19 de marzo. Tercer Domingo de Cuaresma

Formato PDF. Listo para imprimir

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro del Éxodo 20, 1-17.

En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras:

«Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud.

No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos, cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos.

No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso.

Fíjate en el sábado para santificarlo. Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que viva en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra y el mar y lo que hay en ellos. Y el sétimo día descansó: por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó.

Honra a tu padre y a tu madre: así prolongarás tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar.

No matarás.

No cometerás adulterio.

No robarás.

No darás testimonio falso contra tu prójimo.

No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 18.

Antífona: Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante.

Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.

La voluntad del Señor es pura y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.

Más preciosos que el oro, más que el oro fino;
más dulces que la miel de un panal que destila.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Corintios 1, 22-25.

Hermanos:
Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados –judíos o griegos–, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según San Juan 2, 13-25.

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.» Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?»

Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»

Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

Dios, que nos liberas

La otra noche me quedé viendo una película por televisión. En ella, un neoyorquino judío cometía un triple asesinato para vengar la muerte, por negligencia médica, de su hijo. En un momento de la trama, el criminal, arrepentido, pide a Dios que le castigue por haber quebrado el “sexto mandamiento”... Pero vamos a ver, ¿el sexto no era “no fornicarás”? ¿Por qué este asesino dice haber cometido un pecado contra el sexto cuando lo que ha hecho es matar?

No era un fallo del doblaje. En la tradición judía, los mandamientos se numeran de modo distinto a como lo hacemos en la Iglesia Católica. Nuestro quinto mandamiento es su sexto. En hebreo, a los diez mandamientos se les llama los diez “debarim”, las diez palabras o sentencias. Su quinta “palabra” es nuestro cuarto mandamiento: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Su cuarta: “Fíjate en el sábado para santificarlo” es nuestro tercero: “Santificarás las fiestas”. Su tercera palabra es nuestro segundo mandamiento: “No tomarás el nombre de Dios en vano” y nuestro primer mandamiento “Amarás a Dios sobre todas las cosas” corresponde a su segunda “dabar”.

Entonces, ¿cuál es el primer mandamiento para los judíos? No es un mandamiento, sino una “palabra”, una declaración.

“Yo soy YHWH, Dios tuyo, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de los esclavos”

La primera “palabra” es esta autodefinición de Dios como aquel que ha sacado al pueblo de Israel de Egipto, que lo ha redimido de la esclavitud.

En la tradición bíblica, Dios es, ante todo, Aquel que nos salva, el que nos incita a no permanecer conformes con situaciones de opresión, el que nos quiere libres.

Los diez mandamientos están en función de esa libertad, una moral para garantizar una convivencia en libertad, una vida decente.

Las religiones tienen un terrible potencial para sostener a los poderosos, de sacralizar el poder y hacer la tiranía tolerable para los sometidos. Pueden fácilmente convertirse, de medios para la búsqueda de Dios a fines en sí mismos. En algunos casos, lo estamos viendo, pueden ser instrumentos de violencia.

En el corazón de la Biblia late la afirmación de que Dios es liberador, YHWH toma partido por los esclavos y no por el Faraón, como los dioses del panteón egipcio.
Y aún así, los sacerdotes israelitas de tiempos de Jesús habían convertido el templo único del único Dios en un lucrativo negocio, en la peana de su sagrado poder.

Me he preguntado muchas veces por qué Jesús haría lo que hizo en el Templo de Jerusalén. Los evangelios sinópticos relatan que la expulsión de los mercaderes del templo sucedió el lunes anterior al jueves en que Jesús fue arrestado. El Lunes Santo de nuestro calendario litúrgico.

Jesús no podía ser tan ingenuo como para ignorar las consecuencias de su protesta en el lugar más álgido de la geografía religiosa de Israel. Sabía que si lo hacía lo matarían. Efectivamente así fue. Cuatro días después de estos hechos, su cuerpo sin vida colgaba de la cruz.

¿Por qué arriesgar una vida, y una vida tan valiosa, por un simple gesto de denuncia?

No es que te quite la razón, Jesús, ¿pero valía la pena? ¿No había otro modo más razonable de comunicar tu mensaje sin poner en juego tu vida, sin perderla? Quizás tú mismo te hiciste estas preguntas... y respondiste que sí. Que merecía la pena, que merecíamos la pena tus discípulos, los de entonces y los que vendrían después, a través de los siglos.

El evangelista Juan, siempre más atento al significado profundo de los hechos que a las minucias de tiempo y las circunstancias, sitúa este relato tres años antes de su muerte de Jesús, en el inicio mismo de la vida pública. Es su forma de decirnos que este gesto es la clave para entender toda la vocación de Jesús.

El cuerpo de Jesús toma el lugar del templo como morada de Dios. Su cuerpo magullado, muerto y resucitado. Por eso, para celebrar la Eucaristía no necesitamos un templo, sólo le necesitamos a Él, su cuerpo presente en el pan y el vino. Su cuerpo presente en la comunidad reunida en oración, en la Iglesia. Y su cuerpo presente en todos los cuerpos humanos, en los cuerpos hermosos, pero sobre todo en los cuerpos marcados –como el suyo por el sufrimiento. Es ahí donde Dios quiere ser adorado, en el cuerpo de Jesús “destruido y reconstruido a los tres días”

Dios no tiene otro interés que la plenitud humana. Jesús dio su vida para decírnoslo. No quiere la violencia en su nombre, ni templos que terminan convirtiéndose en mercados. (En esto los occidentales somos originales: en vez de convertir los templos en mercados, hemos convertido el mercado en religión oficial).

En la plataforma Acoger y Compartir estamos ahora en plena preparación de las Cenas de Solidaridad (En Granada el 31 de marzo; en Madrid, el 8 de abril). Culminaremos nuestra Cuaresma compartiendo una cena y solidarizándonos con los que menos tienen; es otro modo de expresar la comunión con Cristo, no en un templo, sino en un restaurante o en el salón de un hotel. Él se hace presente cuando buscamos servirle en los cuerpos de los que necesitan los cuidados más básicos para sobrevivir.