Episodio 7: Conocer a Jesús

En los episodios anteriores hemos estado reflexionando sobre la Revelación y la Fe (Recordemos que fe y revelación son como dos caras de la misma moneda, puesto que la fe es la acogida humana de la revelación de Dios).

La rama de la Teología que estudia la Revelación y la Fe se llama Teología Fundamental. Si uno estudia Teología en la Universidad, en algún momento del currículum –casi siempre en los primeros años– se topa con una asignatura que se llama “Teología fundamental”. Todo un curso para desgranar qué es lo que queremos decir cuando decimos “Yo creo”. Los episodios anteriores de Teología para Hoy pueden considerarse como una introducción a la Teología fundamental.

Cerramos con este episodio el ciclo sobre Teología Fundamental (sobre este primer tema que hemos estudiado en el podcast: la Revelación/Fe). ¿Hacia dónde podemos ir desde aquí?

Yo tenía muy claro que debíamos empezar por la Teología Fundamental, porque la Teología Fundamental se llama fundamental por un motivo. Nuestra manera de entender el acto de fe va a determinar fundamentalmente el modo en el que vamos a enfocar los contenidos de esa fe, que son los demás temas de la Teología. Así que sí, el primer paso estaba claro, cuál es el segundo.

Creo que después de lo que hemos dicho en el episodio anterior resulta obvio que hacia donde debemos apuntar ahora es hacia Jesús: Dios se ha revelado a sí mismo de manera definitiva en Él. La fe cristiana es una relación personal con el Dios que se reveló a Sí mismo en Jesús.

A mí y espero que a uds. esto resulta de una evidencia meridiana, la tarea de la Teología cristiana es reflexionar acerca del Dios que se revela en Jesús y darlo a conocer, pues resulta que algunos de los más grandes teólogos de nuestro tiempo nos avisan que no siempre esto es lo que Teología ha hecho o hace.

Adolphe Gesché, uno de los teólogos más interesantes de finales del siglo XX (murió en 2003) escribió:

“Pudiera ocurrir que nunca hubiéramos tomado realmente en consideración la teología, el discurso sobre Dios que aparece implicado en el mensaje de Jesús”.

Según este teólogo belga –profesor en Lovaina– tan pronto como el siglo II, la reflexión cristiana empezó a dar por supuesto una idea de Dios que había tomado prestada de los filósofos griegos “sin considerar ni medir realmente la transformación de la idea de Dios que Cristo aportaba”.

Esta sugerencia de que el discurso de la Teología cristiana acerca de Dios no ha estado seriamente fundamentada en los evangelios sino que se ha basado más bien en consideraciones filosóficas ajenas a Jesús, es una especie de aviso a navegantes que se está oyendo con cada vez más insistencia en círculos teológicos.

Por ejemplo, en su libro La Misericordia, el Cardenal Kasper ha escrito:

“Tanto en los manuales tradicionales de teología dogmática como en los más recientes, la misericordia de Dios es tratada únicamente como uno más de los atributos divinos y , por regla general, de forma concisa tras los atributos que se derivan de la esencia metafísica de Dios”.

Kasper dice que la Teología ha insistido más en los rasgos de Dios que provienen de la reflexión filosófica como la infinitud, la eternidad, o la omnipotencia, que en esos rasgos de Dios que encontramos al leer los evangelios, como por ejemplo la misericordia.

Es como si los teólogos retrataran a Dios con características que provienen de la reflexión de los antiguos filósofos como alguien omnipotente, infinito, omnisciente, etc. Y luego dijeran “a propósito, según Jesús, este Ser Supremo es además misericordioso, a ver cómo encajamos esto con todo lo demás”.

Habría que proceder al revés, partiendo de la imagen de Dios que encontramos en los evangelios. La tarea, pues, más urgente de la Teología sería ofrecer la imagen de Dios que Jesús presentó con sus enseñanzas y sobre todo con su vida.

Esta llamada a reconsiderar la imagen de Dios, a tomar como punto de partida la imagen de Dios que encontramos en el Evangelio, no solo resuena en la Iglesia Católica. Me gusta mucho cómo explica esta idea el teólogo inglés y obispo anglicano emérito Tom Wright, a través de una anécdota:

“Durante siete años fui capellán de Worcester College, en la Universidad de Oxford. Cada año solía encontrarme uno a uno con los estudiantes del primer curso durante unos minutos para conocernos por primera vez. La mayoría de ellos se alegraban de verme; pero muchos comentaban, a menudo con ligero incomodo: ‘No me va a ver mucho por aquí; mire, es que no creo en dios’.

Tenía preparada una respuesta para estos casos: ‘¡Oh, qué interesante! ¿En qué dios no cree usted?’ Esto solía sorprenderles; generalmente consideraban que la palabra ‘Dios’ tenía un sentido unívoco, con un significado siempre igual. Así que balbuceaban algunas frases sobre el dios en el que decían no creer: un ser que vivía arriba en el cielo, mirando desde arriba hacia el mundo con desaprobación, que ‘intervenía’ ocasionalmente para hacer milagros; y mandaba a los malos al infierno mientras permitía a las personas buenas compartir su cielo. De nuevo tenía una respuesta preparada a esta visión tan frecuente de un dios ‘espía en el cielo’: ‘Bien, no me sorprende que no crea en ese dios. Yo tampoco creo en ese Dios’”.

El desconocimiento del Dios de Jesús no es solo un problema que afecta a los teólogos: El Dios en el que mucha gente cree, o en el que mucha gente no cree, no es el Dios de Jesús.

Los cristianos hemos recibido la misión de dar testimonio del Dios de Jesús, un Dios que es “digno de fe” porque nos ama (este es el título de un libro del teólogo Von Balthasar “Solo el amor es digno de fe”). Un Dios que ha sido y es buena noticia, la mejor noticia de nuestras vida.

Así que lo que proponemos ahora es tratar de conocer a este Dios que se reveló a sí mismo en Jesús, quien dijo: “Quien me ha visto, ha visto al Padre”

¿Y cómo podemos hacer esto? Una respuesta a esta pregunta es hacer Teología al hilo del Credo. Este es el camino que han escogido muchos cursos de Teología y catecismos. Explicar la fe cristiana comentando lo que dice el Credo acerca de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esto es un camino sin duda legítimo, pero que conlleva un serio problema.

Veamos qué es lo que dice el Credo acerca de Jesús (en la versión llamada niceno-constantinopolitana):

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre; por quien todas las cosas fueron hechas; que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación descendió del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó en María la virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato, padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Es llamativo el salto mortal que esta fórmula da sobre la vida de Jesús: “Se encarnó en María la virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato”. De la encarnación se pasa directamente a la crucifixión, sin mencionar una sola palabra sobre lo que aconteció entre ambos. La vida de Jesús, contenido de los evangelios, no encuentra apenas lugar en el Credo.

Esto no quiere decir que los padres conciliares de se reunieron en Nicea (año 325) y en Constantinopla (año 381) para redactar esta formulación del Credo considerasen que la vida de Cristo era poco relevante.

El objetivo de estos concilios fue responder a ciertas herejías del siglo IV que negaban la plena divinidad de Jesús, pero los padres que participaron en aquellos concilios daban por supuesto en todas las comunidades cristianas los  evangelios eran proclamados cada domingo y meditados por los fieles. El Credo no está diseñado para suplantar al Evangelio, sino para complementarlo.

Los evangelios afirman que Jesús es el Hijo de Dios: en este sentido, el dogma se apoya en el evangelio. Pero el evangelio dice mucho más, y esto más que dice tiene que ver, sobre todo, con la imagen de Dios que se va dibujando a través de la narración de la vida de Jesús.

Los cristianos confesamos que Jesús es el Hijo de Dios, pero antes de realizar esta confesión deberíamos dejar que Jesús nos contara de qué Dios es Hijo.

El Credo sin el Evangelio es incapaz de llevarnos a la crítica de nuestras ideas de Dios. Sin los evangelios, el concepto de Dios queda a merced no solo de las reflexiones de los filósofos –eso sería lo de menos–, sino de las manipulaciones de los dinamismos de poder, presentes en mayor o menor medida en todas las instituciones, incluida la Iglesia. 

De este modo, el Dios sorprendente de Jesús, que se alegra de encontrar la oveja perdida; que es como una mujer que pone un poco de levadura en la masa para que todo fermente; un Dios Padre que perdona sin exigir explicaciones a su hijo pródigo y hace brillar su sol sobre buenos y malos; un Dios Rey que invita a las bodas de su hijo a mendigos y lisiados,… Este Dios sorprendente que se ha revelado en la vida, la muerte y la resurrección de Jesús se ha visto sustituido demasiadas veces por un Ser Supremo hierático, autoritario y patriarcal, un juez implacable.

El Credo no fue diseñado para sustituir al Evangelio. La posición subordinada, como una especie colofón tras la homilía, que ocupa en la celebración de la Eucaristía –lex orandi, lex credendi– ilustra su papel de subrayado o marco a la imagen principal que es el Jesús proclamado en los evangelios.

¿Así que saben lo que vamos a hacer en los próximos episodios de “Teología para hoy”?: Leer los evangelios.

Llegamos así al final de este episodio y también de este primer bloque de “Teología para hoy” dedicado al tema de la Revelación. En el próximo episodio iniciaremos otro tema: hablaremos de qué es la Biblia y cuál es el lugar que en ella ocupan los evangelios.