Episodio 49. Creo en la Iglesia

El último artículo del Credo dice así en la versión llamada “Creo Apostólico”:

Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén

En la versión expandida por los Concilios de Nicea y Constantinopla quedó así:

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.

Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. 

El Concilio de Constantinopla, celebrado en el año 381, se ocupó de definir la divinidad del Espíritu Santo (el de Nicea, celebrado en el año 325 había definido la consustancialidad con el Padre de Jesucristo). De un sencillo “Creo en el Espíritu Santo” se pasa a:

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.

En la versión apostólica, no hay un “creo” independiente para la Iglesia. La fe en la Iglesia es un anexo al artículo sobre el Espíritu

En la versión llamada niceno-constantinopolitana, la fe en la Iglesia aparece bajo un “Creo” aparte: “Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica”, pero no debe considerarse como un “nuevo” artículo del Credo sino como un apéndice de la fe en el Espíritu Santo

Dicho de otro modo: no creemos en la Iglesia de la misma manera que creemos en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Creer –en el sentido de abandonarnos en la confianza a otra persona- solo se puede creer en Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

En el Iglesia creemos porque ella nos conduce al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Esa comunión concreta de seres humanos que ha pervivido a través del tiempo que llamamos “Iglesia” es el medio elegido por Dios para dar testimonio de él ante el mundo

Ya durante su vida, Jesús convocó a un grupo de hombres y mujeres para estar con él, y después de la resurrección mandó que hicieran discípulos entre todos los pueblos de la tierra.  Esta comunidad de personas no fueron elegidas por sus cualidades intelectuales o morales, no eran mejores personas ni más listas o más espirituales que los demás. Jesús no se rodeó de una élite. El proyecto de esta comunidad es ser portador de una propuesta de fraternidad universal en Dios.

La Constitución Lumen Gentium, uno de los cuatro documentos fundamentales del Concilio Vaticano II dijo (en el número 8):

Cristo, el único Mediador, instituyó y mantiene continuamente en la tierra a su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y caridad, como un todo visible [9], comunicando mediante ella la verdad y la gracia a todos. Mas la sociedad provista de sus órganos jerárquicos y el Cuerpo místico de Cristo, la asamblea visible y la comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia enriquecida con los bienes celestiales, no deben ser consideradas como dos cosas distintas, sino que más bien forman una realidad compleja que está integrada de un elemento humano y otro divino. Por eso se la compara, por una notable analogía, al misterio del Verbo encarnado, pues así como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como de instrumento vivo de salvación unido indisolublemente a El, de modo semejante la articulación social de la Iglesia sirve al Espíritu Santo, que la vivifica, para el acrecentamiento de su cuerpo (cf. Ef 4,16).

Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y apostólica, y que nuestro Salvador, después de su resurrección, encomendó a Pedro para que la apacentara (cf. Jn 21,17), confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y gobierno (cf. Mt 28,18 ss), y la erigió perpetuamente como columna y fundamento de la verdad (cf.1 Tm 3,15). Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él si bien fuera de su estructura se encuentren muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica.

La Iglesia Católica, en el Concilio Vaticano II se abstuvo de decir que ese proyecto original de Jesús es la Iglesia Católica actual, sino que subsiste en la Iglesia Católica actual.

“Es posible, de acuerdo con la doctrina católica, afirmar correctamente que la Iglesia de Cristo está presente y opera en las iglesias y comunidades eclesiales aún no en plena comunión con la Iglesia Católica, por los elementos de santificación y verdad que están presentes en ellas” (Congregación para la Doctrina de la Fe).

Si algún valor tiene la Iglesia es por la confianza que Dios ha depositado en ella para hacerle presente en el mundo.

Pasamos a hablar rápidamente de las cuatro “notas” con las que se califica a la Iglesia

Por último quedan esas últimas palabras del Credo que en la versión apostólica son:

“la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén”

y en la versión niceno-constantinopolitana:

Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. 

Son como consecuencias fundamentales que el credo recuerda de la fe en Dios y en la Iglesia. La Iglesia es en su esencia comunión, destinada a propagar el perdón. Y esa comunión con Dios no tiene fecha de caducidad. La muerte corporal es el inicio de una vida sin fin.