Historia de Israel

Desde Abrahán hasta Jesús

En este segundo y último episodio sobre el Antiguo Testamento vamos a hacer un rápido recorrido por la historia de Israel, desde sus inicios hasta el nacimiento de Jesús.

Según recientes estudios arqueológicos los judíos empezaron a poblar la zona montañosa de lo que hoy es Cisjordania unos once siglos antes de Cristo. Según el arqueólogo de la Universidad Hebrea de Jerusalén Israel Finkelstein:

“En las tierras altas que se extienden desde las colinas de Judea, en el sur, hasta las de Samaría, en el norte, escasamente pobladas hasta entonces, y lejos de las ciudades cananeas, que se hallaban en un proceso de hundimiento y desintegración, surgieron de pronto unas doscientas cincuenta comunidades asentadas en las cumbres de las colinas. Allí estaban los primeros israelitas”.

Estos israelitas tienen costumbres peculiares, distintos de los pueblos de alrededor –los arqueólogos por ejemplo no hallaron en estos asentamientos huesos de cerdo, común entre los pueblos del entorno–.

Con el tiempo estos asentamientos se desarrollaron hasta convertirse en los pueblos y ciudades del pueblo que está detrás de las tradiciones de la Biblia. Y eso quiere decir que los habitantes de estos lugares compartían, además de sus extrañas costumbres dietéticas, el relato de un viaje, la memoria de una arriesgada huida desde Egipto, país en el que habían sido esclavos: una historia universalmente conocida como el Éxodo.

Lo que los arqueólogos no han encontrado son las pruebas de los acontecimientos narrados en el Éxodo. Es claro que algunos de sus episodios –como el paso del Mar Rojo– son fruto de la imaginación popular. Pero como sucede con otras grandes epopeyas, pensemos por ejemplo en la Guerra de Troya narrada por la Ilíada de Homero, detrás de estos relatos adornados por la fantasía popular, hay un núcleo histórico. El núcleo del relato del Éxodo es que un grupo de esclavos que liderados por un personaje carismático –Moisés– escapó de Egipto y vagó durante años por el desierto hasta asentarse en Israel.  La realidad histórica del Éxodo es algo debatido hoy entre los historiadores, pero a muchos nos parece que es algo perfectamente creíble que un puñado de familias conservaran el recuerdo de una huida de la esclavitud que les condujo a la libertad, aunque no haya ningún monumento de la época que lo conmemore.

En cualquier caso, esa es la historia que cuentan hasta hoy los judíos para dar cuenta de su identidad. Lo dice ya esta antigua confesión recogida en el libro del Deuteronomio:

Mi padre era un arameo errante. Bajó a Egipto y se estableció allí como emigrante con un puñado de gente; allí se convirtió en una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos a YHWH, Dios de nuestros antepasados y YHWH escuchó nuestra voz y vio nuestra miseria, nuestra angustia y nuestra opresión. YHWH nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo poderoso en medio de gran temor, señales y prodigios; nos condujo a este lugar  y nos dio esta tierra, que mana leche y miel” (Dt 26, 5-9)

Esta experiencia de liberación fue un hecho fundante para pueblo judío. Los relatos sobre Abrahán, Isaac y Jacob –las historias patriarcales a las que nos referimos en el episodio anterior de este podcast– son como una “prehistoria” de esta epopeya –el Éxodo– que marcará para siempre la identidad israelita.

Todo empezó cuando Moisés, un hombre con una identidad meztiza –nacido esclavo hebreo pero criado por una princesa egipcia– tuvo en el desierto una experiencia de encuentro con el “dios” de sus antepasados “El Dios de Abrahán, Isaac y Jacob”. Este “dios” –a diferencia de los dioses egipcios que refrendaban el estatus quo del régimen de los faraones– quiere la libertad para los hijos de Israel.

Tras no pocas resistencias Moisés consigue sacar a su pueblo de Egipto y en el desierto hace de ellos un pueblo libre. Y en el desierto recibe la ley, el decálogo y las demás normas consignadas en el Pentateuco. La redacción por escrito de estas normas es muy posterior, pero la intuición de que para mantenerse en la libertad hacen falta normas y una ética pertenece a la experiencia fundante de Israel.

Para nosotros los occidentales, que vivimos inmersos en la tradición judeo-cristiana, nos puede parecer normal que ética y religión estén conectadas. Pero esta no es la norma en las diferentes culturas. En la mayoría de las religiones politeístas los dioses no están especialmente interesados en el comportamiento moral de los humanos. Lo que quieren los dioses es que los humanos les sirvan –les veneren y ofrezcan sacrificios–, lo que hagan los mortales en sus relaciones mutuas, les trae sin cuidado. En muchos casos ni los propios dioses son retratados como moralmente intachables. No así el Dios de Israel, un Dios bueno que pide que sus devotos se comporten decentemente en sociedad.

La narración de los cinco primeros libros de la Biblia, llamados “Pentateuco” por los cristianos y “Torá” por los judíos, termina con la llegada de los israelitas a la Tierra Prometida, pero la historia continuó.
Durante los primeros dos siglos los hebreos rehusaron constituirse en un Estado, con un gobierno permanente encabezado por un rey, como otros pueblos de su entorno. Se organizaron como una confederación de tribus sin rey y sin políticos profesionales. Cuando había disputas, un hombre o mujer respetado por todos, llamado “juez” o “jueza”, arbitraba entre los litigantes –como la jueza Débora que juzgaba debajo de una palmera–. Cuando surgían amenazas exteriores, estos mismos jueces organizaban a la  gente en un ejército popular.

Entorno al año 1000 a.C., este sistema no pudo seguir compitiendo con los Estados altamente organizados del entorno, con ejércitos bien pertrechados y altamente entrenados. Así que los israelitas nombraron al primer rey: Saúl, que resultó ser un tipo desequilibrado, un loco. Le sucedió en el trono no su hijo, sino un rival, David, que ha pasado a la memoria colectiva como el más gran rey de todos los tiempos. A David le sucedió su hijo Salomón, que es recordado por su sabiduría.

Tras la muerte de Salomón el Reino se dividió en dos. Diez tribus al norte y dos tribus al sur. Fueron siglos de una lenta decadencia. El que quiera los detalles puede leer los dos libros de los Reyes en la Biblia. En el año 721 a.C. el Reino del Norte es arrasado por los asirios. Sus diez tribus desaparecen para siempre de la historia. El Sur sobrevive con sus dos tribus: la más importante de las dos es Judá, la otra tribu es Benjamín.  A partir de la destrucción de las diez tribus, en el año 721, “los israelitas” son reducidos a “los judíos”. A partir de entonces decir “israelita” es decir “judío”. Con el tiempo el Reino del Sur correrá la misma suerte que sus hermanos del Norte. En el año 587 a.C., los babilonios destruyen Jerusalén y deportan a su población.

Se inicia así un tiempo de destierro, un tiempo crítico para el pueblo judío: el Exilio Babilónico. La estrategia de los babilonios al desplazar a los pueblos a lo ancho y largo de su imperio era conseguir que estos perdieran su identidad y se creara una mezcla homogénea de naciones que resultara más fácil de gobernar.

No sucedió así con los judíos. En lugar de perder su identidad, los exilados profundizaron en ella, se aferraron a sus tradiciones y a la inquebrantable fidelidad de su dios YHWH. En contacto con la avanzada civilización babilónica que tenía una rica tradición de reflexión sobre el origen del Universo, los exilados judíos formularon una de las ideas religiosas más poderosas de la historia humana: Hay un Dios único que creó de la nada todo lo que existe.

Había nacido así el monoteísmo. Antes del Exilio, los judíos creían en YHWH, un dios celoso que no consiente la adoración de otros dioses, pero carecían de una teoría sobre el origen del Universo y aceptaban en principio la existencia de otros dioses. El encuentro entre la fe israelita y la civilización babilónica dio origen a lo que hoy llamamos monoteísmo. Los que dio origen a la idea de “Dios” –así con mayúscula. Todos los otros monoteísmos de la Historia han nacido de este.

En sólo unas décadas los persas remplazaron a los babilonios como nuevos dueños del Oriente Medio. Los judíos del Exilio consiguieron convencer a los persas de que era buena idea dejar que regresaran a su patria.

Y así termina el exilio, que sólo duró alrededor de medio siglo, pero que cambió para siempre la percepción que los judíos tenían de sí mismos y de su Dios. Ahora el dios en el que creían no era ya “un dios” entre otros dioses, sino Dios, el Creador del cielo y tierra.

Y ésta no fue la única innovación, los exilados empezaron a poner por escrito sus tradiciones y en los primeros años del post-exilio se completaron lo que los judíos llaman “Torá” y los católicos llamamos “Pentateuco”, los cinco primeros libros de la Biblia, el núcleo del Antiguo Testamento

Los siglos siguientes al regreso del Exilio no debieron ser fáciles para los habitantes de Judea, pero la creatividad religiosa de Israel no mermó. En estos siglos se añadió a la Biblia Hebrea el segundo bloque de escritos, llamados en hebreo “Nebiim”, “los profetas” y más tarde el tercer bloque “Ketubim”, los “escritos”, completando así la Biblia Hebrea, que los judíos llaman TaNaK, un acrónimo formado por tres consonantes: T por Torá, N por Nebiim, K por Ketubim.

A finales del siglo IV un relámpago atravesó el Mediterréneo oriental y el Oriente Medio: Alejandro Magno. Partiendo de Macedonia, al norte de Grecia, Alejandro conquistó entre otros, los territorios hoy ocupados por Turquía, Egipto, Líbano, Siria, Jordania, Israel, Irak, Irán, Afganistán y Pakistán. Alejandro murió joven y su inmenso imperio fue repartido por sus generales, pero la cultura griega de la que era portador se quedó en aquellas tierras durante muchos siglos.

A partir de ese momento, Israel tuvo que convivir con la cultura helenista –la cultura griega que se había convertido en una cultura internacional gracias a las conquistas de Alejandro– Fue una larga y difícil convivencia en la que hubo mucho mestizaje, pero también graves conflictos.

Cuando Jesús nació bajo el reinado del rey Herodes esta situación cultural continuaba, pero bajo el liderazgo de un nuevo poder político: Roma.

Esta pequeña ciudad fundada en el siglo VIII a.C. en el centro de la península itálica se había convertido en la dueña de todas las tierras ribereñas del Mediterráneo, incluido Israel. Roma había conquistado las tierras helenizadas del Oriente, pero fue conquistado por la cultura griega. El latín nunca desplazó al griego en estas tierras. Siguió siendo la lengua de los negocios y de la cultura. El Antiguo Testamento está escrito en hebreo, el Nuevo lo será en griego

Ha sido un recorrido muy rápido. Doce siglos en veinte minutos. Quédense con dos datos: los dos Éxodos, la salida de la esclavitud en Egipto y el regreso del Exilio en Babilonia. Para el momento en que Cristo vino al mundo los judíos llevan ya muchos siglos de relación con su Dios, un Dios cuyo conocimiento ha crecido a golpe de crisis o mejor dicho a golpe de atravesar y salir de las crisis, a base de Éxodo. Se saben pueblo elegido, pero sobre todo, pueblo redimido, pueblo liberado de la esclavitud por la mano fuerte de su Dios.

Primer Éxodo –de Egipto–; segundo Éxodo –de Babilonia–. Los primeros cristianos entenderán la vida, la muerte y la resurrección de Cristo como un tercer y definitivo Éxodo.