Episodio 30:
Tercer anuncio de la Pasión

Comentamos Marcos 10

La semana pasada estuvimos comentando las enseñanzas con las que Jesús instruye a sus discípulos después del Segundo Anuncio de su pasión. ¿Se acuerdan? Durante el Viaje a Jerusalén, Jesús predice por tres veces su inminente pasión, muerte y resurrección. Y cada vez, después de cada anuncio, algún discípulo  “mete la pata”. La primera vez, es Pedro, que increpa a Jesús; la segunda, los Doce como grupo, que discuten quién es el más importante.

Después de cada una de estas escenas, Jesús pacientemente enseña a sus discípulos, y de paso a nosotros, lectores del evangelio. La sección de enseñanzas después del segundo anuncio de la pasión es especialmente larga, habla sobre todo de la defensa de los derechos de los más débiles, de las mujeres –el dicho contra el divorcio– y de los niños –dejad que los niños se acerquen a mí–. Esta sección termina con este encuentro de un hombre rico con Jesús:

Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?». Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no defraudarás, honra a tu padre y a tu madre». El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».  Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.  (Mc 10,17-22)

Este pasaje es conocido como el del “joven rico”, porque en Mateo, del protagonista de este relato, se dice que es “joven”; Marcos no nos dice nada acerca de la edad de este hombre, sólo que era rico. Es más no nos enteramos de que “tenía muchos bienes” hasta el último versículo de la narración.

De entrada, es un hombre que capta nuestra simpatía. Muestra respeto a Jesús –se arrodilla- y la pregunta que hace es una pregunta cuya respuesta quisiéramos conocer también nosotros: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?».  Es Jesús quien reacciona de manera antipática:  «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno». Y le manda guardar los mandamientos. Decepcionado por una respuesta tan simple, el hombre dice que eso ya lo sabe, que los ha cumplido desde pequeño.
Jesús le mira con amor, le pide dejarlo todo; y el hombre se marcha triste. Entonces es cuando Marcos nos dice “es que tenía muchos bienes”. Y así se plantea el tema de los ricos y el Reino. Un tema que interesaba a la comunidad de Marcos y también a nosotros.  Jesús nos acaba de instruir qué hacer con los más pequeños, ¿pero qué debe hacer la comunidad con los ricos? ¿Se puede ser rico y cristiano? Vamos a escuchar a Cristo:

Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!». (10,23)

¡Complicado! Dice Jesús. Nada fácil. Los discípulos se extrañan de estas palabras de Jesús, porque suponen que los ricos tendrán prioridad en el Reino de Dios, como lo tienen ahora. Lo leemos:

Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: «Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios» (10,24-25)

Jesús insiste usando esta vez una imagen hiperbólica. Y los discípulos alucinan:

Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?». Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible». (10,26-27)

Confiad en Dios, les dice Jesús, a ellos, y a nosotros. Ahora Pedro no pierde el tiempo:

Pedro le dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». 29 Jesús respondió: «Os aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna. Muchos de los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros». (10,28-31)

Pedro le dice: “Nosotros sí que lo hemos dejado todo”. Y Jesús les dice algo que para quienes escuchaban a Marcos por primera vez era una experiencia de vida. En la comunidad cristiana, donde se comparten las cosas, hay abundancia. De casas, y sobre todo de amistad: hermanos y hermanas, madres, hijos… (curiosamente Jesús omite “padre”, pues el rol del padre mandón –el macho patriarcal– no existe en la comunidad; sólo Dios se padre).

Es verdad, que hay persecuciones, pero eso es hasta que llegue el Reino, entonces será la vida eterna.
Así termina la segunda sección de la Subida a Jerusalén. Iniciamos la tercera y última con el tercer anuncio de la Pasión:

Mientras iban de camino para subir a Jerusalén, Jesús se adelantaba a sus discípulos; ellos estaban asombrados y los que lo seguían tenían miedo. Entonces reunió nuevamente a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: «Ahora subimos a Jerusalén; allí el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos: ellos se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán. Y tres días después, resucitará». (10,32-34)

Estamos ya cerca de Jerusalén y se masca la tragedia, la gente que sigue a Jesús está asustada. Cristo anuncia por tercera vez su pasión, esta vez con detalles tan nítidos –lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos: se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán, lo matarán– que parece como si ya estuviera sucediendo.

Lo que sucede después, a pesar de que el lector se lo espera, no deja de sorprenderle, pues resulta el colmo de la incomprensión:

Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir». El les respondió: «¿Qué queréis que haga por vosotros?». Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». Jesús le dijo: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?». «Podemos», le respondieron. Entonces Jesús agregó: «Beberéis el cáliz que yo beberé y recibiréis el mismo bautismo que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados». Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. (10,35-41)

Santiago y Juan, junto a Pedro, forman la terna de los discípulos más próximos a Jesús; son, en principio, sus “mejores alumnos”, sin embargo, son ellos quienes hacen este despliegue de desfachatez: pedir sentarse a derecha e izquierda de Jesús, que se como decir: “Tú eres el jefe, Jesús, nosotros queremos ocupar las dos vicepresidencias”.

Su petición es tan descarada, que Mateo introduce en su versión a la madre de los hermanos; es ella la que pide para sus hijos los puestos de honor. Marcos nos cuenta el episodio con total crudeza.

Jesús da hábilmente la vuelta a las pretensiones de los Zebedeos. Utilizando un lenguaje simbólico, les pregunta si están dispuestos a dar su vida. Sin entenderle muy bien, probablemente, le responden que sí.

Ahora, el “trono” de Jesús no es lo que ellos imaginan: dos ladrones ocuparán los lugares a derecha e izquierda de Jesús,… cuando él sea crucificado.

Jesús los llamó y les dijo: «Sabéis que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre vosotros no es así. Al contrario, el que quiera ser grande, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero, que se haga esclavo de todos, porque el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos». (10,42-45)

La enseñanza de Jesús en esta tercera sección del Viaje a Jerusalén es la más concisa y contundente. El que quiera ser el primero, que sea servidor y esclavo de todos, siguiendo el ejemplo del mismo Jesús, que no vino a ser servido sino a servir y dar su vida. Sólo podemos conocer quién es Jesús, el Mesías servidor que da su vida, si como él nos ponemos al servicio de los demás.

Estamos a punto de terminar el Viaje de Jerusalén. Si los discípulos han tomado nota de lo que Jesús les ha enseñado podrán “curarse de su ceguera” y entender qué tipo de mesianismo es el de Jesús. Así estarán en condiciones de romper el secreto mesiánico y convertirse así en mensajeros de la buena noticia. Pero aún queda otro encuentro antes de llegar a Jerusalén:

Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo –Bartimeo, un mendigo ciego– estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!». Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!». Jesús se detuvo y dijo: «Llámadle». Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Animo, levántate! El te llama». 50 Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?. El le respondió: «Maestro, que yo pueda ver». Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino. (10,46-52)

Todo peregrino a Jerusalén sabe que la última etapa de esta peregrinación es Jericó-Jerusalén. 24 kilómetros, más de 1000 metros de desnivel positivo, desde los 250 metros bajo el nivel del Mar Mediterráneo de Jericó, un oasis en el valle del Jordán cerca de su desembocadura en el Mar Muerto, hasta los 800 metros sobre el nivel del mar de Jerusalén. Un camino que hay que hacer en una jornada porque atraviesa el desierto y no hay poblaciones en las que pernoctar. Por la mañana temprano, Jesús sale con sus seguidores de Jericó y se encuentro al borde del camino a un ciego.

Jesús se había encontrado con otro ciego justo antes de comenzar su viaje, el ciego de Betsaida, en el capítulo 8. Aquella curación dificultosa es un símbolo de la paciencia que Jesús tendrá que derrochar para curar la ceguera de sus discípulos. La curación de este otro ciego al final del viaje tiene también su mensaje: Durante toda la Subida a Jerusalén los discípulos han mostrado que si bien estaban siguiendo físicamente a Jesús, no estaban realmente comprendiendo lo que supone ser discípulos de Cristo. Eso que eran los más mimados por Jesús, los que habían sido instruidos de manera especial, los íntimos de Cristo.

Bartimeo marca un contraste. Es un pobre mendigo, con lo que suponía ser ciego en aquella sociedad. Solo posee un manto, que deja atrás al ponerse en pie. Jesús le pide que hable por él mismo, por eso, en vez de curarle sin más, le pregunta “¿Qué quieres?”. El ciego curado hace lo que se supone debe hacer un cristiano “Seguir a Jesús por el camino”. El “camino” es el nombre que utilizaban los primeros cristianos para referirse a su movimiento. “Seguir a Jesús” es lo que caracteriza un discípulo.

Tantas veces, los que nos decimos cristianos y hasta algún título más “misioneros”, “sacerdotes”, “religiosos”, “voluntarios”, nos sentimos evangelizados por personas pobres que nos muestran con su vida que ellos han entendido mejor que nosotros el mensaje del Evangelio.

Con esta nota terminamos el viaje. La próxima semana entraremos en Jerusalén.