12. El origen de los evangelios

En el podcast anterior presentamos una panorámica general sobre el Nuevo Testamento y hoy vamos a centrarnos en los evangelios. Así, con este episodio –el último del año– concluimos los cuatro dedicados a una introducción general a la Biblia y empezaremos ya en el 2015 con una lectura comentada de los evangelios.

Vamos a tratar de responder hoy a dos preguntas: ¿qué son los evangelios? ¿cuál es la historia de sus orígenes?

¿Qué son los evangelios? Si hubiera que responder con una sola palabra diríamos que son “biografías” –biografías de Jesús–. Ahora bien, hay gente que dice que no conviene llamar a los evangelios “biografías” porque no son “biografías” en el sentido que hoy damos a éste término. Dicho de otro modo, si hoy escribiéramos una biografía de Jesús, con los criterios propios de nuestra cultura, haríamos algo bastante distinto a lo que son los evangelios. Por ejemplo, en los evangelios, Jesús hace muchos milagros. Un biógrafo hoy se preguntaría al menos qué hay de cierto en estos relatos, no los autores de los evangelios. Pero eso es porque pertenecen a otra cultura, mucho más abierta a que los sobrenatural irrumpa en el curso de la vida mundana. Las biografías de Pitágoras, por ejemplo, y de otros personajes de la Antigüedad, también atribuyen milagros a sus protagonistas. Así que podemos considerar los evangelios “biografías”, escritos al modo en el que se escribían estas obras hace 2000 años.

La segunda pregunta que vamos a tratar de responder hoy es la cuestión sobre los orígenes de los evangelios. Dijimos la semana pasada que todos los documentos del Nuevo Testamento fueron escritos en griego durante la segunda mitad del siglo I. Dijimos que la ausencia de escritos cristianos en la primera generación cristiana fue debido, entre otras cosas, porque en el origen el cristianismo fue un movimiento rural y solo cuando saltó a las ciudades tuvo a su disposición esa tecnología de la información que llamamos escritura. Cuando surgieron los primeros documentos cristianos –las cartas de Pablo– fueron escritos en griego.

¿Fue esta la única razón por la que Jesús no dejó nada escrito? Probablemente hubo otras. Quizás Jesús estuvo demasiado ocupado formando personas como para dedicarse a escribir durante su breve ministerio público.

En esto se parece otro personaje: Sócrates. Este filósofo griego, que vivió más de cuatro siglos antes de Cristo es probablemente el segundo personaje más influyente de la civilización occidental. Tampoco escribió nada, y eso que a diferencia de Jesús vivió en un medio urbano donde la escritura era común: Atenas. Sin embargo, Sócrates prefirió el diálogo como el modo de transmitir su sabiduría. Conocemos sus pensamientos sobre todo a través de las obras de su discípulo Platón.

De Jesús podemos decir  que dejó una honda huella en un grupo de discípulos que transmitieron su recuerdo y su enseñanza durante unos 40 años sin el apoyo de un texto escrito. Eran personas que habían creído que Jesús había resucitado de entre los muertos, que Dios había reivindicado a su Cristo, librándolo de la muerte y que Jesús era ahora el Señor que desde su lugar junto a Dios seguía enviándoles su Espíritu  y animándoles a continuar su proyecto. La memoria de Jesús se conservó gracias a  estas personas. O si utilizamos las palabras que hemos aprendido en los anteriores episodios de este podcast: La memoria de Jesús fue conservada por la Tradición y solo por la Tradición –sin la ayuda de un evangelio escrito– durante 40 años. Y de la Tradición brotó la Escritura.

Los estudiosos de la Biblia creen que el evangelio más antiguo fue el de Marcos, que fue escrito entorno al año 70 después de Cristo. Jesús murió aproximadamente –la fecha exacta no se sabe– en el año 30. El final de los años 60 fue un tiempo especialmente crítico para los cristianos. Por un triple motivo:

En este contexto de persecución y de pérdida de las personas que eran memoria viva de Jesús, un escritor genial –Marcos– compuso la primera “vida” de Jesús a imagen de las biografías de los personajes célebres de la Antigüedad.

¿Por qué decimos que Marcos es el más antiguo de los evangelios? Esta pregunta nos lleva a considerar lo que los estudiosos del Nuevo Testamento llaman “problema sinóptico”.

De entre los cuatro evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan, hay tres que se parecen mucho entre sí: Mateo, Marcos y Lucas. Estos tres evangelios se llaman evangelio sinópticos. La palabra «sinóptico» indica que los contenidos de estos tres evangelios pueden disponerse para ser «vistos juntos», por ejemplo en columnas verticales paralelas. Se parecen tanto entre sí que se hace necesario pensar que unos se han copiado de otros. El problema sinóptico trata de resolver quién copió de quién.

Marcos es el evangelio más breve de los tres. Casi todos los hechos y dichos de Jesús que encontramos en Marcos se encuentran también en Mateo y Lucas. Mateo y Lucas tienen materiales comunes que no se encuentran en Marcos y cada uno de ellos tiene materiales que solo ellos tienen. Por ejemplo, la parábola del hijo pródigo sólo se encuentra en Lucas, la visita de los reyes magos al niño Jesús solo se halla en Mateo. Y hay materiales comunes a Mateo y Lucas que no se encuentran en Marcos: por ejemplo, el Padrenuestro.

La mejor manera para explicar estas similitudes y diferencias es pensar que Mateo y Lucas copiaron de Marcos y de un documento hoy perdido llamado por los exegetas Documento “Q”, que era una colección de dichos de Jesús.

Así que volviendo a la historia: entorno al año 70 un cristiano genial, consciente de la situación de crisis que estaba viviendo la Iglesia con la pérdida de los testigos más cualificados de Jesús, redactó una vida de Cristo, el evangelio según San Marcos. Este libro se convirtió en un best-seller entre los cristianos, adquirió difusión y prestigio y una década o dos más tarde, dos autores independientes: los autores de los evangelios de Mateo y Lucas compusieron sus propias versiones de esta historia añadiendo materiales que encontraron en otro documento entonces muy difundido, pero hoy perdido, el documento “Q”.

El último evangelio en aparecer fue probablemente Juan, a finales del siglo I. Juan sigue una línea argumental distinta de Marcos y el retrato de Jesús que presenta es también distinto.

Hay que decir aquí, que los títulos que hoy damos a los evangelios: Evangelios según san Marcos, san Mateo, san Lucas y san Juan, fueron acuñados en el siglo II. Estas cuatro obras son estrictamente hablando anónimas. No sabemos los nombres de sus autores a ciencia cierta. Hay buenas razones para pensar que ninguno de los evangelios fue escrito por testigos directos de la vida de Jesús. Así que las atribuciones de los evangelios a Mateo y Juan –dos de los doce apóstoles– no se corresponden a la realidad.

Así que a finales del siglo I tenemos estos cuatro evangelios y probablemente algunos más. Durante el siglo II, hay un aluvión de nuevos evangelios, nuevas vidas de Jesús, algunos de los cuales creados por grupos disidentes dentro de la Iglesia.

Durante la primera mitad del siglo I, se pone en marcha un proceso en el que la mayoría de los cristianos se ponen de acuerdo en una lista de cuatro evangelios, así como en la lista de los demás libros del Nuevo Testamento: Es lo que se conoce como “canon”.

Aquí tenemos de nuevo a la Tradición en acción. La Tradición preservó durante las primeras décadas la memoria de Jesús –sin la ayuda de la Escritura– y ahora la Tradición va a dictaminar qué libros pertenecen  a la Escritura y cuáles no.

Este proceso de formación del canon no se realizó de modo formal en un concilio ni fue la idea de un papa o cualquier otra autoridad. Fue un discernimiento en red de las distintas comunidades en contacto unas con otras a lo largo de muchos años.

En este proceso, hubo quien propuso que lo mejor sería hacer una síntesis y reducir los evangelios a un único relato, pero la mayoría reaccionó diciendo que no sería bueno tener una única perspectiva. Que es mejor tener cuatro, cuatro perspectivas como cuatro lados tiene el mundo.

El canon estaba ya cerrado en el año 150, a excepción de algunos libros que estaban aún con un interrogante. Algunos de estos libros “dudosos” fueron incorporados al Nuevo Testamento: el caso de Apocalipsis y Hebreos, y otros se quedaron definitivamente fuera: el Pastor de Hermas.

Resumimos lo que hemos dicho: Jesús no escribió nada, confió su memoria no a una obra escrita de su puño y letra, sino a personas de carne y hueso que le recordaran no solo “de memoria” sino sobre todo haciendo siendo su presencia en el mundo.

Durante los primeros cuarenta años los únicos escritos que tenemos son las cartas de Pablo. En la crisis de finales de los años 60, un cristiano que era además un gran narrador compuso el primer evangelio: Marcos. De este primer relato bebieron otros dos autores, que compusieron Mateo y Lucas. Por último vino el evangelio de Juan.

Durante la primera mitad del siglo II se elaboró el canon. Los cuatro evangelios incluidos en él se llaman canónicos, los que se quedaron fuera de la lista se llaman apócrifos

Llegamos así al final. ¡Hasta el año que viene!