Episodio 38. ‘dios’, con minúscula

Un cambio de tercio

Bienvenidos al episodio 38 de Teología para hoy con el que retomamos esta serie de podcasts que habíamos suspendido durante los meses de julio y agosto. Empezamos el nuevo curso en septiembre y lanzamos así la segunda temporada de esta serie dedicada a aquellos que “buscan creer pero no renuncian a pensar”

Durante la temporada pasada dedicamos nada menos que 25 episodios a comentar, versículo a versículo, todo el evangelio según San Marcos. Lo hicimos así porque nos pareció que una buena manera de iniciarse a la teología era ir a las fuentes, y el texto más fundamental de la fe cristiana son los evangelios.

Pero ésta -Comentar pasajes de la Biblia- es sólo unas de las maneras de hacer teología cristiana.

Esta forma de hacer teología suele llamarse Teología Bíblica, y era la forma favorita de hacer Teología de los llamados Padres de la Iglesia. (Llamamos “Padres de la Iglesia” a los escritores cristianos de los primeros siglos, que pusieron los fundamentos del pensamientos teológico cristiano. Lo hicieron, sobre todo, comentando las Escrituras).

Otra manera de hacer Teología es al hilo de las grandes cuestiones de la fe. Preguntas como, ¿existe Dios? ¿Por qué fue creado el Universo? ¿Qué podemos esperar de esta vida y del más allá?

La forma de hacer Teología que trata de dar  explicación a estas y otras “grandes preguntas” suele llamarse “Teología Dogmática” o “Teología Sistemática”.

El año pasado hicimos sobre todo “Teología Bíblica”. Podríamos continuar este curso comentando otros libros de la Biblia: los otros evangelios, las cartas de Pablo, o los profetas del Antiguo Testamento; pero vamos cambiar de tercio y probar esta otra manera de hacer teología llamada Teología Sistemática

Os adelantamos que hay aún otras modalidades: una tercera forma de hacer Teología que trata de mostrar el carácter práctico de eso de ser cristiano, esa manera de hacer Teología se llama “Teología Moral” o “Ética cristiana”

La Teología sistemática, aunque empezó a practicarse ya durante el primer milenio, se convirtió en la manera más prestigiosa de la Teología académica en Occidente durante la Edad Media.

Entre los grandes teólogos de esta época, destaca la figura de Santo Tomás de Aquino (1225-74) cuya obra “Suma Teológica” constituida por preguntas y respuestas estructuradas en un sistema casi arquitectónico pretendía cubrir la totalidad de la fe cristiana. Este libro ha sido el gran referente de la Teología Católica desde la Edad Media hasta mediados del siglo XX, y sigue siendo hoy en el siglo XXI un libro imprescindible para cualquier persona que estudie Teología de manera seria.

El itinerario que os proponemos para esta segunda temporada de Teología para hoy va a ser muchísimo más modesto, pero sí que vamos a tratar de preguntarnos algunas de las grandes preguntas acerca del Misterio de Dios.

Desde aquí queremos lanzaros un reto: Plantead una pregunta. Lo que ud. Siempre quiso saber acerca de la fe pero temió preguntar. Este es tu momento. Mándanos un e-mail a podcast@acogerycompartir.org

Muchos dioses

La primera pregunta la he escogido yo: “¿Qué queremos decir cuando decimos ‘Dios’?”. Vamos a contestarla en dos podcasts, en el de hoy vamos a hablar de “dios” con minúscula y en el de la semana que viene de “Dios” con mayúscula.

La gran mayoría de las culturas y sociedades que existen y han existido a través de la Historia han creído en la existencia de seres espirituales. Creo que esto es inevitable si se vive, como ha sucedido durante la mayor parte de la historia de la Humanidad, en contacto con la naturaleza. La mayor parte de las culturas viven o han vivido mucho más cerca de la naturaleza que la moderna cultura urbana occidental.

Nosotros nos pasamos el día en ambientes creados artificialmente, ya sea dentro de edificios o fuera en la calle, mucho de lo que hacemos a lo largo del día consiste en interactuar con máquinas cuyo funcionamiento está programado por el hombre. Aunque a veces las máquinas que nos rodean fallan, pero casi siempre el vagón del metro nos lleva a dónde queremos llegarnos va a llevar; damos por supuesto que cuando pisamos el freno de nuestro coche, éste se va a detener.

Nuestros antepasados vivían en entornos mucho menos previsibles. Su día a día, su año a año estaba mucho más abierto a sorpresas. Pero no idealicemos el pasado: las sorpresas podían ser muy desagradables. La cosecha podía malograrse por la sequía o por un pedrisco, una manada de lobos podía comerse a un cordero del rebaño o incluso al niño que lo pastoreaba, enfermedades que hoy consideramos triviales eran mortales de necesidad.

Las primeras sociedades humanas, que vivían de la caza y la recolección de plantas, creían en la existencia de presencias espirituales en la realidad que les rodeaba. El lobo, el oso o el bisonte no eran protagonistas de documentales que podemos disfrutar cómodamente desde el sillón de nuestra casa. Eran amenazas potenciales a los que había que aplacar o posibles fuentes de alimentos imprescindibles para seguir vivos. Los hombres y las mujeres de estas culturas los imaginaban dotados del aura espiritual.

Con la agricultura y la ganadería la naturaleza empezó a ser domesticada, pero aún estamos muy lejos del mundo artificialmente controlado en el que vivimos hoy. También en estas culturas los dioses estaban por todas partes, en el árbol, el la cosecha, en la tormenta, en los ríos.

Si han visto la película Avatar pueden hacerse una idea. Aunque sea una idea algo equivocada. El ser humano vivía inmerso en una realidad encantada, se concebía a sí mismo y a su comunidad como parte de un todo viviente y divino.

Claro está que el film Avatar da un visión idealizada de este tipo de situarse en el mundo. Los que vivimos en la ciudad solemos idealizar la naturaleza porque solo vamos al campo cuando estamos de vacaciones; y aunque nos gusta pensar que estamos en plena naturaleza cuando visitamos lugares alejados de la civilización no dejamos de contar ni siquiera en esos momentos con las seguridad y el control que nos da nuestra condición de hombre y mujeres modernos.

Las culturas que viven en contacto con la naturaleza y que creen en la existencia de poderes sobrenaturales no los conciben como presencias siempre benignas dispuestas a ayudarles. Los dioses pueden ser benévolos contigo o no.

La primera función de la religión es protegernos de los dioses, aplacar las malas intenciones de los espíritus.

Antes de iniciar un viaje por mar, los griegos ofrecían un sacrificio a Neptuno, no sea que se enoje contra nosotros y mande un temporal. Porque la naturaleza es muchas veces cruel, resulta racional pensar, que los dioses deben de serlo también. Un mundo lleno de presencias espirituales puede ser un lugar aterrador.

Si uno repasa la mitología griega -la religión grecorromana era la más difundida en Europa y en la cuenca mediterránea antes del cristianismo- se da cuenta que los dioses son casi siempre bastante inmorales: Se vengan de sus enemigos, sienten envidia de otros dioses, utilizan abundantemente la violencia, seducen a las mujeres, secuestran, violan, roban, matan. Como la vida misma.

Esta es una característica de las religiones politeístas: los dioses, además de ser muchos, no son buenos. Otra característica es que ninguno de estos dioses y diosas puede considerarse Todopoderoso, pues los dioses forman parte del mundo y aunque pueda haber una jerarquía entre ellos –en el caso griego, Zeus es el Dios Supremo– ninguno de ellos tiene pleno control sobre la realidad. Los dioses son parte del mundo y están sometidos a la inexorable fatalidad, como todo lo demás.

La creencia en los dioses expresa una intuición profunda que atraviesa las culturas y las civilizaciones: el ser humano no está solo, que hay otras presencias cuyas voluntades interfieren con nuestras vidas. Hay que contar con ellas para poder tener una buena existencia.

Aunque no creamos en los dioses, creo que hay una lección a retener de este tipo de creencias y es: No tenemos el control completo de la realidad. Aunque la ciencia y la tecnología modernas han conseguido someter una gran cantidad de procesos naturales a nuestro control hay fuerzas que escapan a nuestro control.

Esto es especialmente verdad en el terreno de la vida humana. Nuestro cerebro es tan complejo que estamos muy lejos de comprender cómo funciona. Hay fuerzas en nuestra psique que escapan a nuestro control. Esta es la razón por la que los psicoanalistas son tan aficionados a la mitología. Utilizan mitos –el de Edipo es el más famoso de ellos- para explicar lo inexplicable en las profundidades de nuestro subconsciente.

Aunque no creamos en la mitología griega, ni en el psicoanálisis, resulta sabio ser cautos con esas fuerzas ocultas que nos superan en poder. El Universo sigue siendo ante todo un misterio, que puede depararnos sorpresas -agradables y desagradables-.

Los comienzos de la historia de la salvación

La historia de la fe bíblica empieza en este tipo de mundo y con este tipo de religión. Abrahán dice haber percibido que una presencia espiritual, un dios llamado YHWH le dijo “Vete de tu país, de tu patria y de tu casa paterna, al país que yo te mostraré; y yo haré de ti una gran nación, te bendeciré y engrandeceré tu hombre, serás, pues, una bendición” (Génesis 12,1). Y decide obedecer a esta voz y se convierte en nómada.

Abrahán no sabe aún que este dios es el único Dios creador del cielo y la tierra. Eso será algo que el pueblo de Israel tardará mucho tiempo en descubrir. Por de pronto, Abrahán y su mujer Sara y sus hijos empiezan una relación con esta presencia, con este ser misterioso y va a ser a través de esta relación, que la Biblia se atreve a llamar ‘amistad’ como van a ir profundizando en quién es ese “Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob” y van a ir aprendiendo sobre él. De hecho, podríamos entender el Antiguo Testamento como el diario de un pueblo que mediante las distintas experiencias que va a ir viviendo a través de los siglos va aprendiendo quién es este “Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob”.

Pero de eso hablaremos la próxima semana.