8 de octubre. Domingo XXVII del T.O.
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PRIMERA LECTURA.
Lectura del libro del Génesis 2, 18-24.
El Señor Dios se dijo:
«No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle
alguien como él que le ayude.»
Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las bestias
del campo y todos los pájaros del cielo y se los presentó
al hombre, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo
llevaría el nombre que el hombre le pusiera.
Así, el hombre puso nombre a todos los animales domésticos,
a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no encontraba
ninguno como él que lo ayudase.
Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo,
y el hombre se durmió. Le sacó una costilla y le cerró
el sitio con carne.
Y el Señor Dios trabajó la costilla que le había
sacado al hombre, haciendo una mujer, y se la presentó al hombre.
El hombre dijo: «¡Ésta sí que es hueso de
mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será Mujer, porque ha
salido del hombre. Por eso abandonará el hombre a su padre y a
su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.»
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 127.
Antífona: Que el Señor nos bendiga todos los días
de nuestra vida.
Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá
bien.
Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa.
Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de
tu vida.
Que veas a los hijos de tus hijos. ¡Paz a Israel!
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la carta a los Hebreos 2, 9-11.
Hermanos:
Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles,
a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión
y muerte. Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para
bien de todos. Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó
conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar
y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación. El
santificador y los santificados proceden todos del mismo.
Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según San Marcos
10, 2-16
En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús,
para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito a un hombre
divorciarse de su mujer?»
Él les replicó: «¿Qué os ha mandado
Moisés?»
Contestaron: «Moisés permitió divorciarse, dándole
a la mujer un acta de repudio.»
Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito
Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios 'los
creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre
y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola
carne'. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha
unido, que no lo separe el hombre.»
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él les dijo: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con
otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su
marido y se casa con otro, comete adulterio.»
Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos
les regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que
los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de
los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte
el reino de Dios como un niño, no entrará en él.»
Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.
COMENTARIO A LA PALABRA:
“LO QUE DIOS HA UNIDO QUE NO LO SEPARE EL HOMBRE”
El concilio Vaticano II definió el matrimonio como “comunidad
conyugal de vida y amor” (Gaudium et Spes, 48), definición
recogida en el actual Código de Derecho Canónico, c.1055).
Pero de hecho sigue prevaleciendo la noción del matrimonio como
contrato, a costa de las condiciones propias de una comunidad de vida
y de amor. Esta concepción del matrimonio en términos contractuales
es la que de fondo rechaza Jesús.
La consideración preferentemente posesiva del matrimonio era
la normal en el mundo bíblico y en el mundo helenístico.
Sigue siendo esquema dominante en las sociedades patriarcales y en las
culturas machistas: el adulterio es considerado culpa sobre todo cuando
el marido “se apropia” de una mujer casada, entrando en la
propiedad de otro varón. Que el hombre casado tenga relaciones
con una mujer no casada, se considera, a lo sumo, una falta menor, fácilmente
excusable. Si la mujer es propiedad del marido, corresponde a éste
el decidir conservarla o desprenderse de ella.
En la enseñanza reservada a los discípulos Jesús
se distancia de esta mentalidad que pone prácticamente todos los
derechos de parte del marido, reservando únicamente a la mujer
el derecho a una digna compensación, la cual ya se supone que sería
generalmente regateada. Según el enfoque que propone Jesús,
el divorcio ha de considerarse como una simple componenda humana en vista
de la insensibilidad moral, la “dureza de corazón”,
que no respeta la justa igualdad de los dos cónyuges. La institución
del divorcio, aunque en teoría se remonte a la legislación
mosaica, va contra uno de los preceptos del Decálogo: el que despide
a su mujer para casarse con otra comete una falta moral (específicamente,
“adultera”, moijâtai, por tratarse de una falta en el
ámbito del matrimonio) al unirse con otra mujer, ep’autén\
(referido no a la esposa que se abandona, sino a la “intrusa”).
La frase final (Marcos 10,12) extiende idéntico juicio moral al
divorcio iniciado por parte de la esposa.
Hay muchos indicios de que este pasaje ha sido elaborado por san Marcos
actuando con la libertad que corresponde a un verdadero redactor. La tradición
original, que coincide con la enseñanza similar de los otros dos
Sinópticos, se recoge en los versículos 2 a 9. No hace falta
recordar el arraigo de la institución del divorcio en el judaísmo,
que Jesús calificó negativamente como fruto de “la
dureza de corazón”, esto es, de la insensibilidad moral que
crea situaciones inadmisibles. En la tradición cristiana el punto
de partida es el que se recoge en el v.9: “Lo que Dios ha unido,
no lo separe el hombre”, repetido al pie de la letra en Mateo 19,6.
Pero la enseñanza particular a los discípulos que le preguntan
“sobre esto”, ya “en la casa”, es probablemente
elaboración de Marcos. El conjunto refleja la prolongación
de una norma de Jesús que la comunidad cristiana tomó en
serio y quiso adaptar a las condiciones de vida en el mundo helenístico.
Estando de viaje, al otro lado del Jordán, camino de Judea, Jesús
estaba muy lejos de la que el evangelio llama su casa (Marcos 2,1), en
realidad la casa de Simón y de Andrés (Marcos 1,29) en Cafarnaúm,
lugar donde comienza el viaje (Marcos 9,33).
La enseñanza reservada a los discípulos, lejos de la multitud,
es un procedimiento estilístico que se utiliza en siete lugares
de este evangelio. Históricamente no sería inverosímil
esta enseñanza reservada en particular. Pero literariamente llama
la atención el carácter casi estereotipado del procedimiento:
se va hacia una casa o hacia un lugar alejado de la multitud, a solas,
para dar una aclaración sobre lo enseñando anteriormente
en público. Hay, pues, buenas razones para pensar que se trata
de adiciones redaccionales posteriores para acercar la enseñanza
de Jesús a los cristianos de otro tiempo. Dicho más claramente,
la casa no es sino la Iglesia en la que los discípulos reflexionan
sobre el alcance de algunos dichos de Jesús trasmitidos por la
tradición.
Es la misma reflexión que continúa hoy en día en
la comunidad de fe. Y tampoco hoy entraría Jesús en razonamientos
legales que se hacen imprescindibles cuando desaparece la sensibilidad
moral y se encasquilla la persona en su “dureza de corazón”.
Aunque parezca utópico, Jesús quiere recuperar el designio
original, lo que era proyecto del Creador. Desde luego, Jesús compartiría
el pasmo y escándalo de personas, también creyentes, ante
muchas sentencias de nulidad de los tribunales eclesiásticos, que
con frecuencia descienden al mismo nivel incomprensible de los tribunales
civiles.
Sin entrar en esas profundidades del designio original del Creador,
ya sería bastante reconocer que Jesús apela a una cierta
evidencia de humanidad, como distinguiendo que “una cosa es tener
leyes y otra cosa es tener corazón, que una cosa es disponer de
reglamentos válidos dentro de la sociedad burguesa y otra es el
modo como uno se presenta ante Dios. Y esto último es lo decisivo
para determinar qué clase de persona se es”. “Jesús
afirma que Él no viene a arreglar problemas legales sino los problemas
del corazón”. “Las leyes se introducen en la vida cuando
prevalece la angustia sobre la falta de claridad interior y cuando la
persona ya no es capaz de seguirse a sí misma. La ley se hace necesaria
para poner límite al capricho de uno frente al capricho de otro”.
Pero al principio no fue así. Solamente cuando hay amor se puede
conocer algo de ese mundo original, paradisíaco, al que se refiere
la enseñanza de Jesús.
Las frases entrecomilladas son de E. DREWERMANN, Das Markusevangelium.
II. (Olten 1990) 86ss.
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