Episodio 44. Jesús, Cristo y Señor

En los episodios anteriores de este podcast comentamos el primer artículo del Credo: “Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra”.

En este episodio y en el siguiente vamos a comentar el segundo artículo, que es sobre Jesucristo

“Creo en Jesucristo su único Hijo Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, todopoderoso. Desde allí va a venir a juzgar a vivos y muertos”

Podemos dividir este artículo en dos partes: “Creo en Jesucristo su único Hijo Nuestro Señor” y todo lo demás, que es como un resumen de la historia de Jesús, historia cuya versión larga encontramos en los evangelios.

El Credo nos ofrece un resumen, y no pretende suplantar la narración más completa de los cuatro evangelios.

Como en la primera temporada de este podcast comentamos largo y tendido uno de los evangelios, el de Marcos, vamos a remitirnos allí y no comentaremos esta segunda sección de este artículo del Credo.

Vamos a limitarnos a la primera parte: “Creo en Jesús, Cristo, su único Hijo, nuestro Señor”.

La teología llama “títulos cristológicos” a los títulos que señalan e identifican a Jesús. En esta frase encontramos tres: Cristo, Hijo de Dios, Señor. Estos no son los únicos títulos cristológicos, si uno lee el Nuevo Testamento encuentra: “Hijo de David”, “Pan de Vida”, “Príncipe de la Paz”, “Redentor”, etc.

Vamos a limitarnos a los tres que aparecen en el Credo

Cristo

Empezamos con “Cristo”. La palabra que encontramos en el texto griego del Nuevo Testamento es Christós, que es un sustantivo que deriva del verbo Chríō, que quiere decir “ungir”. “Christós” quiere decir “Ungido”. Si en vez del griego del Nuevo Testamento utilizamos el hebreo del Antiguo Testamento, “ungir” se dice “masaj” y “ungido” se dice “masiaj”, que suele adaptarse al español como “mesías”. Así que “mesías” y “cristo” quieren decir exactamente lo mismo, la primera palabra viene del hebreo, la segunda del griego, y quieren decir ambos “ungido”.

Ungir era un gesto simbólico muy importante para los judíos de la época de Cristo y antes de la época de Cristo.

Una pequeña lección de química. Un aceite esencial es una mezcla de varias sustancias químicas biosintetizadas por las plantas, que dan el aroma característico de algunas flores, árboles, frutos, hierbas, especias, … y que además de ser intensamente aromáticos pueden tener efectos medicinales. Estos aceites son insolubles en agua, pero solubles en alcohol y aceites vegetales. Hoy en día solemos usar alcoho. como disolvente, por eso, nuestros perfumes suelen tener como base alcohol, pero en la Antigüedad no se sabía aún destilar alcohol, así que lo que se usaba era aceite.

Ungir es el gesto de derramar aceite perfumado sobre la cabeza de una persona. En la cultura judía era la manera de reconocer que alguien había sido elegido por Dios para liderar al pueblo. El Antiguo Testamento habla de la unción de los reyes y de sacerdotes. En este sentido era un gesto parecido al de la coronación en las monarquías europeas.

En la época de Jesús, muchos judíos esperaban que Dios mandase a un “Elegido”, a un “Ungido” para liberar a su pueblo de la situación de sometimiento al Imperio Romano. El Mesías tenía que venir para poner fin a esta Era de maldad e inaugurar el Reino de Dios.

Jesús pregunta a sus discípulos “¿Quién decís que soy yo?” Según el evangelio de Marcos Pedro respondió: “Tú eres el Cristo”

 “Entonces Jesús les prohibió terminantemente que hablaran da nadie acerca de él. Jesús empezó a enseñarles que el hijo del hombre debía padecer mucho, que sería rechazado por los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley; que lo matarían, y a los tres días resucitaría” (Mc 8,31).

Jesús no parece precisamente entusiasmado con la Confesión de Pedro. Se da cuenta de lo ambiguo que resulta eso de ser el Mesías y que lo que Pedro estaba entendiendo cuando le proclamaba Mesías no tenía mucho que ver con lo que él era en realidad.

Jesús es el Mesías, pero no va a tomar el poder, sino entregarse “en rescate por muchos”.

Podemos decir que antes de Jesús, el título “Cristo” era muy ambiguo. Quería decir “líder designado por Dios”. Jesús es quien con su vida, muerte y resurrección da un contenido específico a este título. Por eso, cuando decimos en el Credo “Creo Jesús Cristo” no estamos diciendo solamente “Creo que Jesús fue un gran líder designado por Dios”, sino que Jesús fue el enviado por Dios para con su entrega inaugurar una nueva relación con Dios que él llamó “Reino de Dios”. Él es el liberador esperado, pero en un sentido más profundo de lo que esperaban sus contemporáneos.

El título “Cristo” significa que es el Enviado por Dios para redimir a la humanidad, pero tal título no conlleva necesariamente  la idea de “divinidad”.

Señor

La palabra correspondiente en griego es “kyrios”. Les sonará a lo mejor la expresión “kyrie eleison”. “Kyrie” es el vocativo de “kyrios”; “kyrie eleison” quiere decir “Señor, ten piedad”. “Kyrios” es aquel que puede disponer sobre algo de modo legal y con autoridad. Se usaba típicamente para referirse al amo de un esclavo o al dueño de un territorio, o de un imperio. El término tenía también connotaciones religiosas, pues era usado en los cultos politeístas para referirse a los dioses.

En Israel, el título de “kyrios” se aplicaba a Dios. Como explicamos en algún podcast anterior, la religión judía era la única monoteísta en aquella época. Decir “dios” sin más daba a entender no al “Dios” único sino a los dioses en general. La palabra hebrea para decir “dios” en este sentido es “elohim”. “Elohim” es “dios”, con minúscula, cualquiera de los dioses de los paganos es un “elohim”. El Dios de Israel es también “Elohim”, dios, pero no resulta fácil romper la ambigüedad.

Hay otra palabra en el Antiguo Testamento que sí elimina toda ambigüedad acerca de a qué “dios” nos referimos: YaHWeH. Este es nombre propio de este Dios, del Dios de Israel. El Dios de Israel es un Elohim –un dios–, su nombre es YaHWeH. A partir del Exilio Babilónico el pueblo de Israel va a dar el paso de negar la existencia de los otros dioses: No hay más Elohim que YaHWeH.

Con el tiempo fue creciendo también el vértigo que supone conocer el “nombre de pila” del único Dios creador del Cielo y la Tierra. En tiempo de Cristo, ya nadie se atrevía a pronunciar el nombre YaHWeH. De hecho, como la lengua hebrea se escribe sólo con consonantes, ni siquiera estamos seguros de que las consonates YHWH que encontramos en el Antiguo Testamento deban pronunciarse YaHWeH. En otras épocas ha habido quienes han pensado que debería vocalizarse como YeHoWaH, aunque hoy nadie cree se deba pronunciar así.

El hecho es que cuando los judíos de la época de Cristo leían en voz alta el Antiguo Testamento y se encontraban con las cuatro letras YHWH, decían “Adonai”, que quiere decir “Mi Señor”. Y cuando tradujeron al griego el Antiguo Testamento, cada vez que aparecían las cuatro letras traducían “kyrios”, Señor.

Así que para un judío, la palabra “Kyrios” tiene una connotación de divinidad, aunque es también una palabra que tiene un significado profano y de uso diario. En aquella sociedad esclavista, era frecuente oír a los esclavos dirigirse a sus señores como “kyrios” y los reyes se consideraban “señores” de sus pueblos, el César reclamaba ser “señor” del Imperio, etc.

Afirmar que Jesús es el Señor (Kyrios) es decir que él es nuestro dueño. Y si este crucificado es el Señor, el César no lo es. Las otras autoridades humanas no tienen la última palabra sobre nuestra vida, sólo Dios que se ha revelado en Jesús.

Hay un texto en el Nuevo Testamento que quizás mejor que ningún otros nos da idea qué querían decir los primeros cristianos cuando decían que Jesús es Señor. Se trata de un himno que cantaban en las comunidades y que nos ha sido transmitido por San Pablo en su Carta a los Filipenses (2,6-11). Dice así:

El [Jesús] que era de condición divina,
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente:
al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano,
se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte
y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús,
se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:
«Jesucristo es el Señor».

Cuando San Pablo escribe a los Filipenses durante la década de los cincuenta del Siglo I, los cristianos ya cantaban esta canción, cuya letra transcribe Pablo.

Es un relato de la historia de Jesús desde su origen en Dios hasta su regreso a la gloria. Jesús es proclamado “Señor” por la obra que ha realizado de solidaridad con los humanos en el sufrimiento y por abrir a toda la raza humana la posibilidad de la resurrección.

El título “Señor” denota una percepción de la divinidad de Jesucristo, que obliga a repensar la concepción judía de Dios. A partir de Jesús no es posible seguir hablando de Dios sin hacer referencia a este hombre.

Nos quedamos así a las puertas de la pregunta del millón: ¿Es Jesús Dios? ¿Cómo pensar a Dios si hay que incluir a Jesús? Trataremos de responder en el próximo episodio en el que comentaremos el tercer y decisivo título cristológico: Hijo de Dios.