23 de abril. Segundo Domingo de Pascua
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PRIMERA LECTURA
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 4,32-35.
En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo:
lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada
de lo que tenía.
Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor
con mucho valor.
Todos eran muy bien vistos. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían
tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían
a disposición de los apóstoles; luego se distribuía
según lo que necesitaba cada uno.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la primera carta del Apóstol San Juan 5,1-6.
Queridos hermanos:
Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios; y todo
el que ama a Aquel que da el ser, ama también al que ha nacido
de Él.
En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos
sus mandamientos.
Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo.
Y ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe; porque ¿quién
es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo
de Dios?
Este es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo.
No sólo con agua, sino con agua y con sangre: y el Espíritu
es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.
SALMO RESPONSORIAL
Sal 117,2-4. 16ab-18. 22-24
R/. Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia [o, Aleluya]
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.
La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa.
No he de morir, vivirépara contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.
La piedra que desecharon los arquitectos,
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Este es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según San Juan 20,19-31.
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana,
estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por
miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso
en medio y les dijo:
-Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los
discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió:
-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también
os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los
pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos
cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
-Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
-Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo
en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos
y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas
las puertas, se puso en medio y dijo:
-Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
-Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela
en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
-¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
-¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean
sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo
Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito
para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de
Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.
OCHO DÍAS MÁS TARDE
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Hace una semana estábamos en FUENCALIENTE celebrando la Resurrección con la comunidad creyente de ese pueblo de Ciudad Real. ¿Qué nos había llevado hasta allí? Cada uno tiene su respuesta, pero hay una en la raíz de todas: celebrar la presencia activa de Dios en el cuerpo del crucificado. Celebrar la fuerza de Dios que no permite que Jesús quede encerrado en las cuatro paredes del sepulcro. Celebrar que esa presencia misteriosa de Dios grita dentro de cada uno de nosotros: No temas… mi nombre es Salvación.
Aquella fue una fiesta entre cuatro paredes, en el espacio cómodo del templo. Al día siguiente una mujer del pueblo nos decía a varios que en las celebraciones de esta Semana Santa había tenido la impresión de estar en el cielo. En su sencillez me recordaba al querido Hno Roger de Taizé cuando escribe que “la liturgia es el cielo en la tierra”.
La acogida, la oscuridad, la luz del Cirio, los textos bíblicos, los cantos, el silencio, la eucaristía, la fraternidad, los niños dormidos, … y el susurro de la fe de Pascua que nos decía en el interior: es posible una comunión en Cristo y en su cuerpo que es la Iglesia. Una intuición profunda nos unía a tantos que nos han transmitido este río de Esperanza que es el grito de esa noche: NO ESTÁ AQUÍ… ¡HA RESUCITADO!. Y de nuevo rebrota la ESPERANZA, se renueva… uno escucha desde lo más hondo cómo se le dice ¡ES POSIBLE! ¡VUELVE A INTENTARLO! ¿Qué es lo que debo intentar? Renovar cada día esa confesión de fe.
Entre las cuatro paredes del templo de FUENCALIENTE presidido por la imagen de la Virgen de los Baños veníamos a ser como un minúsculo grano de mijo. Los textos de la noche hablaban de una historia hecha a través de miles de años. El misterio de la Iglesia allí representada, amplio como el mundo. Fuera, a eso de la media noche, empezaron a escucharse tiros. No os asustéis, nos había prevenido. Es una costumbre del pueblo: los cazadores celebran la Resurrección pegando tiros alrededor del templo.
Fue entonces cuando me acordé del último documento de la Conferencia Episcopal. Y de la bronca de los obispos como preparación para la Pascua. Es su manera de expresar la “solicitud pastoral”. Es su manera de desactivar la “agitación y zozobra” que dicen hay “en el corazón de muchos fieles”. Y el problema que como pastores les hace a ellos zozobrar: “fe y pertenencia eclesial”
¿Por qué digo esto? Porque el evangelio de este domingo tiene también dos tiempos y dos espacios. El adentro de la casa y el adentro de Tomás. El primer domingo de la Iglesia y lo ocurrido ocho días más tarde… Dice san Juan que “a los ocho días…” también llegó Jesús. Porque no todos creían como aquel grupo de discípulos que “al anochecer de aquel día… estaban con las puertas cerradas”. Tomás no creía como los otros. No era suficiente para él la confesión de fe de los discípulos que afirmaban “Hemos visto al Señor”.
Dicen nuestros obispos que “el anuncio del Evangelio será mediocre mientras pervivan y se propaguen enseñanzas que dañan la unidad e integridad de la fe, la comunión de la Iglesia y proyecten dudas y ambigüedades respecto a la vida cristiana”. ¿Y qué podemos decir?. Pues que sí, que tienen razón; pero que cuando Cristo está en medio del asunto las cosas no son tan así. Que Jesús sabe volver a los ocho días y hacerse el encontradizo con Tomás. Y que viene diciendo “PAZ A VOSOTROS”. Que presenta sus manos heridas y su costado lleno de luz de pascua. Que está dispuesto a acoger la mano incrédula de Tomás y dejar que la introduzca en su costado.
Jesús ha escuchado las razones de Tomás. Y ha salido con
toda su persona y su vida al encuentro de este ser humano que se cuestiona.
Dice la Instrucción Pastoral que “la cuestión principal
a la que debe hacer frente la Iglesia en España es su secularización
interna”, y que “en el origen de la secularización
está la pérdida de la fe y de su inteligencia”. ¿Y
qué podemos decir? Pues que sí, que tienen razón;
pero que cuando Cristo está en medio del asunto las cosas no son
tan así. Un titular del ABC nos recordaba en plena Cuaresma que
“Los obispos tienen un problema”… Y quizá tenga
más que ver con lo que los obispos llaman secularización
de lo que ellos opinan, pero da la impresión de que no se enteran.
Un signo de pascua hubiera sido ver que humildemente ellos también
se solidarizaban con lo que hace que en España el anuncio del Evangelio
sea “mediocre”. Tu mano. Tu herida. Y las encuestas de la
Fundación Santa María.
Bueno, al menos nos han dicho que “en la teología española actual hay signos de esperanza”. Uno de esos signos, dicen, es que “el diálogo entre Obispos y Teólogos es más fluido en la mayoría de las diócesis”. No deja de ser también como un pequeño grano de mijo.
Entonces, sigue siendo posible que Jesús vuelva aunque sea a los ocho días y pida la mano del dudoso… para acogerlo en su herida abierta. Y proclamar, entonces sí, la bienaventuranza de pascua: “Dichosos los que crean a pesar de lo que ven”. Ah, “¡Señor mío y Dios mío!”.
¡FELIZ PASCUA!, por la presencia activa de Dios en el cuerpo del crucificado. Por el Espíritu dado en el agua del bautismo. Por la invitación a seguir al Resucitado. Por lo que nos empuja a pedir y trabajar por la paz. Por el Espíritu que nos ayuda a compartir los bienes y trabajar por la justicia. Por la alegría que brota en nosotros cuando experimentamos que la gente se quiere. Por los momentos en que somos empujados a la oración y la soledad en la que comprendemos que ninguna vida entregada es inútil. Por lo que nos mueve a decir a nuestros hermanos obispos “os queremos”.