Episodio 32: Todo el día discutiendo

Comentario de Marcos 12,13-27.

Estamos a Martes Santo. El domingo Jesús había llegado a Jerusalén, el lunes había expulsado a los vendedores del Templo y el martes está de nuevo en la explanada del Templo, donde se encuentra con distintos grupos.

Ya comentamos el primero de estos encuentros en el episodio anterior del podcast: los responsables del Templo –sumos sacerdotes, ancianos y escribas–vinieron a donde Jesús para cuestionar su autoridad. Hoy comenzamos con el siguiente grupo:

Le enviaron después a unos fariseos y herodianos para sorprenderlo en alguna de sus afirmaciones (12,13)

Fariseos y herodianos, los que hemos venido siguiendo a Jesús desde Galilea ya los conocemos.
Los fariseos eran un grupo, una especie de corriente ideológica dentro del judaísmo de aquella época, comprometidos con el proyecto de hacer que todos los judíos vivieran según los mandatos de la Biblia, del Antiguo Testamento.

Los herodianos eran soporte social de la dinastía herodiana, una red de personas comprometidas con mantener a los Herodes en el poder; una dinastía que había gobernado en Judea y que era aún la casa reinante en Galilea.

Estos dos grupos eran bastante distintos entre sí: los fariseos, fuertemente nacionalistas, eran bastante puristas en cuanto a las concesiones que se podían hacer a los romanos; los herodianos, en cambio, sostenían a una dinastía ilegítima –según las normas judías– cuyo poder se basaba en sus conexiones con Roma.

La política hace extraños compañeros de cama; ambos grupos se acercan unidos a Jesús para tenderle una trampa:

Ellos fueron y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y no tienes en cuenta la condición de las personas, porque no te fijas en la categoría de nadie, sino que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios. ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no? ¿Debemos pagarla o no?». (12,14)

La trampa consiste en un dilema: Si Jesús responde que hay que pagar, entonces es un traidor a la patria y a Dios; si responde que no, irán corriendo a los romanos para que lo arresten. Veamos cómo escapa Jesús:

Pero él, conociendo su hipocresía, les dijo: «¿Por qué me tendéis una trampa? Mostradme un denario». Cuando se lo mostraron, preguntó: «¿De quién es esta figura y esta inscripción?». Respondieron: «Del César». Entonces Jesús les dijo: «Dad al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios». Y ellos quedaron sorprendidos por la respuesta. (Marcos 12,15-17).

Jesús escapa del dilema con su famosa frase “al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios” ¿Pero qué es lo que quiso decir?

Algunos entienden esta frase como si Jesús hubiera dicho que: “lo material es competencia del Estado, a Dios le corresponde lo espiritual”.

No parece ser que sea éste el sentido de la frase. San Hilario de Poitiers, un cristiano del siglo IV, escribió comentando este pasaje que a Dios debemos cuerpo, alma y voluntad, es decir, todo nuestro ser; al César en cambio, no le deberemos nada si llegamos a ser totalmente pobres.

Es claro que no se puede poner al mismo nivel a Dios y al César; esta frase no es, por tanto, el enunciado de un reparto de competencias. La fuerza del dicho no está en “dar al César lo que es del César” sino en “dar a Dios lo que es de Dios”.

“Dar al César lo que es del César” es la parte menos importante de la frase: se limita a reconocer la realidad evidente del poder imperial que está ahí y exige su peaje. No pagar no era una opción, si uno quería evitar la guerra, o directamente la muerte. Esta parte de la frase advierte a los cristianos contra un radicalismo que prometa soluciones rápidas por medios violentos.

La fuerza de la frase está en la segunda parte: “Dar a Dios lo que es de Dios”: vivir en este mundo supone tener que pagar algunos peajes, pero aún pagando esos peajes que exige cualquier sistema social que no sea el Reino de Dios, podemos empezar a imaginar y a realizar qué significa eso de dar a Dios lo que es de Dios.

Por cierto, a Jesús, eso le llevó a morir en una cruz romana.

¡Pasamos al siguiente grupo!

Se le acercaron unos saduceos, que son los que niegan la resurrección, y le propusieron este caso (12,18).

Estos saduceos son nuevos –no los habíamos visto nunca antes por el evangelio– y requieren una larga presentación.

Según el historiador judío del siglo I, Flavio Josefo, había en tiempos de Cristo tres “filosofías” o grupos ideológicos dentro del judaísmo. El primero, los fariseos, eran los más numerosos y ya son para nosotros viejos conocidos.

Otro grupo mencionado por Josefo son los esenios, que no aparecen nunca en el Nuevo Testamento, pero de los que tenemos bastante información gracias los manuscritos que se han descubierto a partir de 1946 en las inmediaciones del Mar Muerto, en las cuevas de Qumrán: Según estos textos, éste era un grupo de radicales que se habían alejado de Jerusalén y vivían en el desierto al estilo monástico, esperando una intervención divina.

Los saduceos: Según Flavio Josefo, éste era un grupo constituido principalmente por la aristocracia sacerdotal de Jerusalén, gente de mucho nivel social, económico y cultural. Consideraban que sólo la Torá, es decir, los cinco primeros libros del Antiguo Testamento, contenían la verdadera Palabra de Dios –excluían por lo tanto de la Biblia a los profetas y otros escritos–. Una consecuencia de esta limitación de la Biblia a sus cinco primeros libros –el Pentateuco– era el rechazo de la fe en la vida más allá de la muerte.

Una cosa que mucha gente no sabe es que los hebreos, antes del año 200 antes de Cristo, creían que no había un premio o un castigo más allá de la muerte. Los libros más antiguos del Antiguo Testamento, como aquellos de la Torá, suponen que cuando te mueres, se acabó, no hay ni cielo ni infierno. Cuando yo me enteré de esto, siendo estudiante de teología, me pareció bastante sorprendente.

Parece como que la oferta estrella de cualquier religión es el más allá. Para mucha gente la religión sirve justo para eso, como una especie de póliza de seguro contra el único infortunio para el que no hay protección posible: la muerte. Pero éste no era el caso de la antigua religión israelita y otras muchas, como es el caso de la religión de la Antigua Grecia.

Así que si exceptuamos algunos pocos textos posteriores al año 200 antes de Cristo, el Antiguo Testamento dice lo que cantaba John Lennon: “Imagine there's no Heaven / It's easy if you try / And no Hell below us / Above us only sky” (No hay un cielo en el sentido espiritual (heaven), ni existe el infierno, sólo “sky”, es decir, este cielo físico que vemos sobre nuestras cabezas). Esa propuesta, aparentemente tan moderna, es en realidad puro Antiguo Testamento.

Los antiguos hebreos creían que cuando morimos no desaparecemos del todo, pero la existencia posterior a la muerte es una especie de sombra de esta vida, vamos que “no es vida”. Por cierto, según la Ilíada de Homero, también éste era la creencia de los antiguos griegos.

En hebreo el  nombre del lugar de los muertos es ‘Sheol’, en griego es ‘Hades’, en ambos casos no son un ‘infierno’ en el sentido de un lugar de castigo, sino simplemente el lugar poco deseable al que descienden los muertos, hayan sido en vida buenos o malos.

Así que tanto para los antiguos griegos que perpetuaron la memoria de la Guerra de Troya como para los hebreos que transmitieron el recuerdo del Éxodo, no hay un premio o un castigo de ultratumba, y entonces, ¿por qué esforzarse en ser bueno? Leamos el salmo 128(127):

¡Feliz el que teme al Señor y sigue sus caminos! / Comerás del fruto de tu trabajo, serás feliz y todo te irá bien. / Tu esposa será como una vid fecunda en el seno de tu hogar; / tus hijos, como retoños de olivo alrededor de tu mesa/ ¡Así será bendecido el hombre que teme al Señor! / ¡Que el Señor te bendiga desde Sión todos los días de tu vida: / que contemples la paz de Jerusalén y veas a los hijos de tus hijos!

Comida en la mesa, fruto de tu trabajo, una buena familia, esa es la bendición de Dios. Ver a los hijos de tus hijos. Que no es poco, ciertamente, no olvidemos que somos pobres mortales.

Una innovación religiosa ocurrió en el siglo II antes de Cristo. Unos 170 años antes de Cristo, hubo una terrible persecución religiosa contra los judíos. Entonces Israel estaba sometida a Siria, y Siria era un reino dirigido por una élite de cultura y lengua griega. (Estos días estamos viendo noticias tristes y preocupantes de Siria, entre las imágenes las ruinas de la magnífica ciudad grecolatina de Palmira, hoy en manos de los terroristas del ISIS). El rey de Damasco Antíoco IV trató de forzar a los judíos a aceptar la religión politeísta griega. Algunos fieles israelitas que rechazaron ofrecer sacrificios a los ídolos murieron mártires. (Si quieren conocer su historia lean los libros de los Macabeos).

Y surge la pregunta: ¿Cómo puede un Dios justo permitir que el verdugo injusto prevalezca sobre la víctima inocente? Y esta es la pregunta que dio origen a la fe en la inmortalidad. Dios tendrá que hacer en otra vida la justicia que no ha podido hacerse en esta. Tiene que haber una resurrección de los muertos para que pueda haber juicio, premio y castigo.

No es un análisis de tipo metafísico lo que condujo a los judíos a la fe en la resurrección. No fue la creencia en la existencia de un alma inmortal. Algunos filósofos griegos, como Platón, razonaron de otra manera. El ser humano tiene la capacidad de manipular información; el alma racional debe ser de la misma naturaleza que la información. La información es incorruptible; el alma humana, también.

Los judíos llegaron a la fe en la resurrección mediante otro tipo de razonamiento, de carácter religioso-moral: Si Dios es justo, no puede dejar las cosas como tal como quedan en este mundo –en el que muchas veces el mal parece prevalecer–: tiene que haber otro mundo en el que se haga justicia.

Me he enrollado un poco, pero creo que era necesario para entender lo que los saduceos plantean a Jesús. Volvemos al texto de Marcos:

«Maestro, Moisés nos ha ordenado lo siguiente: «Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda». Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda y también murió sin tener hijos; lo mismo ocurrió con el tercero; y así ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos ellos, murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?». (12,19-23)

Los saduceos – que no creen en la resurrección – vienen a tomarle el pelo a este carpintero metido a profeta y le cuentan esta estrambótica versión de “Siete novias para siete hermanos” rodada con recortes de presupuesto. Veamos cómo contesta Jesús:

Jesús les dijo: «¿No será que sois vosotros los que estáis equivocados por no comprender las Escrituras ni el poder de Dios? Cuando resuciten los muertos, ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo». (12, 24-25)

Que es como decirles  a los saduceos, ¿qué os creéis que el más allá va a ser más de lo mismo? No entendéis de qué va la justicia de Dios. En el futuro no seguirá vigente este sistema machista que ha tratado a esta mujer como si fuera una pieza de mobiliario que pasa de un hermano difunto al siguiente. El matrimonio patriarcal será abolido, será otro tipo de vida “como ángeles en el cielo”.

Y Jesús sigue argumentando sobre la vida más allá de la muerte:
Y con respecto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído en el Libro de Moisés, en el pasaje de la zarza, lo que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? El no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Estáis en un grave error». (12, 26-27).

La relación con Dios es tan fuerte, que ni la muerte puede extinguirla. Quien es amigo de Dios será rescatado de la muerte. El icono de la resurrección en la tradición ortodoxa refleja justamente esta fe: Jesús toma de la mano a Adán y Eva –representantes de la humanidad– y los saca del Hades, de la muerte.

Quedan aún algunos encuentros de Jesús en ese largo martes que ocupa el final del capítulo 11 y todo el capítulo 12 de Marcos. Continuaremos comentándolos la próxima semana.