Episodio 21: Dos mujeres en apuros

Comentamos Mc 5,20-6,5

Vamos a empezar leyendo:

Jesús cruzó de nuevo en la barca y se congregó una muchedumbre grande entorno a él a la orilla del mar. Y uno de los jefes de la sinagoga, de nombre Jairo, se arrojó a sus pies al verle y le rogó con insistencia: “Mi hija está en las últimas, ven a imponerle las manos para que se salve y viva”. Jesús se fue con él. (5,21-24).

¿Se acuerdan dónde estábamos en el episodio pasado? En la región de los gerasenos, en el extranjero, Jesús había salido de su patria, había cruzado el lago y había curado a un endemoniado en tierra de paganos. Ahora ha vuelto a cruzar el lago, estamos de nuevo en la orilla occidental, en Galilea. ¿Se acuerdan de los cerdos del episodio anterior? Aquí en este lado no hay cerdos ni porquerizos, lo que tenemos son sinagogas y jefes de la sinagoga, como éste que se postra ante Jesús, Jairo.

Hemos visto ya antes que a Marcos le gusta contar historias en forma de sándwich. Empezar una historia, interrumpirla con una segunda, y finalmente recuperar la primera historia y terminarla. Así dos relatos distintos quedan conectados entre sí. Aquí la primera historia es la de la hija de Jairo –la niña enferma–, que se interrumpe aquí con una segunda historia. Seguimos leyendo:

Y le seguía una multitud grande y le apretujaban y una mujer que había tenido hemorragias durante doce años y que había padecido mucho por causa de muchos médicos y había gastado todo lo que tenía sin mejora alguna, sino que había ido a peor, oyó hablar de Jesús, vino entre la muchedumbre por detrás y tocó su manto, pues se decía: “Apenas toque su manto me salvaré”. Y enseguida se secó la fuente de su sangre y conoció en su cuerpo que estaba curada de su mal. Y enseguida Jesús se dio cuenta de la fuerza que había salido de él, y volviéndose entre la muchedumbre decía: “¿Quién me ha tocado el manto?” Y le decían sus discípulos: “Ves cómo la gente te apretuja y dices ‘¿quién me ha tocado?’” Pero él miraba alrededor para ver a la que lo había hecho. Pero la mujer temerosa y temblorosa, sabiendo lo que le había pasado, vino y se prosternó ante él y le dijo toda la verdad. Pero él le dijo: “Hija, tu fe te ha salvado: Vete en paz y quedas curada de tu mal” (5,25-34).

La escena es una concurrida calle en el que todo el mundo se apretuja y entre la masa de la gente, una mujer enferma de hemorragia. Se entiende que su mal consistía en que el flujo menstrual no se detenía, que perdía sangre no un día al mes, sino permanentemente, un día y otro. Lo cual es una condición médica muy seria, pero no sólo. Según el libro del Levítico – en el Antiguo Testamento – la menstruación vuelve impura a la mujer, que no debe tocar a nadie el día de la regla y los siguientes días so pena de contagiar su impureza a los demás. Así que esta mujer no sólo está seriamente enferma, sino que es una mujer permanentemente impura según los criterios religiosos de su pueblo. Pero esta mujer impura y enferma se mete entre la multitud  y se atreve a tocar a Jesús diciendo: “Apenas toque su manto me salvaré”. Y se cura.

Las normas de pureza existen en la mayoría de las culturas. Hay cosas limpias y cosas sucias. Hay actos puros y actos impuros. Personas sanas e intocables. Esta mujer pertenece al segundo grupo. En la lógica de la pureza, los puros deben abstenerse del contacto con los impuros para no contagiarse de su impureza. Cuando un puro entra en contacto con una mujer menstruante o con un leproso – ambos considerados impuros – se contagia de su suciedad. Pero el Reino está irrumpiendo sobre la tierra gracias a Jesús, por eso lo que sucede es justo lo contrario: Jesús contagia – hasta sin querer – su pureza a la mujer enferma y la sana. Una fuerza sale de él y la mujer queda curada.

Después de que ella le cuente toda la verdad, Jesús le dice: “Hija, tu fe te ha salvado”. No le dice: “Yo te he curado” sino “tu fe te ha salvado”. Ella ha puesto su confianza en Jesús y ésta no ha sido defraudada. ¿Se acuerdan de los primeros episodios del podcast, que trataban sobre la fe? La fe es una confianza personal. Esta mujer se entrega a esta confianza en Jesús y es curada. Seguimos leyendo, volvemos a la primera historia, la de la hija de Jairo:

Todavía estaba hablado cuando llegaron unos de la casa del jefe de la sinagoga diciendo: “Tu hija ha muerto, no sigas molestando al Maestro”. Pero Jesús, que oyó lo que decían, dijo al jefe de la sinagoga: “No tengas miedo, ten sólo fe”. Y no dejó que nadie le acompañara excepto Pedro y Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Y entró en la casa del jefe de la sinagoga y vio el alboroto, a las que lloraban y a las que daban alaridos, y entró y les dijo “¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta, duerme. Y se reían de él. Pero él los echó a todos y tomó al padre de la niña y a la madre y a los que estaban con él y entró donde estaba la niña. Y agarrándola de la mano a la niña le dice: “Taliza kum” que traducido es “Niña, a ti te digo, levántate”. Y enseguida se levantó la niña y caminaba, pues tenía doce años. Y se asombraron muchísimo. Y él les insistió mucho en que nadie se enterase de aquello, y les dijo que le dieran de comer a la niña (5,35-43).

La niña que estaba enferma unos versículos más arriba está ahora muerta, ¿para qué seguir molestando al Maestro? Pero Jesús le dice a Jairo: “No tengas miedo, ten sólo fe”. Lo contrario de la fe no es la duda, sino el miedo que paraliza. Jesús le pide al jefe de la sinagoga la misma fe que había salvado a la hemorroísa. Escoge a sus tres discípulos más cercanos – Pedro y los hermanos Santiago y Juan – un trío que veremos a menudo a lo largo del relato del evangelio y entra en casa del jefe de la sinagoga, donde el duelo – al viejo estilo, con plañideras que lloran y se lamentan a gritos –  ha empezado ya.

Jesús entra en la habitación de la niña y le dice “Taliza kum” – una de las pocas palabras de Jesús que conservamos en versión original, en arameo. “¡Niña, levántate!” Y la niña se despierta, se levanta, resucita.

Y sólo ahora nos enteramos que la niña no era tan niña.  Los doce años, en aquella cultura, era la edad que marcaba el límite de la niñez con la edad adulta. La llegada de la regla convertía a una niña en mujer casadera. El número doce – los doce años de enfermedad de la hemorroísa y los doce años de edad de la hija de Jairo – conectan ambas historias y les dan un marcado marchamo “israelita”, pues el número doce es el símbolo de Israel. Las dos historias tienen que ver con lo que hoy llamaríamos “salud reproductiva” o “salud sexual”, la mujer hemorroísa es restaurada en su capacidad de ser madre y la niña vive para convertirse en mujer y potencialmente madre. Pero también estas dos mujeres están en extremos opuestos del espectro social de la respetabilidad. La mujer con flujo de sangre es pobre, enferma, impura y se encuentra con Jesús de extranjis, en plena calle. La niña es la hija de una de las familias más respetables, está cuidada en su casa y es Jesús quien acude a ella, conminado por su padre.

Quizás lo que esta historia está queriendo decirnos es que para que la niña de papá viva y llegue a ser toda una mujer, primero la marginada debe ser reintegrada en sociedad. Cuando la que está excluida es acogida por la comunidad, no solo se cura ella, sino que también contagia de su fe al que está bien situado en el centro del sistema social. La niña del archisinagogo solo llega a ser mujer cuando Jesús penetra el alboroto social del que se encuentra rodeada, después de haber curado a la mujer marginada.Así la curación social se produce de fuera a dentro, primero la periferia, luego el centro.

Por último está ese mandato de Jesús de que nadie se entere, que a estas alturas ya empieza a mosquearnos. ¿Cómo puede esperar Jesús que nadie se entere de esto? ¿Qué van a decir los padres a la gente que había acudido a llorar la muerte de su hija? “Miren, el funeral se suspende, porque la muerta ha resucitado” ¿Cómo puede esperar que de esto no se entere nadie? Bueno, pues en cualquier caso Jesús sigue insistiendo, como hemos visto ya muchas veces, en no divulgarlo. Es lo que los teólogos llaman ‘el secreto mesiánico de Marcos’. ¿Por qué este secreto? Aún no voy a contestar a esta pregunta, entre otras cosas, porque tampoco lo hace el evangelista. Así que sigan pensando.

Leamos el último pasaje de hoy:

Y salió de allí y vino a su pueblo, y le seguían sus discípulos y cuando llegó el sábado empezó a enseñar en la sinagoga y muchos escuchando se admiraban diciendo “¿De dónde le viene esto? ¿Esta sabiduría que le ha sido dada, y los milagros que se realizan por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y el hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí con nosotros? Y se escandalizaban de él. Y les decía Jesús: “Un profeta es despreciado solo en su tierra y entre sus parientes y en su casa”. Y no pudo hacer allí ningún milagro y se asombró de su falta de fe (6,1-6).

Jesús va a su pueblo, Nazaret, que está a unos 40 km del lago, no un gran viaje, y enseña en la sinagoga. La gente se pregunta: “¿De dónde le viene esto? ¿Esta sabiduría que le ha sido dada, y los milagros que se realizan por sus manos?”

Muy buenas preguntas. Marcos no nos da la respuesta. Por lo tanto, – ya lo hemos dicho – cuando una pregunta no se responde, ‘rebota’ al lector. Marcos  quiere que nosotros los lectores nos hagamos también estas preguntas. Lo más importante del Evangelio es preguntarse quién es Jesús y de dónde viene su autoridad.

Justo la ‘normalidad’ de Jesús es lo que impide a sus paisanos creer en él, el hecho de que él sea solo un carpintero y que sus hermanos y hermanos vivan en el pueblo. Aquí hermano puede querer decir “hijo del mismo padre y madre” o tener un sentido más amplio de miembro de la misma familia extensa.

Jesús cita un proverbio “nadie es profeta en su tierra”. En otros relatos es la gente la que se asombra de Jesús, aquí es Jesús quien se asombra, de su falta de fe.

Llegamos así al final de este episodio de hoy. En el próximo episodio serán los discípulos quienes suban al siguiente nivel y se marchen de viaje de prácticas sin Jesús. No se lo pierdan.