Episodio 37: El final del principio

Comentamos Marcos 15,38-16,20

Terminamos el episodio de la semana pasada  narrando los últimos instantes de la vida de Jesús. Continuamos hoy con lo que sucede nada más producirse su muerte,  Marcos coloca en este punto de su narración tres signos de gran valor simbólico. El primero de ellos ocurre en el Templo. Leemos:

El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo (15,38).

Para entender el significado de este versículo, debemos recordar qué era el Templo de Jerusalén y cómo estaba estructurado. Sobre una gran explanada, de unos 400 metros de ancho, se levantaba el Templo, el único lugar en el que los judíos podían dar culto a su único Dios. Entorno al edificio sagrado, a una cierta distancia, había una valla con un letrero que advertía que sólo los judíos podían entrar dentro de su perímetro, bajo pena de muerte. La explanada, por lo tanto, estaba abierta a todos –judíos y no judíos– pero más allá de aquella valla, sólo los creyentes en el Dios único de Israel podían entrar.

Al pasar por la puerta del Templo, se encontraba un primer patio, llamado “patio de las mujeres”; hasta aquí podían entrar tanto mujeres como hombres –judíos y judías–. Al cruzar una segunda puerta se pasaba al patio interior, a éste que solo podían acceder varones adultos judíos debidamente purificados según los rituales prescritos.

En este patio interior tenían lugar los sacrificios. Aquí se mataban los animales y se quemaba parte de la carne y los despojos como ofrenda a la divinidad.

Al edificio del Templo, propiamente dicho, sólo podían entrar los sacerdotes. Dentro de esta estructura había una habitación especial, una cámara santa en el que se encontraba el Arca de la Alianza y otros objetos sagrados. 

Se creía que encima del Arca de la Alianza se encontraba la shekiná, la presencia de Dios. A este espacio sacrosanto sólo podía pasar el Sumo Sacerdote y éste una vez al año. Este era el punto de contacto entre Dios y la humanidad, entre el cielo y la tierra. Esta estancia era el Sancta Sanctorum, el lugar sagrado que irradiaba santidad, santificando el Templo, y la ciudad y el país. Esta habitación no estaba cerrada por una puerta sino por una cortina, un velo, que impedía ver lo que había dentro.

Este velo se rasga en dos de arriba abajo. Imagínenselo ¿Qué significa? ¿Qué quiere decir que este pedazo de tela que custodiaba la sacralidad del lugar más santo se ha roto?

Dios ya no está ahí. Dios ya no quiere recibir culto en ese edificio. La presencia de Dios ha migrado, ¿a dónde? Lo veremos enseguida: al cuerpo de Jesús.

Si el primer signo proviene de los judíos, el segundo llega del mundo pagano. Leemos:

Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó: «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!» (15,39).

Este militar, oficial romano, es decir, un pagano hasta la médula, pues es un soldado al servicio del Imperio, el orden político-militar adoradora de ídolos y enemiga de Israel; este hombre, que había comandado la ejecución del Cristo, dice algo que ningún ser humano en el relato de Marcos había afirmado: que Jesús es Hijo de Dios.

Dios ya no se encuentra encerrado en el Templo, se ha hecho accesible para todos en Jesús, y esto incluye a los paganos.

El primer signo viene del mundo judío, el segundo del mundo pagano, el tercer signo acontece en el entorno más próximo de Jesús, entre sus discípulos. Leemos:

Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén (15,40-41).

¡Había mujeres entre los discípulos que seguían a Jesús! Esto es una sorpresa, porque los maestros judíos de aquella época y hasta muy recientemente no tenían mujeres entre sus pupilos.

¡Jesús tenía discípulas! Muchas le habían seguido hasta Jerusalén en su último viaje. Y por primera vez en el relato de Marcos escuchamos nombres propios de mujer. Hasta ahora las mujeres habían permanecido literalmente anónimas –es decir, sin nombre– en la narración. La única mujer mencionada por nombre es María, la Madre de Jesús, pero sólo de forma indirecta: “¿No es este el carpintero, el hijo de María?” (6,3) Marcos nos ha dicho que tenía hermanas, pero no nos ha dado sus nombres (6,3). Curó a la hemorroísa y a la hija de Jairo, ¿pero cómo se llamaban? No lo sabemos (5,21-42). La mujer sirofenicia que le hizo cambiar de idea, anónima también (7,24-30). Y aquella mujer que derramó aceite perfumado, de la que afirmó Jesús “Os aseguro que en cualquier parte del mundo donde se anuncie la buena noticia será recordada esta mujer y lo que ha hecho” (14,10); ¿pero cómo se llamaba? No lo recordamos.

Por primera vez suenan los nombres de las mujeres, que es como verlas y reconocerlas por primera vez como personas, seres con rostro y nombre propio: “María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé”. Y veremos como ellas jugarán un papel fundamental en los acontecimientos que están por suceder. Seguimos leyendo:

Era día de Preparación, es decir, vísperas de sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea –miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios– tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto. Informado por el centurión, entregó el cadáver a José. Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto (15,42-47).

Según la costumbre judía, el Sabbat, el descanso sabático se inicia con la puesta del sol del viernes. Jesús murió a las tres de la tarde del viernes, a sólo tres horas del inicio del sábado, día en el que no está permitido hacer ningún trabajo. En ese breve intervalo, José de Arimatea, un aristócrata miembro del Consejo y discípulo de Jesús reclama el cadáver y lo deposita en un sepulcro de su propiedad.

Los Doce –u Once, pues Judas no puede contarse ya como miembro del grupo– no están. Brillan por su ausencia, pero María Magdalena y otra mujer también llamada María están ahí, observando.

Durante el sábado todo se paraliza, no está permitido ninguna actividad. Así que hay que esperar al día siguiente, domingo. Leemos:

Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús. A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro. Y decían entre ellas: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?» (16,1-3)

De nuevo escuchamos los nombres de estas mujeres. Quieren realizar sobre el cuerpo de Jesús los rituales de enterramiento que por premura no pudieron hacerse el día de su muerte. Les preocupa que no tienen fuerzas para mover la piedra que bloquea la entrada a la cueva en la que está sepultado. No tienen  aún ni idea de que otra fuerza inimaginable superior está actuando ya en el cuerpo de Cristo. Leemos el pasaje:

Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande. Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas. pero él les dijo: «No temáis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Mirad el lugar donde lo habían puesto. Id ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que vosotros a Galilea; allí lo verán, como él lo había dicho». (16,4-7).

Un joven misterioso –¿un ángel? – les dice que Jesús ha resucitado y que su cuerpo ya no se encuentra ahí. Les da también un lugar de encuentro: Galilea.

Hasta cierto punto los cristianos podemos habernos acostumbrado a la afirmación de que “Cristo ha resucitado”, pero pongámonos en la piel de esos discípulos que habían conocido a Jesús.

No existe ni siquiera una palabra para decir “resucitar”. El texto griego dice: “egerthē” “ha sido levantado” (es una pasiva divina “ha sido levantado por Dios”), el verbo “egeirō” quiere decir “levantarse, despertar”; es la misma palabra que utilizaríamos para decir “me he levantado esta mañana”. Jesús se ha levantado esta mañana, ya pero es que anoche estaba muerto”.

Escuchemos ahora el último versículo del evangelio según san Marcos:

Ellas salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo (16,8).

Una reacción totalmente normal: salieron corriendo temblando de miedo. Lo que no es tan normal es que el evangelio termine así, con estas palabras: “Y no dijeron nada a nadie, tenían miedo pues”.

Pero es así como termina el evangelio según San Marcos en los manuscritos más antiguos que se conservan. En la mayoría de las Biblias hoy tenemos además los versículos 9-20, que vamos a leer:

Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios. Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban. Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron. Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado. Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron. En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado. Entonces les dijo: «Id por todo el mundo, anunciad la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán». Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.

Estos 12 versículos no se encuentran en los manuscritos más antiguos y son claramente un popurrí de las apariciones de Cristo resucitado en los otros tres evangelios. Ningún experto en el Nuevo Testamento cree que procedan de la mano de Marcos, sino que alguien los añadió con posterioridad.

Los manuscritos más antiguos terminan en el versículo 8, con las palabras “Y no dijeron nada a nadie, tenían miedo pues”. Los expertos debaten si efectivamente Marcos terminaba así o si tuvo otro final que se perdió. Y no se ponen de acuerdo, pues los argumentos en una u otra dirección no son concluyentes.

No se está discutiendo aquí si Marcos creía o no en la resurrección. Es claro que sí. Y no solo Marcos, la resurrección de Jesús es la piedra angular sobre la que se funda la fe cristiana. Pablo, escribiendo a los cristianos de Corinto en los años 50, es decir, dos décadas antes de Marcos, decía:

Os he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Pedro y después a los Doce. Luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto. Además, se apareció a Santiago y de nuevo a todos los Apóstoles. Por último, se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto (1Cor 15,3-8).

La tradición sobre la resurrección se remonta a los orígenes de la fe y es su fundamento. La cuestión, por lo tanto, no es la resurrección, sino cómo acaba el evangelio. En un final perdido que posiblemente recogía apariciones de Cristo resucitado como los demás evangelios o de modo abrupto.

Yo me inclino por esta segunda posibilidad. Marcos es un autor que le gusta crear interrogantes e implicar al lector. Si el relato termina con las palabras “Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo”. El lector cristiano se siente obligado a terminar él mismo el relato: vencer el miedo y afirmar la resurrección.

Y no olvidemos que este libro que acabamos de terminar de leer no se titula “evangelio según San Marcos” sino “Comienzo del evangelio de Jesús, el Cristo Hijo de Dios” (Mc 1,1). Esta historia no ha hecho más que empezar, continúa en la vida y la fe de los que se comprometen con el mensaje y la obra de Jesús.

Terminamos así este episodio y este largo comentario del evangelio según San Marcos que nos ha llevado 25 episodios, medio año ininterrumpido de podcasts. Así que enhorabuena a los que nos habéis seguido hasta aquí, esperamos que lo hayáis disfrutado.

Vamos a tomarnos unas vacaciones hasta septiembre. Regresaremos con nuevos episodios. Probablemente, cuando retomemos el podcast, vamos a intentar otro enfoque. En lugar de seguir comentando libros de la Biblia, vamos a “hacer teología” de un modo distinto, tratando de responder a grandes preguntas como por ejemplo ¿Por qué existe el mundo?, o “¿Fue Jesús Dios?”. Si queréis sugerir temas y preguntas, enviadnos un e-mail

El 20 de julio cargaremos el contenedor con ayuda para Haití, necesitaremos todas las manos posibles. Tenéis la información en la web <www.acogerycompartir.org>.

¡Que tengáis un estupendo verano!