Episodio 28:
Un tráiler del final

Comentamos Marcos 9,2-34

En los dos últimos episodios hemos empezado a comentar la segunda mitad del evangelio que, como estamos viendo, tiene un tono más oscuro, pero también más íntimo. En la primera mitad –que se desarrolla en Galilea y regiones limítrofes–, Jesús estaba casi siempre rodeado de una multitud, realizaba milagros y la gente le seguía en masa. En la segunda parte, desaparecen estas multitudes y Cristo está centrado en instruir a su pequeño grupo de discípulos, que marchan con él hacia Jerusalén, donde le espera la muerte.

Estamos aún en el inicio de este viaje, cuando sucede asombroso:

Y después de seis días toma Jesús a Pedro y a Santiago y a Juan y sube con ellos a una montaña muy alta sólo con ellos, y se transformó delante de ellos, y sus ropas se volvieron de un blanco muy brillante, tal que ningún lavandero de la tierra puede blanquearlas así (9,2-3)

Estos tres discípulos –Pedro, Santiago y Juan– van a aparecer más veces como el círculo más íntimo de Jesús, sus seguidores más próximos. Y en este caso, Jesús los elige para subir con él a una montaña. El Nuevo Testamento no da el nombre de esta montaña, pero desde el siglo II, los cristianos lo han identificado con el Monte Tabor, un monte de 575 metros de altitud en Galilea. Sea o no este el lugar, lo importante es el valor simbólico de la montaña como lugar de contacto de los humanos con la divinidad. Se sube a la montaña para en encontrar a Dios.

Allí en la montaña, Jesús se transfigura o si leemos en el original griego, “metamorfōthē”, se metamorfosea, sufre un cambio de forma, una metamorfosis. Y se revela como un ser de luz. Esta experiencia muestra a los tres discípulos a Jesús como ya resucitado, y en ese sentido es un adelanto del final. Al final de este viaje, Jesús va a resucitar, eso sí, después de ser crucificado.

y se les aparecieron Elías con Moisés y estaban conversando con Jesús. Y responde Pedro a Jesús: “Rabí, ¡qué bueno es estar aquí! Hagamos tres tiendas, uno para ti, uno para Moisés y uno para Elías”. Pues no sabían qué responder, pues estaban asustados (9,4-6)

Con Jesús aparecen hablando Moisés y Elías, que son los representantes respectivamente de la Ley y los Profetas. Moisés es el hombre a través del cual fue revelado la Torá (nombre en hebreo de los cinco primeros libros de la Biblia –llamado Pentateuco por los cristianos–). Elías es el representante de los Nebiim –los profetas– que continuaron comunicando al pueblo la palabra de Dios. Estos dos hombres representan, así, la mediación humana que hizo posible la Revelación de Dios en el Antiguo Testamento. Aparecen conversando con Jesús, que es el mediador definitivo que culmina esta Revelación de Dios iniciada en el Antiguo Testamento.

Los discípulos están alucinados y Pedro dice aquello de “hagamos tres tiendas”, pero lo más gordo está aún por suceder:

Y vino una nube que les cubrió, y se oyó una voz de la nube: “Éste es mi hijo el amado, escuchadle”. Y de repente miraron alrededor y no vieron ya a nadie sino a Jesús, solo con ellos (9,7-8).

Dios aparece muy poco en el evangelio según san Marcos. Verse no se le ve nunca y oírsele se le oye sólo dos veces, aquí y en la escena del Bautismo (¿se acuerdan? Al inicio del evangelio). Y en ambas ocasiones se dirige a Jesús o se refiere a él y dice algo muy parecido. En la escena del Bautismo le dice: “Tú eres mi hijo amado en ti me complazco” y aquí “Éste es mi hijo el amado, escuchadle”. La Revelación definitiva de Dios es su hijo, Jesús. Dios no habla mucho en el evangelio, porque para eso está Jesús, a él le tenemos que escuchar.

Esta experiencia, como todas las experiencias místicas o “experiencias cumbre” –por usar la terminología del famoso psicólogo Maslow– duran poco y en seguida los discípulos están de vuelta a esta profana realidad en la vivimos y sólo ven a Jesús. Seguimos leyendo:

Y bajando de la montaña les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre no resucitase de entre los muertos. Ellos guardaron el secreto, pero discutían qué es lo de “resucitar de entre los muertos”. (9,9-10).

Tenemos aquí de nuevo el secreto mesiánico (“Les mandó que no contaran a nadie”), pero aquí hay algo nuevo que no hemos escuchado nunca antes. Jesús pone una fecha de caducidad a este secreto. No deben contar esto a nadie “hasta que el Hijo del Hombre no resucitase de entre los muertos”. O sea, que cuando Jesús resucite pueden romper el secreto mesiánico. Es decir, que solo podemos afirmar “Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios” cuando hayamos recorrido con él el camino a Jerusalén, cuando hayamos sido testigos de su muerte y de su resurrección. Eso vale para aquellos discípulos y también para nosotros. Antes de anunciar a Jesús, debemos enterarnos bien de quién es, conocer su historia completa. Jesús no es un superman, un milagrero, un mago que con su varita mágica soluciona todos los problemas, sino el Mesías que solo puede ser conocido por aquellos que cargan con su cruz y le siguen. Seguimos leyendo:

Y le preguntaron: “¿Por qué dicen los escribas que Elías tiene que venir primero?” Y les dice: “Cierto que Elías tiene que venir primero y restablecer todo; y también está escrito que el Hijo del Hombre debe padecer mucho y ser rechazado. Pero os digo que Elías ya ha venido e hicieron con él cuanto quisieron, según está escrito sobre él” (9,11-13).

Vuelve aquí el tema de Elías, que ya ha salido varias veces en el relato de Marcos. Era una creencia común entre los judíos que Elías tenía que regresar justo antes del fin del mundo. Y por eso le preguntan: “¿Por qué dicen los escribas que Elías tiene que venir primero?” A lo que Jesús responde que el importante no es Elías sino el Hijo del Hombre, o sea él mismo, que va a padecer mucho, pero como una concesión a su curiosidad les dice que Elías ya ha venido “e hicieron con él cuanto quisieron”, en referencia a Juan Bautista de cuyo asesinado en manos de Herodes hemos sido testigos los lectores de este evangelio.

Es curioso que no todos los evangelistas concuerdan en esto: En el Evangelio según San Juan, Juan Bautista afirma taxativamente que no es el Mesías (“Le preguntaron: ‘¿Eres Elías?’ Y él dijo: ‘No lo soy’” Jn 1,21) Marcos juega con esta idea de que Juan Bautista era Elías, pero el mensaje principal es que no hay que seguir esperando un “final de los tiempos” porque el “final de los tiempos” ha empezado ya con Jesús.

Cuando llegaron a donde estaban los demás discípulos vieron una multitud grande entorno a ellos y a los escribas discutiendo con ellos. Y enseguida toda la multitud al verle se asombraron y corrieron a saludarle. Y les preguntó: “¿De qué discutís con ellos?” Y le respondió uno de la multitud: “Maestro he traído a mi hijo ante ti, pues tiene un espíritu mudo. Y cuando lo ataca, lo tira al suelo, y echa espumarajos y rechina los dientes y se queda rígido y dije a tus discípulos que lo expulsasen, y no han podido”. (9,14-18)

Jesús y los tres discípulos que habían subido con él a la montaña regresan con el resto del grupo que había estado empeñado –sin éxito- en curar a un niño “endemoniado” Por cierto este demonio provoca los mismos síntomas que la epilepsia, probablemente nosotros lo hubiéramos dado otro diagnóstico. Seguimos leyendo:

Jesús les respondió: “¡Qué generación más incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros? Traedle a mí. Y se lo trajeron. Y viéndole el espíritu enseguida empezó a convulsionar y cayendo a tierra se revolcaba echado espumarajos. Y le preguntó al padre: ¿Hace cuánto tiempo que esto le sucede? Y le dice: “Desde la niñez. Y muchas veces también le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él. Pero si algo puedes, ten compasión y ayúdanos” (9,19-22).

Jesús, que está ya un poco harto de sus discípulos, exclama ¡Hasta cuando! Pero al mismo tiempo le puede la compasión que siente hacia este padre y su hijo enfermo y le pregunta “¿Desde cuándo?”. Y escucha su petición de ayuda. Leo:

Y Jesús le responde: “¿Si algo puedo? Todo es posible para el que cree”. Enseguida gritó el padre del niño: “Creo: ayuda mi incredulidad” (9,23-24)

Es muy interesante la frase del padre: Dice “Pisteuō” – “Creo” – es decir, tengo “pistis” –“fe”–, pero tengo también “apistía” –“increencia o falta de fe”–. Tengo fe y al mismo tiempo no tengo fe. El teólogo checo Tomas Halik ha escrito que la línea que separa la fe de la increencia no separa unos hombres de otros, porque esa línea pasa por dentro de cada uno de nosotros. En nosotros hay un creyente y un no-creyente, fe e increencia están en cada uno de nosotros. Y de ahí la oración “Creo: ayuda mi falta de fe”.

Viendo Jesús que empezaba a reunirse la multitud, increpó al espíritu impuro: “sal de él y no vuelvas a entrar en él”. Y gritando y sacudiéndolo con convulsiones, salió. Y se quedó como muerto, de modo que muchos decían que había muerto. Pero Jesús tomándole de la mano lo levantó y se levantó (9,25-27).

Un milagro parecido a la de la hija del jefe de la sinagoga, como ella, este muchacho es restituido a la vida. Seguimos leyendo

Y entrando en casa sus discípulos le preguntaron en privado “¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?” Y les dice: “Esta especie no puede ser expulsada sino con oración” (9,28-29).

Este es un consejo de Jesús no solo para aquellos discípulos, sino también para cada uno de nosotros.Hay situaciones en la vida que nos superan. A veces el mal es más fuerte que tú. Pero no más fuerte que Dios. En esos casos siempre cabe rezar. Y la oración puede realizar lo que sólo no puedes: “Esta especie no puede ser expulsada sino con oración”.

Dejamos atrás este como paréntesis entorno a la Transfiguración y regresamos a nuestro camino a Jerusalén, que se había iniciado en la región de Cesarea de Filipo, más allá de la frontera Norte de Galilea. Los discípulos y Jesús viajan hacia el Sur, hacia Jerusalén. Leemos:

Y saliendo de allí atravesaban Galilea y no quería que nadie lo supiese, pues estaba enseñando a sus discípulos y les decía: “El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán y tras ser asesinado, a los tres días resucitará” No entendían ni palabra, pero tenían miedo a preguntar. (9,30-32)

Segundo anuncio de la Pasión. Muy parecido al primero. ¿Qué podemos esperar ahora? Que algún discípulo meta la pata, al igual que después del primer anuncio de la Pasión (en aquella ocasión fue Pedro)

Y vino a Cafarnaún y estando en casa les preguntó: “¿De qué discutíais por el camino?” Ellos callaban pues en el camino habían discutido entre ellos quién era el más grande. (9,33-34)

Los Doce como grupo habían discutido quién era el más importante. Esas es su ceguera, su problema, disputarse el primer puesto, querer ser el más grande. ¿Qué toca ahora? Un enseñanza de Jesús. Pero eso lo veremos la próxima semana.