Episodio 25: Cadencia de engaño

Comentamos 7,31-8,21

Estamos ante el último episodio de la primera mitad del evangelio, el último de la temporada en una hipotética serie sobre el evangelio según San Marcos dividido en dos temporadas. Así que bienvenidos al episodio 25, el último de la primera temporada del Evangelio  según San Marcos. Leemos:

De nuevo salió de la región de Tiro y vino a través de Sidón al mar de Galilea atravesando la región de la Decápolis. Le llevan un sordo que apenas hablaba y le pedían que le impusiera las manos. Y tomándolo a solas, aparte de la muchedumbre, metió los dedos en su oído y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, suspiró y dijo “¡Effaza!”, es decir ¡ábrete! Y se le abrió el oído y se le soltó el nudo de la lengua y hablaba correctamente. Y les dijo que no lo dijeran a nadie, pero cuanto más se lo mandaba, más lo anunciaban. Y se asombraron muchísimo diciendo: “Todo lo ha hecho bien, y a los sordos hace oír y a los mudos hablar”. (7,31-37)

Si situamos sobre un mapa las ciudades de la ruta que se mencionan al inicio de este pasaje, nos damos cuenta de que Jesús y sus discípulos hacen un extraño viaje, con muchas vueltas. Sidón está al norte de Tiro y Galilea al sur. Si va de Tiro hacia Galilea, no le pilla de paso Sidón, más bien está en dirección contraria. Así que Jesús va de Tiro hacia el norte, y luego se dirige al sur, al Mar de Galilea, pero en vez de entrar en Galilea, rodea el lago por su lado norte y va a otra región pagana, Decápolis, en la que ya había estado en el capítulo 5, en su primer viaje al extranjero; allí había restablecido a la normalidad al endemoniado de Gerasa. Así que está dando un rodeo entorno a Galilea y se encuentra aún en territorio pagano, en la Decápolis. Allí realiza una curación que tiene resonancias con prácticas médico-mágicas como el contacto físico con la parte enferma y el uso de saliva. También la palabra aramea “¡Effazá!”, que quiere decir “¡Ábrete!” parece tener la fuerza mágica de las palabras pronunciadas en lengua extraña. No olvidemos que este evangelio – y todo el Nuevo Testamento – está escrito en griego. Ésta es una de las pocas palabras en “versión original”. Seguimos leyendo:

En aquellos días habiendo de nuevo mucha gente y no teniendo qué comer, llamó a los discípulos y les dice: “Siento compasión por la multitud pues hace tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y si los despido en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino y algunos de ellos han venido de lejos”. Sus discípulos respondieron: ¿De dónde alguien podría sacar pan para saciar a estos en el desierto?” Y les dijo: “¿Cuántos panes tenéis? Y dijeron: “Siete” Y les mandó que hicieran reclinarse a la gente sobre la tierra y tomando los siete panes, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos para que los sirvieran y lo sirvieron a la gente. Y tenían unos pocos peces, y bendiciéndolos, dijo que los sirvieran. Y comieron y se hartaron, y recogieron de trozos sobrantes siete canastas. Y eran como cuatro mil. Y les despidió y enseguida se embarcó en la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuzá (8,1-10).

Esta “segunda multiplicación de los panes” parece calcada de la primera. La misma situación de una multitud hambrienta en lugar deshabitado, la misma perplejidad inicial de los discípulos que se preguntan cómo darles de comer. La misma pregunta de Jesús sobre cuánto pan tienen, hasta los mismos verbos: ‘tomar’, ‘dar gracias’, ‘partir’ y ‘dar’. Vamos que es una copia de aquel milagro. Así que lo que dijimos de aquel podemos decir de éste, pero ¿Por qué lo repite Jesús? O bien, ¿por qué nos está contando Marcos un milagro tan similar dos veces?

Hay dos respuestas: Jesús hace este “banquete  mesiánico” en territorio pagano. Jesús es Mesías no sólo para los judíos, es también aquel que trae la plenitud para los demás pueblos. Lo vimos con la sirofenicia en el episodio anterior. Hay Jesús para todos. De su poder salvador pueden beneficiarse también los demás pueblos.

Pero creo que hay otra razón para que Marcos nos cuente este milagro: Mostrarnos la lentitud de los discípulos en comprender quién es Jesús y el alcance de lo que está aconteciendo justo enfrente de sus narices. Jesús repite el banquete mesiánico por segunda vez y veremos que ni aún así comprenden su sentido.

Finalmente Jesús cruza el lago y regresa por fin a Galilea. Los arqueólogos no han localizado aún Dalmanuzá. Algunos estudiosos opinan que podría ser otro nombre para Magdala. Magdala, de donde era María Magdalena, está siendo excavada durante estos años; puede que estas investigaciones arrojen alguna luz sobre la verdadera localización de Dalmanuzá. Lo que es seguro es que estamos en el lado occidental del Mar de Galilea, en territorio judío, porque los fariseos salen al encuentro de Jesús. Leemos:

Y salieron los fariseos y empezaron a discutir con él, pidiendo de él una señal en el cielo, tentándole. Y dando un gemido de su espíritu dice: “¿Por qué esta generación busca un signo? Amén os digo: a esta generación no se le dará ningún signo”. Y dejándoles de nuevo se embarcó y se fue a la otra orilla. (8,11-13)

Los fariseos piden una señal. Y Jesús podría haber respondido ¿es que no tenéis suficiente con lo que habéis visto? Curaciones, exorcismos, dos multiplicaciones de panes, … pero para el que no tiene fe ningún prodigio es un milagro, ninguna señal es un signo suficientemente claro de que efectivamente Jesús viene de Dios. Los fariseos piden una señal inequívoca en el cielo, pero Jesús se niega a entrar en su juego: “a esta generación no se le dará ningún signo” – les dice. Y se marcha a la otra orilla, de nuevo hacia territorio pagano:

Y se habían olvidado de tomar panes, y sólo tenían un pan con ellos en la barca. Y les advirtió: “Mirad, cuidado con la levadura de los fariseos y la levadura de Herodes” Y discutían entre sí que no tenían panes. Dándose cuenta les dice: “¿Por qué discutís que no tenéis panes? ¿No comprendéis ni entendéis aún? ¿Tenéis vuestro corazón endurecido? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? ¿Y no recordáis cuando partí cinco panes entre cinco mil? ¿Cuántas cestas llenas de trozos recogisteis?” Dijeron: “Doce”. “Y cuando siete entre cuatro mil? ¿Cuántas canastas llenas de trozos recogisteis?” Y le dijeron: “Siete”. Y les decía: “¿Aún no entendéis?” (8,14-21)

Nosotros sabemos que la levadura es un hongo microscópico que realiza la fermentación del pan. Para los antiguos, que no conocían la existencia de microorganismos, la fermentación era un proceso misterioso, casi mágico. Una pequeña cantidad de un polvo transforma la masa de pan. La metáfora de la levadura de los fariseos y los herodianos hace referencia a la acción ideológica de estos grupos que hacen que todo el pueblo siga obedeciendo los poderes religioso y político de Israel. ¿Se acuerdan de la metáfora del “hombre fuerte” en el capítulo tercero? “Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y arramblar con sus cosas, si primero no ata al fuerte, entonces arramblará su casa” (3, 27). Los fariseos y herodianos son la vanguardia del hombre fuerte y su acción es sutil, como el de la levadura, si no tenemos cuidado seguiremos entrampados por el hombre fuerte.

Jesús está haciendo este discurso profundo y los discípulos piensan: “El jefe está enfadado porque no llevamos pan”. No se puede estar más despistado. Jesús entra al trapo para averiguar si los discípulos están realmente enterándose del significado profundo de lo que él está realizando.
Y empieza por lo más básico: “Cuando partí cinco panes entre cinco mil, ¿cuántas cestas llenas de trozos recogisteis?”. Responden los discípulos –“Doce”. ¡Bien! “Y cuando siete entre cuatro mil, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogisteis?” –“Siete”. ¡Muy bien!

Bueno, los datos los tienen correctos. Han visto lo que han visto, pero no entienden el sentido profundo de lo que han visto. Para ellos el prodigio es eso, un prodigio, algo extraordinario, pero no es un milagro, en el sentido de un signo que apunta a algo más. El milagro es un dedo que apunta a la luna, los discípulos se han quedado mirando el dedo: No han comprendido que “las multiplicaciones de los panes” son realizaciones del “banquete mesiánico”. ¿Y quién hace banquetes mesiánicos? El Mesías. Esa parte no lo han pillado. Por eso están a merced de las manipulaciones religiosas y políticas de los fariseos y herodianos, que siguen ejerciendo su control sobre el pueblo. La buena noticia del Reino de Dios, el Dios que perdona, que acoge a todos sin excepción, que no quiere más leyes religiosas que aquellas que sirven al ser humano (“el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado”), esta buena noticia –el mensaje de Jesús– aún no ha calado en el corazón de los discípulos.

Tienen el “corazón endurecido”. El corazón en la Biblia es el órgano del pensar y del sentir. Tener el corazón endurecido es tener “la cabeza dura”. No abrir el entendimiento al “cambio de mentalidad” –la metanoia, la conversión– que pide el evangelio.
Tampoco entienden el simbolismo de los números. “Doce” es signo de Israel. “Siete” es el símbolo de la plenitud: “Todos los pueblos de la tierra”.

Este pasaje cierra la primera mitad del evangelio. Si yo tuviera que hacer una serie de TV con el evangelio según san Marcos como guion, lo haría en dos temporadas, y la primera temporada terminaría con Jesús mirando directamente a la cámara y diciendo: “¿Aún no entendéis?” Las preguntas que nadie responde en la narración rebotan al lector. Esa pregunta Jesús lo lanza no sólo a los discípulos del relato, sino a cada uno de nosotros.

Y terminamos así la primera mitad del evangelio, en una nota discordante. La primera mitad de la primera mitad (1,1-4,34), el presenta a Jesús y a su anuncio del Reino de Dios, en la segunda mitad de la primera mitad (4,35-8,21) hemos asistido a un ir a más. Todo ha pasado al siguiente nivel: los milagros, más milagrosos; los viajes de Jesús, no solo en tierra judía, sino al extranjero; los discípulos no solo atienden pasivamente a las enseñanzas de Jesús, han ido de misión de dos en dos haciendo las mismas cosas que Jesús: enseñar y curar. Hemos visto no uno sino dos banquetes mesiánicos.

Si fuera una sinfonía musical habría que hablar de crescendo. La música va subiendo de volumen y parece que va a estallar el gran acorde final. Y lo que oímos sin embargo es una disonancia. Los músicos llaman a esto ‘una cadencia de engaño’. Se espera un gran acorde final y en su lugar oímos un acorde disonante. Que obliga a la música a empezar de nuevo. Esto es lo que veremos en el próximo capítulo. Jesús empieza una nueva fase de su misión, menos espectacular, pero más profunda. No os lo perdáis. ¡Nos vemos la próxima semana!