dios decidió comunicarse con los humanos, cuando decidió “revelarse a Sí mismo”, la Palabra que le salió no fue un texto, una doctrina o un conjunto de palabras. Lo que salió de Dios fue un ser humano de carne y hueso, un hombre nacido de María, llamado Jesús.

Y Jesús es todo lo que Dios quería decirnos. San Juan de la Cruz escribe comentando un texto del Nuevo Testamento, la Carta a los Hebreos:

Lo que antiguamente habló Dios en los profetas a nuestros padres de muchos modos y de muchas maneras, ahora a la postre, en estos días nos lo ha hablado en el Hijo todo de una vez. En lo cual da a entender [el Apóstol] que Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en el todo, dándonos al Todo, que es su Hijo (Subida al Monte Carmelo II, 22, 4.)

Escritura y Tradición no son fuentes de la revelación. Solo Jesús es fuente. Escritura y Tradición son más bien como canales que conducen el agua por la superficie desde la única fuente que es Jesús.
Este  reparto de papeles entre Escritura y Tradición por un lado y el propio Jesús por otro se entiende aún mejor cuando lo comparamos con el reparto de papeles entre el Corán y Mahoma en la revelación islámica.

Según el Islam, la palabra definitiva de Dios para la humanidad es un libro, escrito en árabe: el Corán. Mahoma es el gran profeta a través del cual este libro fue revelado. La figura de Mahoma es por tanto de una enorme trascendencia para el islam, pero siempre subordinado al texto del Corán, que es verdadera palabra de Dios.

En el cristianismo los papeles están exactamente invertidos. La Palabra definitiva de Dios es un ser humano, Jesús. La Biblia es importantísima, pero ocupa un lugar secundario con respecto a la verdadera fuente de la Revelación que es la persona de Jesús.

La Biblia es uno de los grandes monumentos literarios de la humanidad (Esto es una verdad histórica, que no depende de la fe. Es un libro que ninguna persona culta –creyente o no– puede permitirse el lujo de ignorar). Es el libro más leído, estudiado e influyente de la cultura occidental. Para el creyente es, además, un medio de Revelación, no la fuente, pero sí un testigo imprescindible de Jesús que ningún creyente puede desoír.

La Biblia da fuste a la Revelación. Sin los textos de la Biblia –nos referimos especialmente a los evangelios– la imagen de Jesús se hubiera desdibujado a través de la historia. Sin la fijeza que da la escritura, distorsiones y leyendas de todo tipo se hubieran apoderado de la figura de Cristo a través de los siglos. Esta tecnología, la escritura, nos permite asomarnos hasta las inmediaciones históricas de Jesús –saltando de un golpe casi 2000 años– para conocer de la mano de testigos próximos a él el relato de su persona. Pero la Biblia por sí sola no se basta para llevarnos a la fe.

Y si no, que levante el dedo el creyente que haya encontrado a Dios solamente leyendo la Biblia. Lo que nos lleva hacia el Dios de Jesús es el testimonio de otras personas, sus ejemplos de vida, su invitación a descubrir por nosotros mismos la fe mediante la oración, la reflexión, la participación en la comunidad, la práctica de las obras de misericordia… Y a todo ese conjunto de cosas que no son la Biblia, llamamos “Tradición”.

“¿Qué es la Biblia?” Es una pregunta fácil de responder. La Biblia es un libro, o mejor dicho, un conjunto de libros. La mayoría de nosotros tenemos una Biblia en nuestra casa. Podemos decir “La Biblia es esto”. Pero ¿qué es la Tradición? Esa es una pregunta más difícil de contestar. De hecho la Constitución “Dei Verbum” evita dar una definición de la Tradición.

Yves Congar, uno de los grandes teólogos del Concilio Vaticano II escribió que la naturaleza de la Tradición “no es la del discurso, con sus formulaciones precisas, definidas: es la de la vida y la experiencia concreta, familiar, de las realidades de las que se vive”

Tradición es el nombre que damos a la vida cristiana que se transmite no mediante un libro de instrucciones, sino de persona a persona, generación tras genración, mediante el ejemplo de vida.

No aprendemos a ser cristianos leyendo un libro –¡ni siquiera sólo leyendo la Biblia! –. La fe cristiana, que no es otra cosa –lo repetimos por enésima vez– que la respuesta del creyente a la revelación de Dios, no consiste en adquirir información, sino en vivir una relación con Dios que se ha revelado a sí mismo en Jesús. Esta relación te cambia la vida.

¿Cómo cultivamos esta relación con Dios que es la fe? Un medio imprescindible es la lectura de la Biblia, especialmente de los evangelios, pero no basta con leer la Biblia.

Hay todo un conjunto de prácticas con las que la Iglesia ha ido transmitiendo, de generación en generación, la fe. Eso que Congar llamaba “la vida y la experiencia concreta, familiar, de las realidades de las que se vive”. Está refiriéndose a la vida cristiana: la oración, los sacramentos, las obras de misericordia.

Por ejemplo, no podemos ser cristianos, no podemos tener fe, sin la oración. ¿Y cómo aprende uno a orar? Pues orando, no hay otra. No se aprende a orar leyendo un libro sobre oración –aunque eso pueda ayudar–. Aprendemos a orar de otras personas que oran, y hay una tradición de orantes que se remonta a través de los siglos hasta Jesús.

Tradición es todo eso que se transmite no a través del texto escrito de la Biblia sino a través de la vida. La Tradición y la Biblia no se contradicen, más bien se complementan.

En este caso de la oración, la Biblia aporta muchísimo: Tenemos en el Antiguo Testamento los salmos, esas oraciones magníficas con los cuales rezaba el mismo Jesús. Tenemos en los evangelios la oración del Padrenuestro, y sobre todo el ejemplo de persona orante que fue Jesús. Pero la tradición orante de la Iglesia no se limita a este formato escrito que es la Sagrada Escritura. Es una vida que se transmite: eso es lo que llamamos “Tradición”

Y lo que hemos dicho de la oración se podría decir de otros aspectos de la fe, como los sacramentos o las obras de misericordia. Jesús dijo: “Sed misericordiosos como vuestro padre celestial es misericordioso”. Eso está en la Biblia, pero para aprender a ser misericordiosos necesitamos también de la Tradición, es decir, de esa práctica ininterrumpida de los cristianos, que a través de los siglos que han practicado el amor hacia los más pobres. Necesitamos de figuras como San Francisco, o San Vicente de Paúl o la Madre Teresa de Calcuta. Necesitamos de grupos que mantienen vivo y actualizan en cada generación qué significa vivir hoy una opción preferencial por los pobres. Que no va a ser como en siglos pasados, repartir la sopa boba a la puerta de los conventos: Hoy grupos como Cáritas combinan la ayuda asistencial con el estudio y la denuncia social. Congar decía que la tradición no era solo fidelidad al pasado, sino sobre todo fidelidad al futuro. Al futuro que Dios prepara para la humanidad.
Biblia y Tradición no son pues dos fuentes de la revelación, menos aún dos depósitos independientes de verdades, sino dos modos de acceso complementarios a la única fuente en el que Dios se revela a Sí mismo: Jesús.

Necesitamos leer la Biblia para conocer mejor a Jesús (y lo vamos a hacer, va a ser el siguiente tema de nuestro podcast). Pero sólo podemos conocer verdaderamente a Jesús si por la acción del Espíritu Santo nos dejamos transformar a su imagen.

Y casi nos estábamos olvidando del tercer gran protagonista de la Revelación: el Espíritu Santo, presencia misteriosa de Dios que nos transforma a imagen de Jesús. El Espíritu Santo actúa como quiere –dentro y fuera de la Iglesia– pero su hábitat preferido es una vida cristiana rica en prácticas de amor a los necesitados, de oración, de compartir comunitario. La vocación de la Iglesia es ser un ecosistema favorable al Espíritu, no para apropiarse de él, sino para ayudarle a hacer su obra de cambiar el mundo.

Llegamos así al final de otro episodio. Quisiéramos dejaros con algunas preguntas para la reflexión: ¿Cómo he conocido a Jesús? ¿Cómo la Biblia y la Tradición me ayudan a conocerle? ¿Cuál es mi relación con Él?